
Uno de los casos más aceptados de longevidad inusual fue el de Thomas Parr, un británico de la localidad de Shropshire, que decía tener 152 años en 1635. Una peculiar cadena de sucesos dio verosimilitud a su historia, no sólo ante el público general, sino también entre los científicos de la época.
Uno de los cortesanos favoritos del rey Carlos I, Thomas Howard, conde de Arundel y Surrey, estaba visitando algunas de sus propiedades en Shropshire cuando oyó hablar del viejo Parr, y fue a ver al anciano campesino. Thomas decidió de inmediato que el rey consideraría a Parr como una asombrosa curiosidad, de modo que cargó al viejo en una litera de caballos y lo llevó a Londres. Parr se convirtió en la sensación de la corte y estuvo en boca de toda la ciudad. Pero el viaje se debió cobrar su peaje, puesto que el campesino enfermó y murió en noviembre de 1635.
Según parece, en Londres excitó la atención masiva del público. Fue presentado al monarca Carlos I, y lo retrataron Rubens y Van Dyck. Se acuñaron monedas con su efigie y los bares adoptaron su nombre. Parr vivía de banquete en banquete, lejos de su austera vida campesina ajena a todo exceso que no fuera bebible (gran consumidor). Pasó de la sobria mesa del campo, a los goces y el pecado de la corte inglesa y a su edad esos excesos no convienen. Dicen que tanto jolgorio fue demasiado para él. Murió en la propia casa del conde un 14 de noviembre.
Pero la historia no acaba aquí… El médico favorito del rey no era otro que William Harvey, ya famoso y muy respetado por la comunidad científica europea por ser el primero que había demostrado que la sangre circulaba por el cuerpo. El rey Carlos pidió al médico que le practicase la autopsia a Thomas Parr. En las notas en latín sobre sus descubrimientos, Harvey se maravillaba de la buena condición física de Parr. El “cuerpo era musculoso”, el corazón estaba “sano”, y los huesos no eran “en absoluto quebradizos”. Incluso el vello de los brazos de Parr era todavía negro, señaló.
“(…) el conde me pidió que procediera a una de las autopsias más curiosas de mi existencia, la de un tal Thomas Parr, súbdito británico excepcional: no casado hasta los ochenta años pero aún capaz de procrear dos hijos, fue condenado por adulterio a los ciento cinco años teniendo otro hijo más fuera de su matrimonio; y fallecida su esposa se volvió a casar a los ciento doce. Al morir contaba, según se decía, ciento cincuenta y dos años de edad. El conde lo había hecho venir a Londres, desde su casa en la campiña, a fin de mostrárselo al rey. Pero el viaje y la vida londinense le resultaron fatales y Thomas Parr murió en la casa de Arundel. La autopsia mostró, realmente, unos órganos de tan buen aspecto como los de un sujeto que hubiera vivido cincuenta años. Sospecho que ciertos hombres tienen la coquetería de añadir años a su edad efectiva, como ciertas mujeres tienen la coquetería de disminuirlos.”
Harvey nunca dio la impresión de pensar que esta excelente condición pudiese significar que Parr no era en realidad tan viejo como se decía. La aparente aceptación del relato del campesino por parte del médico movió a otros científicos y académicos de toda Europa a aceptarlo también como verdadero. Algunos continuaron sosteniendo este punto de vista hasta bien entrado el siglo XX, incluso cuando los críticos de Harvey señalaron que el médico era un cortesano complaciente, que no habría querido hacer patente la credulidad del rey, ni ofender a un poderoso noble como el conde de Arundel.
De Thomas Parr, el “viejo hombre de Shropshire”, se dice, pues, que habría vivido bajo el reinado de diez monarcas ingleses (desde Eduardo IV hasta Carlos I), trabajando sus tierras hasta los 130 años y alcanzado la edad de 152 antes de su muerte en 1635. Pero los registros de su nacimiento no fueron concluyentes, y la longevidad de Parr es generalmente considerada en la actualidad un mito de su propia invención. Eso sí, un famoso güisqui lo inmortaliza. Es el conocido Old Parr. La distintiva presentación en que llega a manos del consumidor, en botella cuadrada de vidrio craquelado color ámbar oscuro al estilo de las botellas de la época de Thomas Parr, es reconocida internacionalmente como un símbolo de calidad y buen gusto.
Thomas Parr está enterrado en el Rincón de los Poetas de la Abadía de Westminster, al lado nada menos que de Shakespeare, Byron y Milton…
Excelente información. Estoy muy contento y satisfecho con el contenido. Felicidades por tan importante contribución. Son estos datos los que contribuyen en buena forma al aprendizaje histórico.