La piedra filosofal de Flamel

Poseedor de un antiguo manuscrito, un escribano enriquecido misteriosamente habría descubierto la piedra filosofal buscada desde la más remota antigüedad por generaciones de alquimistas.

La piedra filosofal de Flamel

Poseedor de un antiguo manuscrito, un escribano enriquecido misteriosamente habría descubierto la piedra filosofal buscada desde la más remota antigüedad por generaciones de alquimistas. ¿Logró realmente realizar la Gran Obra: la transmutación de los metales?

Geber está considerado como el máximo alquimista de origen árabe por haber sido el primero en estudiar la alquimia de forma científica, cambiando así el significado de esta práctica.La historia de la alquimia occidental comienza en el siglo XII en España, en ese entonces frontera entre el mundo occidental y el mundo árabe. Los católicos recuperan poco a poco la península ibérica y se apropian de los tesoros de las bibliotecas árabes, ricas en textos sobre medicina, matemáticas, astronomía y alquimia. Los europeos descubren los escritos de Ŷabir ibn Hayyan y Muhammad ibn Zakariya al-Razi (Geber y Rhazes en latín), alquimistas árabes de los siglos VIII y IX, a su vez herederos de una sabiduría transmitida desde la Antigüedad. En los siglos XII y XIII, además de las traducciones de los textos árabes, numerosos manuscritos originales circulan por Europa. La mayoría no son más que libros de recetas químicas elementales, sin alcance esotérico. Es difícil determinar los autores y las fechas; a menudo, los alquimistas utilizan nombres ficticios. En los siglos XIV y XV, la alquimia alcanza el apogeo de su gloria.

EL LIBRO DE ABRAHAM EL JUDÍO
Nicolas Flamel fue un rabino y burgués parisino del siglo XIV, escribano público, copista, alquimista y librero jurado.En los alrededores de 1330, nace en la ciudad francesa de Pontoise Nicolas Flamel. Aunque sus padres son de extracción modesta, aprende a leer y a escribir el francés así como un poco de latín con los monjes benedictinos. Se convierte en aprendiz de escribano de maese Gobert, luego compra un cargo de jurado-librero-escribano. Su bufete, que lleva el emblema de la flor de lis, está situado cerca de la iglesia Saint-Jacques-la-Boucherie, de la que aún sigue en pie la famosa torre Saint-Jacques.

Ahí lleva las cuentas de pequeños comerciantes, enseña a los burgueses a firmar con sus nombres, copia e ilumina manuscritos: aún no existe la imprenta. Según sus relatos, un ángel se le aparece una noche mientras duerme y le muestra un libro extraordinario. Sin embargo, despierta antes de poder leer su contenido. Intrigado, conserva el recuerdo del sueño. En 1357, un hombre entra en su tienda y le ofrece un volumen encuadernado en cobre. Flamel lo reconoce: es el libro que vio en las manos del ángel. No duda y lo compra por la suma de dos florines.

La obra, firmada por Abraham el Judío, lleva en la primera página una maldición destinada a los que osaran ir más lejos en su lectura a menos que fueran sacerdotes o escribanos. Siendo lo último, Flamel se siente protegido y empieza a leer. El libro proviene seguramente de las pertenencias abandonadas por un judío que fue arrestado o que huyó precipitadamente para escapar de la hoguera. Contiene tres cuadernillos de siete hojas, en total veintiuna hojas cubiertas de textos alquímicos que Flamel no comprende.

EL LENGUAJE ALQUÍMICO
La lectura de una obra alquímica -como la de Abraham el Judío que utilizó Nicolas Flamel- es extremadamente ardua para un no iniciado. El lenguaje alquímico parece abstracto, absurdo, incomprensible: en realidad, es esotérico y místico, saturado de códigos, de símbolos, de referencias que confunden al profano. Trampas y desvíos se suceden.

El alquimista considera esencial esta dificultad de acceso, ya que se trata de transformar la mentalidad del lector a fin de hacerlo capaz de percibir el sentido de los actos descritos. El lenguaje alquímico es un instrumento de extrema agilidad que permite describir operaciones con precisión y, al mismo tiempo, situándolas con respecto a una concepción general de la realidad.

LA RUTA DE SANTIAGO
Durante casi veinte años, Nicolas Flamel intenta descifrar los misteriosos cuadernillos con la ayuda de su mujer, Perenelle. No abandona su tienda, pero cada tarde pasa horas y horas absorto en el hermético manuscrito. Sin embargo, el trabajo no progresa y Flamel pierde las esperanzas. Los alquimistas que consulta tampoco logran esclarecer el misterioso texto. Flamel quisiera encontrar la ayuda de un sabio hebreo, pero los judíos, perseguidos desde los tiempos del muy católico Felipe el Hermoso, huyeron de Francia o se convirtieron para perderse en el anonimato.

En 1378, durante una peregrinación a Santiago de Compostela (España), por la fiebre se ve obligado a detenerse en una posada de la ciudad de León y allí Flamel encuentra a maese Canches, antiguo médico judío convertido, que en realidad descubre ser un alquimista con profundos conocimientos. Ya recuperado, le habla del misterioso volumen y le muestra una copia de algunos pasajes que trae consigo. Maese Canches, entusiasmado, está convencido de que el libro se refiere a la cábala, antigua tradición judía esotérica fundada en la interpretación mística del Antiguo Testamento, ya que a través de su estudio y del cumplimiento de una serie de reglas el cabalista podía alcanzar el conocimiento de las cosas celestiales. El médico decide acompañar a Flamel a París para ver el manuscrito original. En el camino, explica al francés sus claves de interpretación y los dos hombres se ponen a trabajar con los extractos traídos por el escribano.

Sin embargo, maese Canches, ya enfermo antes de su encuentro con Nicolas, debe detenerse en Orleans. Agoniza durante varios días y muere sin haber visto París ni el manuscrito original de Abraham el Judío.

¡POR FIN, ORO!
No obstante, con su ayuda, Flamel aprendió lo suficiente como para proseguir sus investigaciones. Durante dos años, estudia el manuscrito y comienza a aplicar los conocimientos adquiridos en la realización de experimentos. En sus textos cuenta que el 17 de enero de 1382 consigue un primer resultado: “La primera vez que hice la proyección, utilicé mercurio y convertí alrededor de media libra en plata pura, mejor que la proveniente de la mina, como ensayé e hice varias veces”. Según sus declaraciones, Flamel descubre el elixir blanco, el pequeño magisterio, que transmuta el mercurio en plata. Se sabe próximo a la Gran Obra, próximo al oro.

Tres meses más tarde, Flamel realiza el elixir rojo, la piedra filosofal. “Hice la proyección con la piedra roja sobre similar cantidad de mercurio, nuevamente en presencia de Perenelle tan solo, en la misma casa, el veinticinco de abril siguiente del mismo año, alrededor de las cinco de la tarde, y lo transmuté verdaderamente en casi la misma cantidad de oro puro, ciertamente mejor que el oro común, más dúctil y más maleable”. A los cincuenta y dos años, el pequeño escribano posee un poder aún mayor que el de un rey: puede fabricar oro. Sin embargo, se mantiene discreto y no modifica sus hábitos de vida por temor a atraer la atención. Y es que Flamel no sólo tenía la capacidad de transformar los metales comunes en oro, sino que ese poder le permitía curar las enfermedades y alcanzar la inmortalidad. El oro no se oxida como los demás metales, por lo que podría considerarse inmortal, y esa transmutación es la que buscaba también el alquimista con su propio cuerpo, convertirlo de mortal a eterno. Avancemos, como veremos más adelante, que para muchos alquimistas la piedra filosofal no era una realidad física, sino una metáfora de la búsqueda del conocimiento y la evolución para alcanzar un nuevo escalón en el crecimiento espiritual.

LA FORTUNA DE FLAMEL
Esta historia está tomada de los textos que se dice fueron redactados por Flamel mismo, en los que, en realidad, no habla jamás en forma clara sobre su método de trabajo, contentándose con evocar sus “proyecciones”. Sin embargo, un hecho permanece: A partir de 1382, Nicolas Flamel se convierte en un hombre muy rico. Participa en numerosas obras de caridad, funda catorce hospitales y tres capillas. (Una leyenda decía que el que abusara de la fabricación de oro en su propio beneficio terminaría convirtiendo su alma también en este metal precioso como castigo a su codicia, y atribuyen la actividad filantrópica de Flamel al conocimiento de este mito.) Los rumores sobre su fortuna corren por la capital. ¿De dónde viene el oro? Para algunos, no cabe ninguna duda: posee el secreto de la piedra filosofal; para otros, es simplemente su bufete de escribano el que le asegura buenos ingresos: tiene a su servicio varios copistas y entre su clientela se encuentran las mejores familias de París.

Casa de Nicolas Flamel, una de las más antiguas de París, Francia.En Tresor de Recherches et Antiquitez Gauloises et Françoises, Pierre Borel, médico y consejero de Luis XIV, escribe en 1655: “También llegó (la fortuna de Flamel) a oídos del rey, que envió a su casa al señor Cramoisy, relator del Consejo de Estado, para saber si lo que se decía era verdad, pero lo encontró en la mayor humildad, utilizando incluso vajilla de barro. Se sabe, sin embargo, por tradición, que habiéndolo considerado un hombre honesto, Flamel se sinceró con él y le dio un matraz lleno de su polvo, que se dice fue conservado por largo tiempo en esa familia, lo que le obligó a proteger a Flamel de las investigaciones del rey”. Después de la muerte de Nicolas, el 22 de marzo de 1418, su casa y su tumba son saqueadas por la gente que busca el escondite de la piedra filosofal. No encontrarán nada, ni siquiera su cuerpo. Esto no hizo más que reforzar los rumores de su inmortalidad e incrementar la leyenda sobre su figura, al igual que las historias relativas a su nueva vida en juventud recorriendo lugares como India y Turquía. El libro de Abraham el Judío reaparece, dos siglos después, en manos del cardenal Richelieu. Actualmente, no se sabe qué fue de él.

LA PIEDRA FILOSOFAL
Según lo que se conoce de las prácticas alquímicas en general, se puede reconstituir lo que buscaba Nicolas Flamel y cuáles fueron estas prácticas.

La percepción popular y de los últimos siglos sobre los alquimistas es que eran charlatanes que intentaban convertir plomo en oro, y que empleaban la mayor parte de su tiempo elaborando remedios milagrosos, venenos y pociones mágicas. Fundaban su ciencia en que el universo estaba compuesto de cuatro elementos clásicos a los que llamaban por el nombre vulgar de las sustancias que los representan, a saber: tierra, aire, fuego y agua, y con ellos preparaban un quinto elemento que contenía la potencia de los cuatro en su máxima exaltación y equilibrio. La mayoría eran investigadores cultos, inteligentes y bien intencionados, e incluso distinguidos científicos, como Isaac Newton o Robert Boyle. Estos innovadores intentaron explorar e investigar la naturaleza misma. La base es un conocimiento del régimen del fuego y de las sustancias elementales del que tras profundas meditaciones se pasa a la práctica, comenzando por construir un horno alquímico. A menudo las carencias debían suplirse con la experimentación, las tradiciones y muchas especulaciones para profundizar en su arte. Para los alquimistas toda sustancia se componía de tres partes: mercurio, azufre y sal, siendo estos los nombres vulgares que comúnmente se usaban para designar al espíritu, alma y cuerpo; estas tres partes eran llamadas principios. Por manipulación de las sustancias y a través de diferentes operaciones, separaban cada una de las tres partes que luego debían ser purificadas individualmente, cada una de acuerdo al régimen de fuego que le es propicia, la sal con fuego de fusión y el mercurio y el azufre con destilaciones recurrentes y suaves. Tras ser purificadas las tres partes en una labor que solía conllevar mucho tiempo, y durante el cual tenían que vigilarse los aspectos planetarios, las tres partes debían unirse para formar otra vez la sustancia inicial. Una vez hecho todo esto la sustancia adquiría ciertos poderes.

A lo largo de la historia de esta disciplina, los aprendices de alquimista, se esforzaron en entender la naturaleza de estos principios y encontraron algún orden y sentido en los resultados de sus experimentos alquímicos, si bien a menudo eran socavados por reactivos impuros o mal caracterizados, falta de medidas cuantitativas y nomenclatura hermética. Esto motivaba que, tras años de intensos esfuerzos, muchos acabaran arruinados y maldiciendo la alquimia. Los aprendices por lo general debían empezar por trabajar en el reino vegetal hasta dominar el régimen del fuego, las diversas operaciones y el régimen del tiempo. Para diferenciar las sustancias vulgares de aquellas fabricadas por su arte, los alquimistas, las designaban por el mismo nombre de acuerdo a alguna de sus propiedades, si bien procedían a añadirle el apelativo de “filosófico” o “nuestro”. Así, se hablaba de “nuestra agua” para diferenciarla del agua corriente. No obstante, a lo largo de los textos alquímicos se asume que el aprendiz ya sabe diferenciar una de otra y, en ocasiones, explícitamente no se usa, ya que de acuerdo al arte hermético “no se debe dar perlas a los cerdos”, razón por la que muchos fracasaban al seguir al pie de la letra las diferentes recetas. La “iluminación” solamente se alcanzaba tras arduos años de riguroso estudio y experimentación. Una vez que el aprendiz lograba controlar el fuego, el tiempo de los procesos y los procesos mismos en el reino vegetal, estaba listo para acceder a los arcanos mayores, esto es, los mismos trabajos en el reino animal y mineral. Sostenían que la potencia de los remedios era proporcional a cada naturaleza. Los trabajos de los alquimistas se basaban en las naturalezas, por lo que a cada reino le correspondía una meta: al reino mineral la transmutación de metales vulgares en oro o plata, al reino animal la creación de una “panacea”, un remedio que supuestamente curaría todas las enfermedades y prolongaría la vida indefinidamente. Todas ellas eran el resultado de las mismas operaciones. Lo que cambiaba era la materia prima, la duración de los procesos y la vigilancia y fuerza del fuego. Una meta intermedia era crear lo que se conocía como menstruo y que lo que ofrecía era una multiplicación de sí mismo por inmersión de otras sustancias semejantes en fusión/disolución (según su naturaleza) con estas. De modo que se conseguía tanto la generación como la regeneración de las sustancias elementales. Estos no son los únicos usos de esta ciencia, aunque sí son los más conocidos y mejor documentados. Desde la Edad Media, los alquimistas europeos invirtieron mucho esfuerzo, dinero y entrega en la búsqueda de la piedra filosofal.

Extracto de ‘La alquimia de Flamel’, de Denys Molinier. Siglo XVIII.Representa para ellos no sólo el medio para realizar la transmutación tan deseada, sino que es también la portadora de la medicina universal y de la inmortalidad. Su fabricación aparece como un proceso largo y complejo. Para empezar, el alquimista debe extraer la materia prima de las profundidades del suelo, luego proceder en cuatro etapas: licuar la materia, evaporar el agua superflua para obtener un producto viscoso, separar y purificar cada elemento de la materia y, finalmente, reunir estos elementos o “espíritus” puros para formar la piedra filosofal.

Por lo tanto, el alquimista es un experto que debe dominar varias técnicas: “la Obra al negro”, que consiste en el arte de separar la materia de sus impurezas; “la Obra al blanco”, que permite fabricar la piedra blanca que transmuta los metales “viles” en plata; y “la Obra al rojo”, que produce la piedra roja que transmuta el mercurio en oro. El lenguaje alquímico no puede ser disociado del lenguaje simbólico: “la Obra al negro” es también la muerte, “la Obra al blanco”, la restitución del alma al corazón purificado, y “la Obra al rojo”, la vida eterna espiritual.

Los alquimistas sostenían que la piedra filosofal amplificaba místicamente el conocimiento de alquimia de quien la usaba tanto como fuera posible. Muchos aprendices y falsos alquimistas, tenidos por auténticos, gozaron de prestigio y apoyo durante siglos, aunque no por su búsqueda de estas metas ni por la especulación mística y filosófica que se desprendía de su literatura, sino por sus contribuciones mundanas a las industrias artesanales de la época: la obtención de pólvora, el análisis y refinamiento de minerales, la metalurgia, la producción de tinta, tintes, pinturas y cosméticos, el curtido del cuero, la fabricación de cerámica y cristal, la preparación de extractos y licores, etcétera. La preparación del aqua vitae, el “agua de vida”, un lixiviado del compuesto sólido resultante de la Gran Obra, era un experimento bastante popular entre los alquimistas europeos, a la que se le atribuyó la propiedad de transmutar “el plomo hombre” en el “oro hombre filosófico”, y así fue reconocida como el elixir de la eterna juventud.

Los alquimistas nunca tuvieron voluntad para separar los aspectos físicos de las interpretaciones metafísicas de su arte. La falta de vocabulario común para procesos y conceptos químicos, así como también la necesidad de secretismo, llevaba a los alquimistas a tomar prestados términos y símbolos de la mitología bíblica y pagana, la astrología, la cábala y otros campos místicos y esotéricos, de forma que incluso la receta química más simple terminaba pareciendo un obtuso conjuro mágico. Más aún, los alquimistas buscaron en esos campos los marcos de referencia teóricos en los que poder encajar su creciente colección de hechos experimentales inconexos. A partir de la Edad Media, algunos alquimistas empezaron a ver cada vez más estos aspectos metafísicos como los auténticos cimientos de la alquimia y a las sustancias químicas, estados físicos y procesos materiales como meras metáforas de entidades, estados y transformaciones espirituales. De esta forma, tanto la transmutación de metales corrientes en oro como la panacea universal simbolizaban la evolución desde un estado imperfecto, enfermo, corruptible y efímero hacia un estado perfecto, sano, incorruptible y eterno; y la piedra filosofal representaba entonces alguna clave mística que haría esta evolución posible. Aplicadas al propio alquimista, esta meta gemela simbolizaba su evolución desde la ignorancia hasta la iluminación y la piedra representaba alguna verdad o poder espiritual oculto que llevaría hasta esa meta. En los textos escritos según este punto de vista, los crípticos símbolos alquímicos, diagramas e imaginería textual de las obras alquímicas tardías contienen típicamente múltiples capas de significados, alegorías y referencias a otras obras igualmente crípticas; y deben ser laboriosamente “descodificadas” para poder descubrir su auténtico significado.

¿LA TRANSMUTACIÓN POSIBLE?
¿Podemos pensar, hoy en día, que Nicolas Flamel logró transmutar metal común en oro? Desde el positivismo del siglo XIX, el pensamiento científico moderno considera imposible toda transmutación: ya se sabe que el plomo, el mercurio, el oro o la plata son elementos simples. Desde los trabajos de Lavoisier, en 1772, que marcan el nacimiento de la química moderna, imaginar que se pueda transformar el uno en el otro es un absurdo. Esta lógica de una ciencia segura de sí misma y con respuestas definitivas ya no es más la de los investigadores actuales, más modestos y menos taxativos que sus antepasados. Ahora sabemos que, aunque el oro es un elemento simple, cada uno de sus átomos está compuesto de electrones y de un núcleo de protones. Actualmente, los científicos pueden realizar la piedra filosofal, preciada por los alquimistas, con la ayuda de un acelerador de partículas y de reacciones nucleares. El único inconveniente de esta alquimia moderna, por lo demás inaccesible al alquimista del siglo XV, es que cada átomo de oro producido ¡costaría millones de veces su valor comercial!

RECETA PARA LA FABRICACIÓN DE ORO
En su obra De los diversos artes, Teófilo, un monje del siglo VII que vivía en el norte de Germania y cuyo nombre verdadero es Rogerus, nos explica cómo los alquimistas fabrican el oro español, un oro especialmente maleable y fácil de trabajar. Antes que nada, hace falta generar basiliscos, reptiles puestos por un gallo viejo:

Representación del pintor flamenco David Teniers el Joven (1610-1690) de un alquimista y su laboratorio.“Tienen bajo la tierra una habitación en que el techo, el suelo y todas las partes son de piedra, con dos pequeñas ventanas tan angostas que apenas se puede ver algo a través de ellas. Colocan en ella dos viejos gallos de doce o quince años, y les dan de comer abundantemente. Cuando están suficientemente gordos, por el calor de su gordura se aparean y ponen huevos. Entonces, retiran a los gallos, y en su lugar colocan sapos para empollar los huevos, a los que se alimenta con pan. Una vez los huevos empollados, nacen polluelos machos, como los de las gallinas, a los que, al cabo de siete días, les crece cola de serpiente; inmediatamente, si la pieza no tuviera el suelo de piedra, entrarían en la tierra. Para prevenir esto, los que los crían tienen unas vasijas redondas de bronce, de gran capacidad, perforadas por todas partes con orificios muy estrechos: meten a los polluelos adentro, tapando los orificios con tapas de cobre, y los entierran; durante seis meses, los polluelos se alimentan de tierra fina que penetra por los agujeros. Después, sacan las tapas y les prenden fuego hasta que los animales estén completamente quemados. Una vez enfriados, los sacan y los muelen cuidadosamente, agregando un tercio de sangre de hombre pelirrojo: esta sangre desecada será triturada. Ambas cosas reunidas son remojadas en vinagre fuerte en una vasija limpia. En seguida, se toman dos láminas muy delgadas de cobre rojo muy puro, se esparce sobre cada lado una capa de la preparación y se ponen sobre el fuego. Cuando se han calentado al blanco, se retiran, se apagan y se lavan en la misma preparación: se sigue este procedimiento hasta que la preparación haya corroído todo el cobre, de ahí el peso y el color del oro. Este oro está listo para todos los trabajos”.

LA VOCACIÓN DE FLAMEL
En uno de los libros que se le atribuyen, el alquimista relata el origen de su vocación, el descubrimiento, por azar, de un muy antiguo libro mágico:

Interior de un gabinete de alquimista (Isabey Lille).“A mí, Nicolas Flamel, escribano, que desde la muerte de mis padres me ganaba la vida en nuestro arte de la escritura, haciendo inventarios, llevando cuentas y liquidando los gastos de los tutores y menores, cayó entre mis manos por la suma de dos florines un libro dorado muy antiguo y ancho, no era ni de papel ni de pergamino, como los demás, sino que estaba hecho de delgadas cortezas (según me pareció) de tiernos arbustos. Su tapa era de cobre y bien encuadernada, y estaba toda grabada con letras o figuras extrañas. Creo que podrían ser caracteres griegos o de otra antigua lengua similar. Tanto era, que no las sabía leer, y yo sé bien que no eran letras latinas o galas, ya que de esas entendemos un poco.

Selección de figuras que inspiraron a Flamel para llevar a cabo su búsqueda de los secretos de la alquimia.En cuanto al interior, sus hojas de corteza tenían grabados de una gran maestría, y estaban escritos con una punta de fierro, en bellas y nítidas letras latinas coloreadas. Contenía tres veces siete hojas, las que estaban enumeradas en la parte superior, la séptima de las cuales estaba siempre sin escritura, y en su lugar había pintada una verga y dos serpientes devorándose; en la segunda séptima, una cruz y una serpiente crucificada; en la última séptima estaban pintados desiertos en medio de los cuales manaban varias bellas fuentes de las que salían muchas serpientes que corrían por doquier. En la primera hoja estaba escrito en grandes letras versalitas doradas: “Abraham el Judío, príncipe, sacerdote, levita, astrólogo y filósofo a los judíos, por la ira de Dios dispersados en las Galias, os saludo. D. I.”. Después de eso, estaba lleno de grandes execraciones y maldiciones (con la palabra Maranatha, que estaba a menudo repetida) contra toda persona que pusiera sus ojos sobre él y que no fuera sacerdote o escriba”. (Explicación de las figuras jeroglíficas puestas por mí, Nicolas Flamel, escribano, en el cementerio de los Inocentes, en la cuarta arcada, 1409).

OTRA ALQUIMIA: LA ALQUIMIA CHINA
La alquimia occidental nace alrededor de los siglos II y III antes de Cristo, en Alejandría, luego llega a Europa por la España árabe como se ha dicho al comienzo. Sin embargo, este arte se practicaba mucho antes, especialmente en China. Las condiciones que enmarcaron su aparición en Asia y su evolución podrían explicar una buena cantidad de aspectos de la alquimia occidental.

Una tradición extremadamente antigua… La historia de la alquimia en China se confunde con la historia de la metalurgia. Desde la Edad del Bronce, las poderosas cofradías de herreros dan a sus obras un carácter mágico y envuelven la fundición con un ritual esotérico. En la Edad del Hierro, bajo la influencia del taoísmo, la alquimia se convierte en una disciplina autónoma en China. Como la alquimia occidental lo hará más tarde, se orienta en torno de tres polos: transformación de los metales, búsqueda cosmológica y búsqueda de la inmortalidad.

La búsqueda del oro, pero también de una larga vida… Un texto de Sima Qian, el “Heródoto oriental” del siglo I antes de Cristo, relata las recomendaciones del mago Li Xaoiun al emperador Wou-Ti, que vivió un siglo antes que él: “Sacrificad en el horno, y podréis hacer venir a los espíritus. Cuando hayáis hecho venir a los espíritus, el polvo de cinabrio podrá ser transmutado en oro amarillo; cuando se haya producido el oro amarillo, podréis hacer utensilios para beber y comer. Entonces vuestra longevidad será prolongada, podréis ver a los bienaventurados de la isla Penglai que está en medio de los mares. Cuando los hayáis visto y hayáis hecho los sacrificios feng y shang, entonces vos no moriréis”. Sin duda, Wou-Ti no pudo respetar íntegramente los consejos de su mago: a pesar de una longevidad excepcional (ocupó el trono durante cincuenta y tres años), murió en el año 87 antes de Cristo.

Para acabar, apuntar que la historia de la alquimia se ha convertido en un vigoroso campo académico. A medida que el oscuro lenguaje hermético de los alquimistas va siendo gradualmente “descifrado”, los historiadores van haciéndose más conscientes de las conexiones intelectuales entre esa disciplina y otras facetas de la historia cultural occidental, tales como la sociología y la psicología de comunidades intelectuales, el cabalismo, el espiritualismo, el rosacrucismo y otros movimientos místicos, la criptografía, la brujería, y la evolución de la ciencia y la filosofía. El simbolismo alquímico ha sido también usado ocasionalmente en el siglo XX por psicólogos y filósofos. Carl Jung revisó el simbolismo y teoría alquímicos y empezó a concebir el significado profundo del trabajo alquimista como una senda espiritual.

El "cómo me llamo" marca nuestra vida. El nombre es nuestra tarjeta de presentación, aquello que para bien o para mal nos distingue de la masa. Nos singulariza aunque, a veces, en demasía. Lo que para unos es motivo de orgullo, parte esencial de su ser, incluso un fragmento de su propia alma, para otros es una pesada carga difícil de llevar y dura de soportar.

¿Por qué somos como somos? La personalidad se compone de tres estados básicos: padre, adulto y niño, que hacen actuar al individuo de una u otra manera, según sea el momento en que se encuentra. Cada una de ellas es una diferente manifestación del yo. Y de las tres formas puede reaccionar una persona ante una situación concreta.

Viejas canciones. Siempre están ahí: rondando en las veredas o en los patios de las escuelas, repetidas día tras día, sufriendo un proceso de trasvasamiento de generación en generación, pero conservando toda la esencia y la pureza del mensaje. Cuando uno las escucha, los recuerdos se afanan por rescatar los años pasados y volver a esos días.




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