Las ideas sobre los estilos en las artes revisten particular dificultad. A la hora de definir un estilo, nos damos cuenta de que entre uno y otro algo cambia; pero precisar rotundamente el momento del cambio, resulta ser tarea que reviste especial compromiso. Una forma ligeramente diferente de la anterior es capaz de iluminar las épocas posteriores. Cuando contemplamos la pintura de Giotto, nos damos cuenta de que algo en el ambiente artístico del trecento italiano y, en concreto, de la Toscana, está cambiando con relación a la anterior pintura de Cimabue. Pero sería falso creer que Giotto fue el artífice único de esta transformación. Efectivamente, el cambio estaba preparado ya por los Pisano en la escultura, por el movimiento literario y por las órdenes mendicantes. Ciñéndonos a la música, ocurre lo mismo.
Apoyados en la historia del arte, los estilos -románico, gótico, renacentista, barroco, clásico, romántico- han querido buscar un paralelismo en el campo de la música. Modernamente, se ha pensado que todo esto debía de ser reestructurado. Parece más bien que habrá que pensar en tres estilos fundamentales que agruparán los anteriormente mencionados. Estos serían: gótico, barroco y romántico, quedando los restantes como elementos integrantes, no antagónicos -que sería lo necesario a la hora de definir estilos-, y que todos, en conjunto, forman otras tantas fases de un estilo y movimiento único que sería la historia de la música.
Grandes musicólogos han definido el estilo como “el resultado de la relación y coordinación de caracteres o rasgos distintivos propios a los materiales empleados en la construcción de la obra de arte”. El primer período estilístico sería la era de la monodia europea, que podemos equipararla por su estructura con el románico europeo en arquitectura. Digamos que es un canto “horizontal”, como horizontal es la vía sacra que conduce al altar en una iglesia románica.
El ejemplo en el campo de la arquitectura es aleccionador al respecto. Los arcos en la nave románica son cada uno en sí mismo un elemento cerrado: el arco descansa en la pilastra con sensación de peso y de reposo en cada uno de los períodos. El mismo paralelo podemos encontrar en la música monódica, donde los elementos de “dinamismo” y “reposo” pueden equipararse con el arco románico.
Pero a partir del siglo XIII, el románico sufre una metamorfosis. El proceso comienza en Hirschau y en St. Denis: este movimiento ascensorial en la arquitectura recibe el nombre de gótico.
Este proceso ascensional en la fábrica de las iglesias catedrales de Francia coincide con otro movimiento paralelo en música: la polifonía. Así como en el nuevo estilo arquitectónico del gótico el arco y la columna o pilastra redonda ya no son autónomos en sí, sino que por la sucesión de distintas columnas conduce -como en un proceso encadenado- dinámicamente al coro y al altar, así, en la polifonía, el elemento vertical polifónico lleva un proceso armónico que termina en la cadencia final, no como en los pequeños períodos monódicos, donde cada frase quedaba como cerrada en sí misma. El elemento ascensional vertical queda equilibrado con el horizontal en un conjunto airoso de carácter flotante.
El Renacimiento presenta, en música -no como en la pintura-, un carácter que no difiere esencialmente del gótico. En música, el Renacimiento no hace sino prolongar el mismo espíritu de la polifonía. El motete religioso llevado y traspuesto a lo profano engendra en Francia la chanson y en Italia la gemela forma del madrigal y el villancico. Otra novedad importante que tendrá amplia resonancia es la trasposición de instrumentos a las composiciones polifónicas. Es decir, donde antes cantaban voces humanas, cantan ahora distintos instrumentos. Con esta innovación, la música, en calidad de conjunto instrumental, transforma el estilo gótico de la polifonía vocal en un nuevo estilo, que tendrá su pleno desarrollo en las épocas posteriores.
Con el Barroco surgen unas nuevas formas y unos nuevos factores. La sonata, la suite de danzas, el concierto grosso y la incipiente sinfonía (sonata para orquesta) son las formas nuevas que, poco a poco, van tomando y van creando su propio repertorio. Dos instrumentos principales adquieren un carácter decididamente virtuoso: el violín y el clavicémbalo. El virtuosismo es, por definición, un elemento solista que actúa acompañado por otros. Esto es ya un elemento de primera importancia, opuesto al espíritu de la polifonía y monodia medieval, donde se requería la actuación en conjunto. Al mismo tiempo, se va haciendo cada vez más importante la composición para la escena ópera in música que, en el siglo correspondiente al Romanticismo, adquirirá proporciones definitivas. Las composiciones del Barroco tienen su paralelismo en la arquitectura pertinente. La melodía rizada de los instrumentos solistas, el claro optimismo de sus composiciones, tienen su expresión paralela en las columnas salomónicas, en las “rocallas”, en la infinidad de pequeños ángeles y figuras que pueblan las cúpulas, columnas y altares de las iglesias; en los colores blancos, rosas, amarillos y oros de sus artesonados, y en los ambientes llenos de luz y de color de las pinturas de sus cúpulas, como si las escenas prolongaran con sus rompientes la acción hasta el mismo cielo.
El Romanticismo será la cumbre y perfeccionamiento de las formas concierto, sinfonía y ópera. El virtuoso, intérprete o cantante, y el compositor cobran una importancia decisiva en el ámbito social, y el concierto, como forma popular de fruición entre la sociedad, se hace mucho más amplio.
Si en el período gótico la música tiene casi un único consumidor, que es la Iglesia y su liturgia, pronto los juglares con sus canciones de amor harán llegar la música a los pequeños círculos de las cortes y ambientes estudiantiles.
En el Barroco, el destinatario principal de la música será el príncipe y la corte de los nobles, sean o no eclesiásticos.
Por fin, en el Romanticismo, el destinatario de la música será el público de la sala de conciertos, y el compositor se convierte en el artista independiente que hoy conocemos.