¿Por qué somos como somos?

Conocer cómo son y actúan los tres estados (niño, padre y adulto) de nuestra personalidad es el primer paso para conseguir el equilibrio personal.

¿Por qué somos como somos?

«¡Son como niños!». Cuando oiga que alguien, investido de una inalterable seriedad, exclama esta frase a modo de reproche por un determinado comportamiento de los adultos, tiene usted la oportunidad de dar el pésame directamente a un cadáver. Se trata de una persona que ha enterrado a ese loco bajito que todos llevamos dentro. Y es que, pese a las escandalizadas críticas de los más rígidos, un hombre o una mujer psíquicamente sano no dejará nunca de cometer pequeñas locuras.

Decía La Rochefoucauld que, quien vive sin cometer alguna locura, no es tan prudente como supone. Y es que hasta el más serio de los directores generales tiene un niño conviviendo -y compitiendo con él- con otros dos roles: el padre y el adulto. Su éxito en la vida consiste en no confundir los papeles; esto es, ¡no jugar con el tren eléctrico en su despacho, ni transmitirle información privilegiada a su nieto de cinco años! Así lo sostiene una teoría psicológica (Análisis Transaccional, AT) que trata de explicar de forma integral la conducta del ser humano.

De acuerdo con ella, la personalidad se compone de tres estados básicos: padre, adulto y niño, que hacen actuar al individuo de una u otra manera, según sea el momento en que se encuentra. Cada una de ellas es una diferente manifestación del yo. Y de las tres formas puede reaccionar una persona ante una situación concreta. Depende del estado que más predomine en su personalidad. El siguiente ejemplo ilustra cómo reaccionaría un ejecutivo frente a su ambición personal, según el estado que le domine: padre, «Yo debo ser presidente»; adulto, «Yo soy yo y tú eres tú»; niño, «Me moriría si no pudiera ser presidente». Para comprender la compleja estructura del AT, es indispensable familiarizarse con los conceptos padre, adulto y niño.

El de padre contiene valores que fueron aprendidos de los padres, abuelos y otras personas que influyeron en la infancia. Cuando se actúa bajo este estado no se razona. Se actúa así, porque «así se lo enseñaron». O porque «¡lo digo yo!», sin reflexionar si son actitudes válidas hoy, aunque lo hubieran podido ser en el pasado. Se manejan expresiones como «esto es bueno» o «esto es malo», «se debe hacer» o «no se debe hacer». El padre es una parte importante de la personalidad. Contiene conceptos morales y culturales transmitidos de generación en generación. Porque, ya se sabe, el momento más apropiado para influir en el carácter de un niño es ¡100 años antes de que nazca!

La personalidad se compone de tres estados básicos: padre, adulto y niño, que hacen actuar al individuo.El estado de adulto se forma con información de fuentes externas e internas. Usa esta información para elaborar juicios y calcular sus probabilidades. Incorpora y procesa todos esos datos sin sentir emociones (como el que lleva casado más de un año). Esto es, razona y saca conclusiones como si fuera un ordenador. Tolera la espera, la postergación y la frustración. La conducta del «yo-adulto» varía según las circunstancias del momento y su conveniencia. Sus expresiones más corrientes son: «de acuerdo», «yo opino que» y «creo que». Es práctico y lógico. ¡Nunca pide que le oriente a uno que está perdido!

El estado de niño siente emociones auténticas, que nacen con la vida de la persona. Busca las experiencias placenteras y evita el dolor. Usa la imaginación y el pensamiento mágico. No tolera la espera, la postergación y la frustración. Cuando un individuo actúa bajo este estado se muestra exigente, violento, sumiso, lloriqueante, gritón, miedoso, caprichoso e irritable. Es decir, siempre igual a las formas que mostraba cuando aquel era realmente un niño. Sus reacciones suelen ser así: «¡Esto no puede ser!», «Lo quiero, ya» o «La culpa es tuya». El niño es la parte más importante de nuestra personalidad. En ella se concentra la emoción, la creatividad y la energía. Y, muy especialmente, la capacidad de gozar de la vida. Para ello, el niño hace como Truman, que tenía sobre su despacho un cartel que decía: «¡La responsabilidad termina aquí!».

No siempre padre, adulto y niño actúan al mismo tiempo. No son estados puros.Conocer cómo son y actúan estas tres partes de nuestra personalidad, es el primer paso para conseguir el equilibrio y la convivencia armónica entre ellas. Imaginemos que un ejecutivo al que le gusta beber acude a una fiesta. Su parte de niño deseará seguir bebiendo «porque el alcohol le hace sentir bien». Sin embargo, su parte de padre le alertará sobre «lo nocivo que es beber». Y su parte de adulto le hará reflexionar que «no debe seguir bebiendo», porque al día siguiente ha de trabajar temprano, ya ha bebido suficiente y, además, no quiere descontrolarse y hacer el ridículo. Este es un ejemplo de cómo pueden actuar los tres estados simultáneamente equilibrando el disfrute con la responsabilidad. En lenguaje coloquial, diríamos que es una reacción con tanto sentido común como la respuesta que dio un cowboy cuando alguien le preguntó: «¿Por qué usa una sola espuela?». «¡Porque imagino -contestó- que cuando un costado del caballo se pone a correr, el otro lado decidirá acompañarle!».

Cuando a alguien le falta un estado, no es independiente; necesita a otro para suplir la falta.Pero no siempre padre, adulto y niño actúan al mismo tiempo. No son estados puros. Hay gente que no tiene desarrollado alguno de ellos. Es el caso de esas parejas formadas por un hombre y una mujer incompletos que, juntándose, se complementan uno al otro. Cuando a alguien le falta un estado, no es una persona independiente; necesita al otro para suplir el aspecto de su personalidad que le falta. Este fenómeno es típico en matrimonios: ella tiene siempre latente al niño, reclamando atenciones, y él actúa de padre y adulto, protegiéndola y mimándola. ¡Ojo!, es sólo un ejemplo bastante común. ¡Pero también se puede dar a la inversa! Lo que sí está claro es que no todos los matrimonios complementarios se casan por la iglesia. ¡Algunos se casan por idiotas!

El AT sostiene que las personas se comunican entre sí por medio de transacciones, con el fin de conseguir las caricias básicas para vivir. Pero no se trata de la caricia convencional. La teoría postula que el concepto comprende mucho más. Todo lo que implique reconocimiento de la otra persona, cultivando una comunicación que permita sentir esa posición convivencial del «yo estoy bien, tú estás bien», frente a otras en que una de las dos -o ambas- se encuentran mal. Una transacción simple podría ser la siguiente. Ante la petición: «¿Me llevas al aeropuerto?», la respuesta: «Si puedo, lo haré con mucho gusto» es la adecuada (la comunicación entre esas dos personas puede continuar indefinidamente). «¿Es que están de huelga los taxis?» o «¡Eres un cara!», son otras posibilidades de respuesta a la misma pregunta, pero que cortan la comunicación. No responden a la petición, sino que esta se aprovecha para hacer una crítica. En este caso, ¡la transacción es tan útil como un cenicero de moto!

TODA UNA BATALLA POR HACERSE CON EL CONTROL
El primer paso para conseguir el equilibrio personal es conocer nuestros tres estados.Conociendo al padre, adulto y niño que todos llevamos dentro podemos detectar, a través de las reacciones, quién de ellos actúa en un determinado momento, cómo actúa y por qué. Así, es posible que una persona pueda crecer internamente y superarse venciendo al padre crítico o controlando al niño rebelde que impide una buena comunicación con los demás. El AT propugna que nadie es superior. Lo que una persona pueda tener más que otra es información. Si esta se transfiere, entonces el individuo crece. En una sociedad tan enfermiza como la nuestra, este tipo de análisis puede ser útil a mucha gente. ¡Incluido usted mismo!

Veamos cómo puede saber si lo necesita: una de cada cuatro personas está mentalmente desequilibrada. Piense en sus tres amigos más íntimos. Si ellos parecen estar bien, ¡entonces usted es el desequilibrado!

El AT es un sistema mucho más complejo. Cada uno de los estados padre, adulto y niño tiene tres subdivisiones que ayudan a comprender cómo evoluciona la personalidad. Porque cada estado, salvo el del niño, va enriqueciéndose a lo largo de su vida. No obstante, algunos psicólogos consideran el AT una versión moderna del psicoanálisis de Freud.

Lo importante es saber que llevamos dentro tres tipos algo conflictivos que pueden enriquecernos la vida o arruinárnosla. Lo ideal es que los tres convivan en armonía y los tengamos disponibles para comunicarnos con ellos cuando haga falta. Sin que ninguno nos abandone ni destaque sobre los demás. Conocerlos permite que nos superemos y que progresemos internamente. Quizás usted, porque nadie se los ha presentado, prefiere hablar con sus plantas. De acuerdo. ¡Pero no espere de ellas más ayuda de la que le brinda su psiquiatra!

El mágico encanto de las velas. Lo mismo son icono de relax y romanticismo que de la vida y la muerte. Están en todos los ritos, templos y hasta en los cumpleaños, porque de ellas depende que se cumpla un deseo. Siempre envueltas de un halo místico, ¿qué fuerza esconden esas pequeñas llamas que llevan una eternidad hechizando al hombre?

Morir y resucitar a voluntad. Un túnel oscuro, una luz al final; el reencuentro con familiares y amigos ya fallecidos; la visión y el contacto con el ángel de la guarda... Y regresar para contarlo. La muerte podría dejar de ser un lugar somático para convertirse en un lugar en la conciencia. Lo que en definitiva siempre fue: un estado de ánimo.

Viejas canciones. Siempre están ahí: rondando en las veredas o en los patios de las escuelas, repetidas día tras día, sufriendo un proceso de trasvasamiento de generación en generación, pero conservando toda la esencia y la pureza del mensaje. Cuando uno las escucha, los recuerdos se afanan por rescatar los años pasados y volver a esos días.




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