La magia de Harry Houdini

Conocido por sus escapismos imposibles, incorporó a sus números conceptos futuristas como la fuerza física, la velocidad, la tensión y el reto, deslumbrando a multitud de espectadores.

La magia de Harry Houdini

Harry Houdini, el escapista más famoso de todos los tiempos, fue un mago de origen húngaro que dominó el negocio del espectáculo en Norteamérica durante el primer cuarto del siglo XX.

Ehrich Weiss, cuando todavía no era Houdini, mostrando sus medallas ganadas como atleta (1890).Conocido como “el hombre que podría escapar de cualquier cosa”, deslumbró a multitud de espectadores al sumergirse en lagos y ríos helados, esposado de pies y manos, para zafarse de sus cadenas y salir ileso a la superficie. Según su propio recuento, escapó 2.000 veces a esta clase de muerte. Houdini nunca pretendió tener poderes sobrenaturales; de hecho, tenía a gala desenmascarar las pretensiones de médiums y místicos fraudulentos. En cambio, adiestraba su cuerpo y su mente con el rigor de un yogui hindú, cultivando la agilidad que requerían las evasiones y entrenándose para afrontar fuertes dolores y largos períodos sin respirar.

Houdini en 1899. Concibió la magia como un espectáculo en sí mismo y demostró gran habilidad para liberarse de esposas, cuerdas, cadenas y todo tipo de habitáculos cerrados.Nacido en 1874 en Budapest, bajo el nombre de Ehrich Weiss, era el cuarto hijo de un matrimonio judío. Sus primeros años fueron difíciles. Apenas asistió a la escuela y desde su más tierna infancia tuvo que trabajar para contribuir a la economía familiar. Tenía once años cuando el espectáculo ‘Palingenesia’ del doctor Lynn despertó su interés por la magia y comenzó a ejercitarse en trucos de cartas, monedas y acrobacias con los que ganó algún dinero antes de que sus padres le enviaran a trabajar en la cerrajería del señor Hanauer. A él siempre le habían interesado los cierres y allí aprendió los mecanismos internos de todo tipo de candados, cerraduras y esposas que tan útil le sería cuando a los diecisiete años se convirtió en Harry Houdini. (Harry, por una similitud con el sonido de su propio nombre, y Houdini, por admiración hacia el prestidigitador galo Jean Eugène Robert-Houdin, el ilusionista más notorio del siglo XIX considerado el padre de la magia moderna. -Un amigo le explicó, erróneamente, que el agregado de la ‘i’ al final del nombre equivalía a escribir en francés “igual que”-).

Aunque comenzó su carrera como mago ingenioso, ocurrente y divertido haciendo juegos de cartas y otros efectos, pronto pasó a considerar practicar el escapismo.Emigró a Estados Unidos con sus padres cuando era todavía un niño en busca del sueño americano. Empezó su carrera como mago con números sencillos en espectáculos de poca categoría. Muy pronto abandonó la prestidigitación y se centró en su asombrosa habilidad para desembarazarse de esposas y cadenas. Primero sería en barracas de feria, luego en sofisticados teatros y más tarde en espectáculos de masas en mitad de la calle. Como rey de la evasión, se convirtió en primera figura de las salas de variedades más importantes de Norteamérica, así como en una atracción muy popular en las de Europa. Además de zambullirse maniatado en ríos, logró que sus actuaciones se hicieran famosas escapando de camisas de fuerza, cajones de embalar, baúles cerrados, e incluso celdas de máxima seguridad en prisiones federales y estatales: Antes de actuar en una ciudad, entraba en comisarías de policía junto a un grupo de periodistas y retaba a los agentes allí presentes a que le encerraran en los calabozos. Lo metían en una de las mazmorras y a los cinco minutos salía. Era su forma de hacerse publicidad sin gastarse un céntimo cuando su jactancioso reto salía publicado en los periódicos y era comentado en las calles por la ciudadanía al día siguiente. Así desafió a Scotland Yard y catapultó su carrera. “Puedo desbloquear una esposa común simplemente golpeándola contra el suelo. Conozco cada detalle de sus mecanismos y por lo tanto sé exactamente cómo proceder para abrirlas sin dificultad (…) No hay fraude alguno. Soy capaz de abrir cualquier cierre; así de sencillo”, explicó el propio Houdini en una ocasión.

En sus primeros años como mago había trabajado en el circo de los hermanos Welsh. Allí aprendió trucos de contorsionistas y trapecistas que después empleó en sus espectáculos.En aquellos primeros años del siglo XX recorrió Europa y se presentó incluso ante los Romanov y Rasputín en Rusia, donde la zarina, fascinada, se lo quiso quedar en la corte. Había fabricantes de cajas que aprovechaban para publicitarse provocando al escapista con sus cierres infranqueables, pero siempre fracasaban, y sus desafíos se volvieron entonces cada vez más atrevidos. Su obsesiva búsqueda de retos y apuestas más altas lo estaban poniendo en un camino peligroso. Parecía que ninguna ligadura, cerradura o cadena podía reducirle y anhelaba dar otro paso. Pero, ¿qué más podía hacer para superar su último número? En 1908 presentó su famosa exhibición del bidón de leche. Houdini se metía dentro y colmaban el barril antes de taparlo y cerrarlo con candados. Se bajaba el telón y cuando de nuevo se levantaba, el mago estaba libre mientras que el bidón seguía cerrado. Se explica que pedía a la gente contener la respiración tanto como él mientras intentaba escapar (algo que nadie conseguía) a la par que un gran reloj mostraba el paso de los minutos. La realidad era que solía evadirse al poco de entrar. A veces se sentaba durante un rato a leer el periódico mientras la orquesta tocaba música para imprimirle mayor emoción al show, entonces alzaban la cortina y aparecía. Fue un creador y un innovador que supo coger de su tiempo los elementos que iban a marcar la modernidad. En sus espectáculos generaba futuro. Encarnó los ideales del modernismo e hizo suya la frase del “más difícil todavía”. Entrenaba hasta el límite buscando hacer creer lo imposible. Otra de sus representaciones célebres era la celda de tortura de agua en la que le sumergían en un tanque con capacidad para mil litros cabeza abajo, encadenado y esposado con sus tobillos atrapados por cepos y la urna cerrada con candados. “Una hazaña que raya lo sobrenatural”, rezaba el cartel que anunciaba la función. ¿Cómo lograba liberarse? Houdini luchó con ahínco para que nadie descubriera sus secretos, y quizás es por eso que los magos actuales aún hoy practican sus números con gran éxito de público y admiración. También porque muchos le robaban sus funciones, algo que le enfurecía enormemente. Odiaba a los imitadores. Aunque en plagios tan mal hechos (algunos incluso perdieron la vida reproduciendo sus exhibiciones) o con, por ejemplo, esposas tan trucadas que no era extraño que en mitad del espectáculo se les cayeran ridículamente quedando en evidencia. Porque Houdini era mago, sí, pero no un farsante… El hecho de que se liberara de los grilletes era real, no había truco, el ardid estaba en qué lugar escondía la llave. A principios del siglo pasado tan solo había un centenar de llaves para todas las cerraduras del mundo y Houdini viajaba con ellas a todas partes. Utilizaba un sistema de clasificación de llaves y ganzúas en bolsitas de piel. ¿Cómo discernía la llave exacta que necesitaba si un sargento le colocaba determinado tipo de esposas en un presidio? Nadie lo sabe a ciencia cierta y quizá estos misterios son los que le hicieron ser tan grande. Había un escapista alemán que había copiado su función donde retaba al público para que le llevaran sus propios grilletes asegurando que se libraría de ellos… Nuestro mago fue al teatro, de incógnito, donde actuaba aquel hombre, y cuando se dirigió a la concurrencia para desafiarlos, Houdini subió al escenario con unas esposas de las que estaba seguro que no lograría zafarse. Una vez encadenado, hizo todo lo posible durante casi media hora sin obtener ningún éxito. Harry subió de nuevo a escena y le dijo al público: “¡Han visto, le ha robado el número al Gran Houdini y ha fracasado!”. Disfrutaba dejando en ridículo o exponiendo los trucos de los impostores a los asistentes. En aquella época los magos empezaban a buscar formas legales de impedir que otros se apropiaran de lo ajeno pues había gran rivalidad entre ellos. Cuando una de sus actuaciones era imitada o revendida (como pasó con la del bidón de leche) lo denunciaba incluso ante los tribunales.

Houdini, además, era un maestro manejando la sugestión. Tenía un par de hombres con un hacha preparados para romper el cristal si no conseguía escapar a tiempo, y él prometía a su público que sinceramente esperaba no pasase nada, aunque también les advertía de forma inquietante que los accidentes ocurren cuando menos te los esperas. La tensión aumentaba conforme el aforo lo veía retorciéndose en el agua. Se podía observar claramente cómo se le movía el pelo y cómo salían burbujas de su boca… La sensación que se generaba es inenarrable. Cuando Houdini estaba sobre el escenario, se podía oír hasta el vuelo de una mosca porque en verdad sus números conllevaban un riesgo extremo. No siempre salía todo como esperaba. Una vez se golpeó la cabeza con el fondo del mar al saltar maniatado desde el muelle. En otra ocasión la corriente era tan fuerte que empezó a arrastrarlo hacia abajo y estuvo a punto de no poder salir. Fracturas de tobillos, traumatismos, golpes… Sus desafíos eran sesiones de tortura diaria. Se sentía un superhombre y creía que podía con todo.

Houdini ensayando el truco de la cámara de tortura acuática, emblemático número que causaba en el gran público una impresión de terror, subida de adrenalina y apasionada angustia.Se suele considerar a Houdini el mejor escapista de todos los tiempos, una especialización que está considerada como una de las más duras dentro de la magia y requiere de un entrenamiento especial, y también precursor de muchas de las hazañas y retos de esta índole. Cada día se sumergía en una bañera de agua llena de bloques de hielo. Con la práctica llegó a ser capaz de permanecer hasta tres minutos sin respirar. Disponía además de un taller donde desarrollaba sus habilidades con toda variedad de cachivaches, lo último en tecnología y fotografía y miles de libros de ciencia y magia. Como se ha señalado, se escabulló de cuerdas, cadenas, camisas de fuerza, todo tipo de esposas, barriles, cajas, baúles, bidones, bolsas, sacos, ataúdes, jaulas y habitaciones cerradas. En realidad, muchos de sus trucos tenían que ver no con un engaño sino con días, meses y años de adiestramiento para realizar operaciones muy veloces. El público que le veía deseaba a la vez que triunfara y que fallara; la sensación de peligro inminente era tan poderosa en cada uno de sus números, que ensimismaba y atraía por sí misma.

En general realizaba sus proezas sin ayuda de personas allegadas a él. Muchos trucos tenían que ver con años de entrenamiento para realizar operaciones muy veloces.En ocasiones ofrecía ser examinado desnudo y que probaran en él nuevos candados, grilletes, esposas o dispositivos elaborados por la gente del lugar en que actuaba. Marineros, fabricantes de cuerdas, sacos y todo tipo de materiales intentaron retenerle sin éxito. La gente parecía emocionarse más cuando la hazaña se hacía a la vista del público. Con esa premisa alguno de sus escapes, que se convirtieron en clásicos como el de la camisa de fuerza (para el que se inspiró en un manicomio), los realizaba a ojos de todos; otros los hacía en secreto tras una discreta cortina, donde nadie -ni siquiera los ayudantes- podían ver sus técnicas privadas. En algunos tardaba unos pocos minutos; en los más complejos llegó a emplear más de una hora. Para acabar, cómo no mencionar aunque sea de pasada el que sería uno de los mayores prodigios obrados por Houdini: la desaparición, en una habilidosa ilusión óptica, de un elefante ante los asombrados ojos de cientos de espectadores.

Película ‘The Grim Game’, 1919. Gracias al cine podía estar presente en cuantiosos sitios a la vez sin hacer giras, pero los cortes de cámara provocaban que sus trucos no parecieran tan fiables.Conocido por su mirada hipnótica, la hermosa cabeza y las acusadas facciones de Houdini le hacían semejante a un cónsul romano y le ayudaron a convertirse en estrella de películas mudas, y aunque sus proezas no resultaban tan efectistas como en directo son a día de hoy buenos documentos gráficos de sus escapatorias.

Una de las gestas más celebradas de Houdini no fue sin embargo una evasión, sino más bien una demostración de respiración controlada. En 1926, leyó que un faquir egipcio pretendía tener poderes sobrenaturales y haber sobrevivido a la prueba de estar una hora bajo el agua dentro de un ataúd precintado. Llamado Rahman Bey, decía este que la hazaña solamente se podía realizar mediante la consecución de un estado de animación suspendida en el que cesaba la respiración. Houdini, siempre enemigo de quienes consideraba que cometían fraudes, decidió demostrar que Bey estaba equivocado.

Harry Houdini en la piscina del Hotel Shelton de Nueva York.Utilizando una caja de estaño hecha especialmente para la ocasión, del tamaño de un ataúd, el mago se entrenó durante tres semanas con mayor energía incluso de la habitual. Poco aficionado a afrontar riesgos innecesarios, había equipado la caja con un teléfono para poder mantener una línea abierta con su veterano ayudante, Jimmy Collins, en caso de emergencia. El día cinco de agosto se tendió en la caja, cuya tapa se atornilló y soldó, y fue introducido en la piscina del Hotel Shelton de Nueva York.

Harry Houdini en la piscina del Hotel Shelton de Nueva York.Transcurridos cincuenta minutos, notificó a Collins que estaba respirando pesadamente y “no estaba seguro de poder aguantar”, pero lo consiguió. Sobrepasó el período de una hora durante el que Rahman Bey había estado sumergido, y a la hora y cuarto -a pesar de que una rendija estaba dejando pasar agua- Houdini se mantenía en calma, respirando a un ritmo normal de diecisiete veces por minuto. Finalmente, después de una hora y media, le dijo a Collins que izase la caja. Los operarios la desprecintaron rápidamente, y él emergió mojado y exhausto, pero aún se permitió el lujo de demostrar sus aptitudes para el espectáculo realizando varias inspiraciones profundas, flexionando sus músculos y anunciando que se encontraba admirablemente.

Algunos partidarios de Rahman Bey acusaron a Houdini de ocultar en la caja productos químicos que liberaran oxígeno o perpetrar cualquier otra artimaña. Él replicó que no hacía falta ningún truco, aparte de la habilidad para disipar el miedo, mantener la serenidad y conservar el oxígeno mediante el control de la respiración. El examen de la caja demostró que no había empleado ninguna ayuda artificial.

Cementerio judío en Nueva York donde reposan los restos del afamado escapista.Houdini falleció solamente tres meses después, víctima de su fama y de su propia voluntad de hierro. Un joven que había oído mencionar la capacidad de este para resistir cualquier golpe a base de endurecer los músculos de su estómago, le dio un puñetazo en el abdomen cuando no estaba preparado. El impacto causó varias lesiones internas, pero el mago ignoró con todas sus fuerzas el dolor y la fiebre durante días, mientras su estado iba empeorando. Al final, sufrió un colapso durante una actuación y fue trasladado a una clínica. Era demasiado tarde: sucumbió a una peritonitis el 31 de octubre de 1926, a la edad de cincuenta y dos años. No hubo autopsia, circunstancia que dio cuerda a sus más fervientes seguidores para alimentar la leyenda negra en torno a su fallecimiento: un suero experimental inyectado estando internado en el hospital; un complot por parte de los espiritistas de la época, contra los que Houdini había emprendido una férrea campaña opositora, le habían envenenado para evitar que desmontase sus lucrativos negocios; muerto ahogado tratando de escapar de una cámara china de tortura… Pero no, simplemente murió por un cúmulo de circunstancias y por su cabezonería. El sepelio se realizó a los pocos días. Una multitud de dos mil personas acudió al evento, algo tan tumultuoso como algunos de sus números callejeros. Su colección mágica quedó en manos de su hermano Theodore, también escapista. Según el testamento de Houdini, aquellos tesoros de la historia de la magia debían destruirse borrando para siempre con ellos sus enigmas y misterios. En cambio pasaron a Sidney H. Radner, el joven protegido del hermano de Houdini. Durante más de sesenta años Radner guardó fielmente esos secretos hasta que en 1999 se puso a la venta tan inestimable colección en una subasta. Le enterraron en un cementerio judío en Queens (Nueva York), en el mausoleo que él mismo había dispuesto en vida y con el que demostró una vez más su ingenio. El busto del célebre ilusionista es el único que sobresale de entre las sencillas lápidas judías cuando nieva en invierno. Es un efecto calculadísimo. ¿Y por qué el mago se hizo enterrar con todas las cartas de su madre bajo su cabeza a modo de almohada? Eso es un misterio.

Cartel anunciador de una actuación del mago. Houdini incorporó a sus números conceptos futuristas como la fuerza física, la velocidad, la tensión y el reto.Hay quien dice que una obsesión de Houdini era la muerte. A partir de cierto momento en su trayectoria profesional, casi todos sus retos supusieron un enfrentamiento directo con un riesgo fatídico, un peligro de óbito real que cautivaba al público, tanto que algunos abandonaban la sala antes de que terminara el espectáculo. Curiosamente el mago había tenido un accidente en un río siendo pequeño, con siete años, y estuvo a punto de perecer ahogado. Es interesante que muchos de sus desafíos tengan como protagonista precisamente la inmersión en agua (bidones, acuarios, ríos) en los que siempre acaba burlando a tan funesto destino.

La última parte de su carrera la dedicó a una faceta muy especial: ser el azote de los espiritistas. Los millones de muertos de la Primera Guerra Mundial, así como los avances en las ciencias, la electricidad y el cambio de siglo habían producido un resurgimiento de lo paranormal: eran cuestiones poco entendidas todavía, pero misteriosas y fascinantes para el gran público, que había perdido recientemente a muchos de sus seres queridos. En salones de espectáculos médiums y espiritistas hacían su negocio “contactando” con el más allá.

Harry Houdini, con su madre y su esposa Bess en 1907.A Houdini le había dolido mucho perder a su madre, a la que quería con locura. Falleció de un ictus que primero la paralizó y posteriormente la mató. Una mujer que era para él la noche y el día y por la que sentía más que amor. Lo que realmente se le clavó en el alma fue que expiró su último aliento cuando él se encontraba en Europa de gira, a muchos kilómetros de su cálido abrazo. Siempre evitaba las actuaciones lejanas por si se veía obligado a regresar por su salud, y esa vez no lo hizo. La marcha prematura de la persona que más estimaba en este mundo acabó con Houdini. Su única obsesión a partir de entonces fue tratar de encontrar a un médium o un vidente que pudiera ponerle en contacto con su madre, alguien que lograse ayudarle a escuchar de nuevo las reconfortantes palabras de su progenitora, una persona que le demostrara que nadie se va para siempre, y que ella le estaba esperando en algún sitio.

De aquella época data su amistad y posterior enfrentamiento con sir Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes. Cuando se conocieron entablaron una entrañable amistad, pero sus creencias, aunque se admiran mutuamente, pronto se vieron enfrentadas: Conan Doyle era un creyente del mundo espiritual y paranormal, mientras que Houdini se erigió en cruzado contra todo ello. No era escéptico, pero sólo se encontró estafadores y no le quedó más remedio. El escritor llegó a estar convencido de que las habilidades del mago eran genuinas, realmente paranormales, y no meros trucos. Como tantos otros, creía que el ilusionista era capaz de desmaterializarse, a pesar de haberle explicado este en persona algunas de sus técnicas de magia y escapismo o de haber visto como el propio Harry desenmascaraba los burdos montajes de los espiritistas como parte de sus espectáculos; charlatanes de medio pelo versados en las artes escénicas, personas que, como él mismo decía, se aprovechaban del sufrimiento ajeno para llenarse los bolsillos de oro ofreciendo falsas esperanzas a las almas atormentadas. En esta línea, hubo un truco que Houdini realizó un solo día para su crédulo amigo Conan Doyle: le dijo que se fuera a la calle y escribiera algo en un papel; al regresar, el mago hizo que un mecanismo automático escribiera esas frases en una pizarra. “Querido Arthur -le dijo-, le aseguro que es un simple ardid, que no revelaré, pero no hay ningún poder sobrenatural”. Al fin y al cabo, los “paranormales” movimientos de objetos, vuelos de sillas, apariciones fantasmales y demás pirotecnia espiritista no sólo no se alejaban en absoluto de la narrativa ilusionista, sino que compartían con ella ciertas técnicas y su condición, en definitiva, de truco de magia. Y así lo entendía Houdini, quien en cierta ocasión al principio de su carrera ya había ejercido de médium ante un público al que se le invitaba a comunicarse con sus seres queridos muertos. El mago entraba en trance y revelaba ante sus anonadados asistentes detalles íntimos sobre sus vidas, sucesos trágicos o parentescos. Lo que él sabía, sin embargo, no procedía de los espíritus sino de una exhaustiva investigación que el ilusionista efectuaba unos días antes en busca de información sobre el pueblo y sus habitantes en lugares como la biblioteca o el cementerio. Otras veces, hacía flotar instrumentos musicales o se liberaba de sus ataduras con una fascinante habilidad que él atribuía a la intervención de los espíritus: “En aquel tiempo, apreciaba el hecho de que sorprendía a mis espectadores y, aunque era consciente de que les engañaba, no veía ni entendía la gravedad de trivializar tal sentimiento sagrado [el duelo] y el resultado funesto que inevitablemente seguía. Para mí, era una broma”. Conan Doyle quiso creer y lo hizo, Houdini necesitaba evidencias para poder hacerlo y no las obtuvo.

Así, mientras el ilusionista lidiaba con su dolor y Conan Doyle exprimía su imaginación hablando de las aventuras del arte de la deducción, el destino quiso volver a juntar a esta extraña pareja. Lo hizo en un hotel de Atlantic City, entre giras y firmas de obras allá por los años veinte. La reunión fue para el mago un sueño hecho realidad, pues su apreciado amigo le desveló entonces algo que cambiaría su vida: su mujer, Jean Leckie, era una espiritista. El escritor le explicó que su esposa era una médium y que sentía una vibración sensorial que, según creía, podía corresponderse con la de la madre de Harry. El escapista no lo dudó. ¿Quién mejor que una persona en la que tenía total confianza para servir de puente entre él y el más allá? Convencido de que al fin podría ponerse en contacto con su progenitora, acudió a una cita en la habitación que el matrimonio Doyle tenía en su hotel. Prepararon el ambiente para una auténtica sesión de espiritismo: bajaron las persianas, pusieron velas… Concentración, silencio, la llamada al espíritu… y la esposa de Doyle entró en un profundo trance: las manos le temblaban y golpeaban la mesa, le vibraba la voz y pidió a los espíritus que le dieran un mensaje. Entonces, la mujer empezó a escribir lo que, al final, fue una carta de quince hojas que, supuestamente, dedicaba su madre al mago. Cuando la sesión acabó, Doyle estaba exultante: su mujer había logrado algo que nadie había conseguido hasta ese momento. O eso parecía… Houdini leyó el texto… pero lamentablemente para él muchas cosas no le cuadraban.

De esta forma, cuando la médium transcribió el “mensaje literal” que había recibido del otro mundo, Harry cogitó de él que difícilmente podía provenir en verdad de su progenitora: primero porque el mensaje estaba en inglés, mientras que su madre solamente hablaba una mezcla de alemán, húngaro y yidis; segundo porque una cruz encabezaba el mensaje, y su familia era judía; y tercero, y más sangrante en su honda reflexión, porque la misiva tenía un contenido genérico: eran las palabras de una madre cariñosa que estaba alejada de su hijo, y poco más, con frases sin trascendencia. No daba pistas de que fuera ella. No había datos concretos. Ni un solo pequeño detalle gracias al que se pudiera determinar sin el más leve género de dudas que era realmente el espíritu de su madre quien estaba detrás de aquellas palabras.

Conan Doyle se fijaba en los efectos y Houdini investigaba los métodos. Lo que para uno era intervención patente de los espíritus, para el otro eran falsificaciones y fraudes.No esbozó ni la más mínima reacción. Su rostro denotaba total seriedad. Ese día, Houdini se tragó su orgullo y, por tener cierta estima a los Doyle, no les expuso delante de las narices sus engaños en aquel mismísimo instante de cólera contenida. Se limitó a dar las gracias y se marchó pero, ciertamente muy indignado, juró convertirse en un guerrero contra el ocultismo, tan triste suceso había sido la gota que colmó el vaso de su paciencia: “No digo que lady Doyle sea una estafadora, sino una ilusa, posiblemente bajo el influjo de su engañado marido”, escribiría después Houdini, a quien le invadió desde aquel momento la rabia y la frustración. Obviamente médiums y espiritistas usaban tretas que difícilmente escaparían al escrutinio de un buen mago. Armado con sus conocimientos, y a veces con disfraces, se presentaba en reuniones para desenmascarar fraudes. Publicó artículos en la revista Scientific American, declaró contra el espiritismo ante el Congreso y dejó en ridículo a los creyentes de lo paranormal. Ofreció premios a quien demostrara tener auténticas habilidades sobrenaturales, pero nunca fueron otorgados a nadie, pues sus argucias siempre eran descubiertas por él. De esta manera, la relación de Houdini con el espiritismo fue una constante que le perseguiría ya toda su vida. Él quiso creer, pero no le dejaron; siempre pensó en el fondo que había algo más, pero era extremadamente cauto y no pudo admitirlo viendo además el panorama a su alrededor. Mientras que las sesiones se popularizaban por todo Estados Unidos, Houdini se estaba convirtiendo en el gran azote de una nueva religión que ganaba practicantes a una velocidad de vértigo. Con una simple ojeada encontraba las artimañas: las falsas luces, los sonidos hechos de forma mecánica, mensajes pactados… Era muy difícil engañarle siendo él un experto en usar ese tipo de astucias. Todas aquellas mentiras que fue hallando las recogió en un libro que publicó en 1924 y que llamó Un mago entre los espíritus. En él escribió una frase lapidaria: “Hasta el momento presente, todo cuanto he investigado ha sido el resultado de unas mentes cándidas”. Empezó igualmente una pelea pública con Conan Doyle a través de los medios que hizo las delicias de la prensa. “Doyle se ha negado a discutir la cuestión desde cualquier otra perspectiva que no sea la del espiritismo y, de todas nuestras conversaciones, sólo cita aquellas que lo favorecen en todos los aspectos, y si uno no lo sigue dócilmente durante sus investigaciones, queda eliminado para siempre en lo que a sir Arthur concierne”. Su amistad quedó bastante tocada. Cuando el escritor le dijo que había sacrificado muchas cosas por la divulgación de su fe, el escapista se mostró tajante: “En mi opinión, no es ningún sacrificio convencer a la gente que ha sufrido recientemente una pérdida de la posibilidad y realidad de comunicarse con sus seres amados. Para mí, los pobres seguidores que sufren y buscan con ansia un alivio a ese dolor del corazón que sigue al deceso de un ser querido son el sacrificio”. No volvieron a verse.

Houdini no tuvo hijos porque su esposa Bess podría haber padecido los síntomas de una amenorrea primaria.Tras muchos años luchando contra lo paranormal, y cansado de embaucadores, llegó a pensar que, cuando muriera, serían decenas los ocultistas que afirmarían haber contactado con él. Era algo inevitable. Por ello (y porque creía que regresar de entre los difuntos era posible sin necesidad de intermediarios) ideó en un reto definitivo un código cifrado que compartió con su mujer, consistente en diez palabras secretas (curiosamente, extraídas de una carta de Conan Doyle): Aprovechando su propio fallecimiento, si existía el mundo de los espíritus, si alguna vez se comunicaba a través de algún médium desde el más allá usaría ese código, de modo que Bess pudiera tener la certeza de que el contacto era genuino. Advirtió, pues, a su esposa, que si hallaba alguna forma de revelarse desde el otro mundo, él sin duda lo haría.

No se equivocaba Houdini al prever que su esposa vería desfilar a multitud de espiritistas con supuestos mensajes suyos. Según explica Roger Clarke en su obra La historia de los fantasmas. 500 años buscando pruebas, el mensaje acordado (lleno de matices personales y sentimentales) incluía los siguientes términos: “Rosabelle: answer – tell – pray, answer – look – tell – answer, answer – tell”. ¿Por qué Rosabelle? Porque el anillo de boda de Bess lo llevaba escrito ya que era el título de la canción favorita de ambos que ella cantaba sobre un escenario cuando se vieron por vez primera, y el resto de palabras corresponde a un código secreto de deletreo que utilizaban el mago y su ayudante para pasarse información en los números de mentalismo. Una vez determinada la identidad de Rosabelle, la señal secreta de Houdini habría deletreado una orden clara desde el otro mundo. Y aquella orden era, simplemente, “believe”: cree, determina el autor en su libro.

Diversos médiums aseguraron haber entrado en contacto con el espíritu del escapista, especialmente uno llamado Arthur Ford, aunque en verdad su mujer nunca recibió el código en clave, al menos lícitamente. Llegaron a publicar historias falseando incluso el testimonio de Bess para hacer creer que había aceptado que el código había sido revelado, pero nunca fue así. Después de mucho insistir cada aniversario de su fenecimiento, al cabo de diez años, su mujer celebró una última sesión, sin éxito. Apagó entonces una vela que simbólicamente había mantenido encendida junto a la fotografía de su marido: “Houdini no se ha manifestado. He perdido mi última esperanza. No creo que mi marido pueda volver a mí, ni a nadie más. (…) Respetuosamente, todo ha terminado. ¡Buenas noches, Harry!”, dijo. A pesar de su incredulidad, desde entonces, es tradición entre los magos celebrar sesiones en las que se invoca al espíritu de Houdini cada 31 de octubre. Ciertamente, en aquella época, Bess estaba ya bastante enferma. Padecía una severa dolencia cardíaca y es posible que, incluso, estuviera senil, habiendo olvidado que, tiempo atrás, había desvelado ella misma el sistema de reglas que permitirían, de producirse, comprender el mensaje de su marido a un biógrafo y que este era ya de dominio público en algunos círculos cerrados y es probable que hubiera llegado a oídos de Arthur Ford.

Una de las últimas proezas que popularizó, y que a más gente congregaba, era escapar de una camisa de fuerza suspendido cabeza abajo, colgado de una cuerda, de una altísima grúa.Harry Houdini se convirtió en el mago más reputado de todos los tiempos porque fue capaz de identificar una laguna en la magia que nadie había explotado. Cuando los teatros estaban todavía anclados en la imaginería del siglo XIX, él incorporó a sus números conceptos futuristas como la fuerza física, la velocidad, la tensión y el reto. ¿Cómo podía salir vivo de aquellos artilugios asesinos? La mera idea de hacerlo cabeza abajo ya era una locura, ¿a qué demente se le ocurriría hacer algo así? Se enganchaba por los tobillos y se colgaba del asta de una bandera, de una torre o del saliente de una ventana del piso de un rascacielos y empezaba a retorcerse en el aire ante los atónitos ojos de una concurrencia que sufría con él. Sabía publicitarse como nadie y era extremadamente inteligente, además de arrogante. El ilusionista se sirvió asimismo de estrategias de comunicación propias de nuestro siglo y de todos los medios a su alcance, incluyendo la prensa, la publicidad, la radio y el cine, para darse a conocer en todas partes. El esfuerzo físico, la capacidad de trabajo, la superación frente al dolor y las adversidades forjaron la creación de su personaje. Era una enorme personalidad nunca vista en el mundo, que desafiaba a su público con un espectáculo utópico y que podía conseguir que este hiciera cualquier cosa, lo que él quisiera. Se creía mejor que los demás, y en realidad lo era.

El "cómo me llamo" marca nuestra vida. El nombre es nuestra tarjeta de presentación, aquello que para bien o para mal nos distingue de la masa. Nos singulariza aunque, a veces, en demasía. Lo que para unos es motivo de orgullo, parte esencial de su ser, incluso un fragmento de su propia alma, para otros es una pesada carga difícil de llevar y dura de soportar.

Morir y resucitar a voluntad. Un túnel oscuro, una luz al final; el reencuentro con familiares y amigos ya fallecidos; la visión y el contacto con el ángel de la guarda... Y regresar para contarlo. La muerte podría dejar de ser un lugar somático para convertirse en un lugar en la conciencia. Lo que en definitiva siempre fue: un estado de ánimo.

La Atlántida, el paraíso perdido. Una isla misteriosa y un pueblo fundador de una cultura brillante. El continente de la Atlántida continúa siendo uno de los enigmas más sorprendentes de la historia. Si es cierto que existió, fue una civilización como no ha habido nunca otra igual. ¿Hubo algo de verdad? ¿Encontraremos algún día restos que den sentido a los testimonios?




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