El siglo XX supuso una vertiginosa aceleración del tiempo histórico. Fue la época de la tecnología, de la democracia, del socialismo, de la sociedad de consumo, de la liberación de la mujer… Dos grandes sistemas adoptan los hombres para el desempeño de su actividad: capitalismo y socialismo. Los dos sistemas comportan unas distintas formas de organización social y por ende, de estructuras políticas; en definitiva, de relaciones internas dentro de cada grupo social y externas entre las diferentes colectividades humanas. Cada sistema tendrá dos modelos: los Estados Unidos y la extinta Unión Soviética. Y a caballo de ambos mundos socioeconómicos se situará un tercer mundo, el mundo del subdesarrollo.
LAS BASES DEL SISTEMA CAPITALISTA
•EL CAPITAL
Adam Smith será el primer teórico de un sistema basado en la absoluta libertad en la producción y en la articulación de los precios. El Estado, ante las actividades económicas, debe abstenerse. Es el laissez faire, laissez passer (“dejad hacer, dejad pasar”, expresión francesa que se refiere a una completa libertad en la economía: libre mercado, libre manufactura, bajos o nulos impuestos, libre mercado laboral, y mínima intervención de los gobiernos. Fue usada por primera vez por Jacques Claude Marie Vincent de Gournay, fisiócrata del siglo XVIII, contra el intervencionismo del gobierno en la economía).
El capitalismo se desarrollará, a lo largo del siglo XIX, de la mano de las ideologías burguesas y de la expansión imperialista de los europeos. El mundo proporcionará materias primas a Europa y las fábricas se extenderán por todo el continente. Las empresas crecerán hasta perder sus dueños el carácter personal y de relación directa con la fábrica (sociedades por acciones) y como telón de fondo del panorama surgirá una clase social nueva, el proletariado, que irá adquiriendo conciencia de su fuerza y, al mismo tiempo, de su situación dirigiéndose a la conquista del Estado. Y el Estado, que ya había comenzado una serie de tímidas actuaciones a base de leyes inconexas y paternalistas se irá convirtiendo en elemento de equilibrio entre los dos polos de la actividad económica: las empresas por un lado, dueñas del capital, y los trabajadores por el otro, autores materiales de los productos fabricados.
Ya desde el propio campo de la teoría económica liberal del siglo XIX (Stuart Mill, David Ricardo…) comienza a admitirse una cierta intervención del Estado, mientras paralelamente surgen, como veremos, teóricos que propugnan un control absoluto de todas las actividades de tipo económico por los estados poniendo, incluso, a discusión la premisa fundamental del sistema: la propiedad privada, que mientras para todo el mundo había sido siempre considerada un derecho natural, para los nuevos teóricos es una simple institución social que muy bien podría desaparecer.
El sistema capitalista está basado, entonces, en la propiedad privada y su utilización para proporcionar un beneficio a los que la poseen. Este beneficio estará fundado en un mercado libre de los productos y de la contratación de los que trabajan para producirlos. El reconocimiento de un sistema socioeconómico estribará en si existe o no separación entre la propiedad de los bienes y los trabajadores que los manejan. Este segundo caso no aparecerá hasta 1917.
Samuelson señala tres preguntas cuya contestación nos da la clave del sistema: a) Qué y por qué se produce, b) cómo se produce, y c) para quién se produce. Del resultado de esta inquisición deduciremos ante qué sistema socioeconómico estamos.
•LA PROBLEMÁTICA
El desarrollo del sistema capitalista conlleva una serie de problemas basados en su complejidad: la estructura empresarial, las técnicas de la producción (cada vez más complicadas), la competencia entre las empresas (cada vez más cruel), las fabulosas y cada vez mayores necesidades de financiación para constantes ampliaciones de la empresa (con la intervención de los bancos y el juego de las acciones en las bolsas de valores), la búsqueda afanosa de mercados (con gigantescos gastos de propaganda a nivel mundial), la obtención de materias primas (que se obtienen muchas veces a base de dominar militar o económicamente otros países), la necesidad de estabilidad monetaria a través de patrones reconocidos internacionalmente (lo que no puede impedir la permanente inflación que va unida al sistema), las demandas de los productores (que a causa de la inflación piden constantemente más salario y, por otro lado, más dignas condiciones de trabajo), los gastos de investigación (para producir nuevos y más perfeccionados productos)…
•EL PROLETARIADO
Será esta problemática, y no consideraciones de índole moral y filosófica sobre la explotación de los obreros, la que lleve a los propios teóricos del sistema a desear la intervención de una autoridad. Y esta no podía ser otra que el Estado. Porque, como consecuencia de la íntima inseguridad de las estructuras capitalistas, el sistema se ve sometido constantemente a crisis y recesiones económicas, a unos sucesivos hundimientos y ascensos de la economía, a lo que se llaman los ciclos del capitalismo. Esto era tan terriblemente peligroso que podía conducir a la autodestrucción, como estuvo a punto de ocurrir en la Gran Depresión de 1929.
El crecimiento de las asociaciones obreras que organizan poderosos partidos que arrastran a las multitudes productoras (Marx señalaba que el proletariado conquistaría el poder, aprovechándose de una de las crisis cíclicas del sistema), decide el intervencionismo estatal.
Por ello, en el siglo XX el capitalismo fue adoptando una serie de formas nuevas, se desarrolla en un sentido imprevisible en su momento de auge, y aunque no renuncia a sus premisas básicas (propiedad privada y lucro de los poseedores), sí acepta e impulsa las leyes de protección a los obreros, la elevación del nivel y de la calidad de vida, la autoridad del Estado para estructurar y planificar las actividades económicas, y aún la renuncia a ciertos campos de la actividad económica que pasan a propiedad estatal.
Así, como veremos, en la segunda mitad del siglo XX capitalismo y socialismo, sistemas antagónicos e irreconciliables, comienzan un período de coexistencia pacífica y establecen fronteras mutuas que dividen el universo entre las dos posibilidades.
LA OPCIÓN PROPUESTA POR EL SOCIALISMO
•LOS SOCIALISMOS
En Alemania surgirán las primeras ideas contrarias al sistema capitalista partiendo de una nueva idea del Estado. El Estado no debe ser el espectador imparcial de las tensiones sociales, sino que debe comprometerse. Esta concepción del Estado, apoyando las ideologías obreristas que hemos visto anteriormente, dará origen al socialismo.
Bajo el epígrafe socialismo caben multitud de autores y teorías, algunas francamente divergentes, pero todas unidas por dos premisas fundamentales: la hostilidad hacia el capitalismo y la oposición a la propiedad privada. Podemos señalar tres corrientes socialistas. La primera en el tiempo sería la idealista. La segunda el socialismo científico de Karl Marx, ya en la segunda mitad del siglo XIX. Y la tercera, la de los epígonos del marxismo, hasta nuestros días, con múltiples variantes, desde el marxismo-leninismo, que triunfó en Rusia adoptando el nombre específico de comunismo, hasta los modernos y moderados socialismos de Europa occidental, que conviven con el capitalismo y que sienten (o debieran sentir) por el comunismo (por su negación de la libertad del hombre y por su concepción totalitaria del Estado) la misma repugnancia que los más decididos liberales. Estos socialismos europeos vienen alternando su estancia en el poder con otros partidos dentro de Europa: el laborismo británico, la socialdemocracia alemana, los socialismos nórdicos… Fuera de Europa se dan experiencias socialistas de los más diferentes estilos y catadura moral (maoísmo chino, socialismo israelí, comunismo cubano)…
•LA TEORÍA MARXISTA
Las ideas de Marx parten de la teoría de la plusvalía, según la cual si cada obrero recibiese por su trabajo un salario exactamente igual al esfuerzo realizado, el capital, lógicamente, no obtendría beneficios. Pero los obtiene porque hay una diferencia entre lo que paga a los obreros y el precio de venta del producto. Esta es la plusvalía, el beneficio del capital que se consigue, en definitiva, pagando menos el esfuerzo realizado por los productores. Como, por otro lado, las empresas son anónimas, son por acciones, el propietario no es nadie, es un capital, es decir, no es nada. Marx piensa que la propiedad debe pasar íntegramente a manos de los trabajadores, que los trabajadores recibirán exactamente la parte que corresponde a su esfuerzo personal y que, cuando esto llegue, habrá un mundo feliz. Desaparecería todo el complejo y delicado mecanismo de la estructura económica del mercado y no habría más períodos de crisis económicas. Sería aprovechando una de estas crisis como el proletariado haría su revolución a partir de una gran “huelga general” (tan típica en las incitaciones comunistas).
Marx elabora toda una teoría científica del pasado (la lucha de clases) y del futuro (una sociedad sin clases). Su pensamiento es una nueva teoría de la historia. Su socialismo científico, como el de Engels, es más una crítica y un análisis del capitalismo que una teoría del socialismo, porque Marx no quiere caer en las utopías. Por ello Marx, ese profeta de la humanidad, se ha visto, como todos los profetas, en trance de interpretación y han surgido las diferentes y heterogéneas formas de socialismo que se señalaban más arriba.
Quizá el punto de partida del arranque de los diferentes socialismos esté en la forma en que Marx concebía la toma del poder por el proletariado. Para Marx esto ocurriría por las propias contradicciones del sistema capitalista y en una sociedad que hubiese llegado a un alto grado de industrialización y concentración de capital.
Sin embargo, la primera revolución socialista, la soviética, la que llevaría al poder en la Rusia de los zares al partido comunista, partiría de unos presupuestos diferentes.
•EL COMUNISMO
La Revolución soviética se realizaría en el país menos preparado de Europa, en contra de las tesis de Marx. No sería la consecuencia de los fallos del sistema capitalista, sino como consecuencia de la voluntad de una minoría de activistas revolucionarios (los bolcheviques) y aprovechando una circunstancia exterior: la Primera Guerra Mundial que desde hacía tres años se desarrollaba con quebranto del ejército de los zares. Así, en febrero de 1917 estalló una revolución en Rusia, la cual, en sus primeros momentos (régimen de Kérenski) fue de régimen liberal y en la que los comunistas colaboraron como un partido más. Pero a los pocos meses (octubre) la auténtica Revolución soviética liquidó el régimen liberal.
El líder de la revolución, Lenin, tendría que abordar multitud de aspectos no previstos por Marx, el primero de los cuales sería la vertiente política del sistema, ya que el marxismo es más una filosofía de la historia y una teoría económica que un proyecto de estructura política, máxime cuando Marx pensaba que el Estado quedaría relegado a un papel secundario en una visión más cercana al anarquismo de Bakunin.
Lenin y su sucesor Stalin se encargarían de organizar el sistema en el plano económico y en el plano político. Y frente a las teorías internacionalistas del socialismo clásico realizarían, sobre todo el segundo, un comunismo nacional, ruso. Probablemente aquí estuvo la clave de su éxito.
LA EVOLUCIÓN DEL SISTEMA CAPITALISTA
•DE EUROPA A NORTEAMÉRICA
A fines del siglo XIX, Europa comienza a mostrar señales de resquebrajamiento: los italianos son vencidos por los etíopes en 1896; los españoles por los norteamericanos en 1898; los bóeres se enfrentan a los ingleses en África del Sur y, especialmente, los japoneses derrotan espectacularmente a los rusos en 1905. Por los mismos años, por primera vez en la historia, la producción de un país extraeuropeo, Estados Unidos, superó la producción inglesa de hulla. Y, finalmente, se produce lo que muchos autores llaman la Segunda Revolución Industrial en los últimos años del XIX y principios del XX: el motor de explosión (el automóvil), la electricidad, la aviación… Se desarrolla la química y la siderurgia, hay nuevas aplicaciones técnicas (la radio), médicas (los rayos X), de energía (el petróleo)… Las sociedades mercantiles se convierten en grandes sociedades anónimas y surgen fabulosos capitales formados por familias de la alta burguesía (los Rockefeller). Pero muchos de estos hechos, como estamos viendo, ya no son exclusivos de la vieja Europa. Nuevos competidores económicos aparecen frente a Gran Bretaña, Francia o Alemania. Sobre todos ellos, los Estados Unidos y Japón.
Será la Primera Guerra Mundial la que desencadene un proceso que ya se veía venir. Efectivamente, antes de 1914 los europeos cubrían sus déficits con los rendimientos de sus inversiones en el extranjero, con los beneficios de sus imperios coloniales, y en su relación con Estados Unidos eran acreedores. Pero, durante la guerra, hubieron de comprar armas, municiones y todo tipo de bienes a otros países industrializados. Y, claro está, fue Norteamérica la gran beneficiaria del cambio, pues a ella cedieron los europeos sus inversiones, y de ella recibieron préstamos cuantiosos.
Tras 1917 se produce un colapso económico que dura hasta 1921, año de máxima agudización de la crisis. A partir de esta fecha, la economía europea se recupera y hay una gran prosperidad de 1924 al 29. En estos años, los Estados Unidos realizan grandes inversiones en Europa para proporcionar un mercado a su industria, cada vez más potente. Pero comienza a extenderse la teoría del intervencionismo estatal y Estados Unidos establece poderosas tarifas aduaneras que frenan las exportaciones europeas. Por otro lado, los americanos, que habían entrado al final de la guerra al lado de los aliados y frente a los imperios centrales, cobrarán de estos las indemnizaciones de guerra, pero también de los vencedores, la devolución de los préstamos que les concedió Estados Unidos. Se conceden más y más créditos para el desarrollo industrial y la producción se duplica en breves años. Comienza una nueva curva ascendente.
•CRISIS Y DICTADURAS
En Europa, el Estado interviene de manera mucho más cruda. La democracia liberal entra en una profunda crisis agudizada por el receso económico posbélico. Otros factores intervienen: el miedo de la burguesía a los movimientos proletarios (el comunismo ha triunfado en Rusia y se ha formado la III Internacional), el hundimiento del gran capital europeo y su mayor dependencia de Norteamérica, el exacerbamiento de los nacionalismos tras la decepción de una guerra que nada resuelve y la ampliación decidida del derecho del voto a las masas. Surgen así las dictaduras: Primo de Rivera en España, Mustafá Kemal “Atatürk” en Turquía, Carmona en Portugal, Pilsudski en Polonia… Pero, sobre todo, Mussolini en Italia creando un estado totalitario y un nuevo movimiento político: el fascismo.
El 24 de octubre de 1929, viernes, de manera súbita, comienza la más terrible crisis del capitalismo. El hundimiento total de la Bolsa de Nueva York (Wall Street) desencadena una violenta recesión económica que arrastra a toda Europa (menos la URSS) y durará hasta 1932. La producción disminuye en más de un 50 por 100. Millones de obreros parados vagabundean por las calles. Las grandes empresas se arruinan, los bancos cierran. ¿Es este el momento del triunfo del socialismo?
•LOS INTERVENCIONISMOS
Las reacciones no se hacen esperar. Serán de dos tipos, pero ambos conducentes a la creación de un Estado claramente intervencionista: en unos países las masas proletarias se unen para la toma del poder (Frente Popular en Francia dirigido por Léon Blum), en otros el capital y la burguesía se entregan en manos de un totalitarismo de derechas que ya había triunfado en la Italia mussoliniana (nacionalsocialismo de Hitler en Alemania).
En Estados Unidos comienza la larga era de Roosevelt (1933-1945) con la implantación, asimismo, de un claro proteccionismo estatal. Es la New Deal, la nueva frontera, con el objetivo de sostener a las capas más pobres de la población, reformar los mercados financieros y redinamizar una economía estadounidense herida desde el crac de 1929 por el desempleo y las quiebras en cadena. Equipos de técnicos intentan conjugar la intervención del Estado con el mercado libre regulado por una serie de leyes. Hay una gran reforma agraria (A.A.A.: Agricultural Adjustment Act, “ley de ajuste agrícola”) en un intento por aminorar la producción campestre de ciertos artículos de primera necesidad, con el fin de elevar los precios al reducir los excedentes (el gobierno compró ganado para el sacrificio y pagó a los agricultores subsidios para no plantar parte de sus tierras. El dinero para estas subvenciones se generó a través de un impuesto exclusivo sobre las empresas que procesaban productos agrícolas), grandes planificaciones regionales al estilo soviético (como la del valle del Tennessee), un plan de reconstrucción industrial (leyes antitrust, acuerdos sobre precios, etc…). Y comienzan a promulgarse leyes de carácter social sobre horarios máximos, salarios mínimos, desempleo, libertad sindical, derecho de huelga, seguros de paro, invalidez y vejez… Era un nuevo capitalismo.
NEOCAPITALISMO Y MULTINACIONALES
•LAS SOLUCIONES: LIBERALES O AUTORITARIAS
La crisis del 29 provoca en Estados Unidos el proteccionismo estatal para superar el hundimiento económico y la adopción de leyes sociales. En Europa ocurrirá lo mismo. El Frente Popular francés consigue vacaciones pagadas, convenios colectivos y, por primera vez en la historia, la semana de cuarenta horas. En Inglaterra, donde el laborismo tenía ya una gran fuerza, el economista Keynes elabora la tesis de la economía contemporánea, viniendo a consagrar las medidas que se estaban tomando: leyes sociales e intervencionismo estatal.
Los regímenes autoritarios, mientras tanto, en la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini, han establecido una economía de autarquía y de un feroz control por parte del Estado, de las libertades individuales. Ello les va a permitir sortear la crisis económica fanatizando el sentimiento nacionalista de sus respectivos pueblos, como luego veremos. Se favorece la industria pesada y se crea la teoría del espacio vital y de la superioridad racial. Una industria de guerra y un rígido corporativismo encauza todas las energías de estos países. Alemania, a partir de la subida al poder de los nazis corta el pago de las indemnizaciones de guerra, instaura de nuevo el servicio militar y comienza una serie de anexiones fronterizas. En 1939 estalla la Segunda Guerra Mundial, en la que entrará el Japón, junto a las potencias del Eje, para consolidar su imperio en el Oriente asiático y pacífico.
•EL LIDERAZGO NORTEAMERICANO
Acabada la guerra en 1945, Europa aparece arrasada. Si después de la primera guerra todavía tenía un superávit de 4.000 millones de dólares, en 1947 tiene un déficit ya de 1.400 millones. América, que no ha sufrido en su territorio, apoyada en ingentes recursos naturales, aparece como la dueña del mundo. Las democracias occidentales deben a Estados Unidos, por préstamos de guerra, 50.592 millones de dólares.
Norteamérica provoca la conferencia de Bretton Woods, que establece el patrón oro y el carácter de divisa internacional para el dólar (Estados Unidos poseía el 63,3 por 100 de todo el oro mundial). En 1947 se establece el Plan Marshall para la reconstrucción económica de Europa que se ve inundada por una riada de dólares. El plan tiene un doble fin: crear un mercado para la enorme producción industrial de Estados Unidos y frenar la expansión del comunismo que, también triunfante en la guerra, se ha apoderado de toda Europa oriental en 1946, implantándose en China en 1949 y extendiéndose por Asia (Corea, Vietnam…).
A partir de este momento, las empresas norteamericanas (y después, tímidamente, alguna europea) se lanzan a una expansión internacional por todo el mundo, en busca de materias primas, mano de obra barata, evasión de impuestos y creación de mercados. Era un movimiento que ya había empezado en el período de entreguerras (la Royal Dutch Shell anglo-holandesa o la Standard Oil norteamericana) y que ahora se consolida definitivamente. Surgen grupos de empresas (trust) o asociaciones para fijar precios y condiciones de venta (cárteles). Las naciones establecen acuerdos de trueques o sistemas de clearing y los tentáculos de las sociedades multinacionales se extienden.
•SOCIALISMO Y NEOCAPITALISMO
Los socialistas europeos desde 1945 entran en el juego electoral y suben al poder en muchos países. Así, muchas de sus tesis se concretan en disposiciones de seguridad social, cogestión empresarial, convenios colectivos. Técnicos en economía (los tecnócratas) dirigen la acción del Estado; surgen planificaciones, nacionalizaciones de industrias-base, reformas fiscales para una mejor distribución de la riqueza, presupuestos del Estado “beligerantes”, que contribuyen a equilibrar las tensiones socioeconómicas. El comunismo subversivo y revolucionario pierde, para muchos, su razón de ser. Es un neocapitalismo que eleva el nivel de vida y disminuye el rigor de la crisis. La de 1956-59 puede ser conjugada, la que comienza en 1974 lo será también.
•LAS MULTINACIONALES
Las empresas multinacionales han establecido un nuevo poder. Trescientas empresas controlan la cuarta parte del total mundial de la producción, el 30 por 100 del comercio y el 60 por 100 de las exportaciones. De 1961 a 1968 el volumen mundial de negocios pasó de 200.000 a 400.000 millones de dólares.
El gráfico nos muestra el lugar que ocupaban en aquella época las principales potencias del mundo en algunas producciones básicas. Obsérvese la primacía americana, seguida a la zaga por la URSS; el destacado lugar del Japón; la aparición (reciente) de China, con sus enormes posibilidades de futuro; y la situación de las viejas potencias europeas cuyas opciones irán disminuyendo de no lograrse la unidad.
No son precisos añadir comentarios para comprender la fuerza de las multinacionales (y a qué país corresponde, en definitiva, este poder gigantesco). Su poder llega a provocar guerras, como la United Fruit en Centroamérica (la UF controla el 95 por 100 de la producción agrícola de Honduras y en Guatemala es la dueña de la única vía férrea, del único telégrafo y del único puerto sobre el Atlántico). Empresas como la Kennecott o la Anaconda han sido las dueñas del cobre chileno y la ITT intervino en la caída del régimen de Allende en Chile. La Unión Minera de Katanga provocó una dura guerra civil en el Congo. La mayoría de estas empresas (como la poderosa IBM o las “siete hermanas” dueñas del comercio petrolífero) son norteamericanas.
LA CONSOLIDACIÓN DE LOS SOCIALISMOS
•EL COMUNISMO SOVIÉTICO
Lenin tuvo que buscar soluciones concretas para Rusia. Tuvo que realizar el primer socialismo aplicado. Tuvo que apartarse de las tesis de Marx. Surge así el marxismo-leninismo. Pero sería Stalin (de 1924 a 1953) el verdadero autor de la obra. Stalin concibió un comunismo nacional capaz de atraer al pueblo ruso con una nueva moral, una mística revolucionaria. La hoz y el martillo. La gran bandera roja. El gesto triunfante de Lenin. Todo ello nos habla del éxito del sistema comunista en un país que recogió pobre y atrasado. Y que por ello no dudó en perder, a cambio, el bien precioso de la libertad.
Se anula por completo la propiedad privada de los medios de producción. La agricultura se organiza a base de “sovjoses”, granjas del Estado, y “koljoses”, granjas cooperativas. Sólo se permite a los campesinos un pequeño huerto familiar, alguna cabeza de ganado menor, o algún apero. Todo el peso del esfuerzo soviético, sin embargo, se vierte hacia la industria. Hay que conseguir la autonomía industrial, crear una industria de base, una industria pesada. La producción es planificada por el Estado, sin iniciativa privada. Se crea el Gosplán, con once comisiones especializadas en planes de cinco años (los planes quinquenales) que se dirigen hacia un doble objetivo: para cada campo de la economía y para cada región de la URSS. Por razones técnicas, no empresariales, pues todas las industrias son estatales, se organizan en trust, cuando son de la misma rama de producción y en combinados, cuando abarcan diversas ramas. Plan tras plan, en la nueva política económica de Stalin, el ascenso económico es impresionante. Se eliminó el ahorro y la herencia. Hay enormes almacenes (los GUM) para un mercado insípido de productos en serie…
Pero este sistema rígido y totalitario, cuya columna vertebral es una todopoderosa burocracia, consigue una profunda industrialización básica: la erradicación de la miseria y el analfabetismo, un modesto, pero general nivel de vida, buenos servicios públicos (urbanismo, transporte…) y la unión nacional de todo el país en torno al sistema. Ello explica la fortaleza de la Unión Soviética resistiendo el empuje de los ejércitos nazis (a diferencia de lo ocurrido en la Primera Guerra Mundial) y el orgullo tras la victoria.
Después de la Segunda Guerra Mundial y la muerte de Stalin, Kruschev suavizará el centralismo autoritario y la severidad policial. Se establecerán planes septenales donde se atenderá ya a la industria ligera y a los bienes de consumo. Se abordarán, a partir de 1970, planes de expansión regional. La emulación del nivel de vida americano activará un mayor dinamismo en el comercio internacional de la URSS. En el interior se permitirán pequeñas tiendas o talleres artesanos. Se introducirán tímidamente modos de propaganda occidentales. Aun soportando frecuentes desequilibrios agrícolas, la Unión Soviética se convertirá en la cabeza de medio mundo, pisará los talones a Estados Unidos en potencia industrial (posee también ingentes recursos naturales) y llegará, incluso, a sobrepasarla claramente en la carrera espacial.
•EL COMUNISMO MAOÍSTA
El comunismo chino elaborará también su propia teoría nacional y, como en Rusia, el marxismo necesitará igualmente un adjetivo definitorio y se llamará maoísmo. Sin desdeñar la industria, el comunismo chino intentará la colectivización total agraria. El campo se organizará en comunas, en donde trabajarán sin descanso hombres y mujeres. Se romperá la estructura familiar patriarcal. Todos, sea cual sea su profesión, deben trabajar con sus manos, durante largas temporadas, en prestaciones obligatorias. Es un gigantesco esfuerzo nacional basado en la ingente mano de obra china, en su paciencia y su sacrificio. Se realizarán, a brazo, grandes obras, presas, ferrocarriles y fábricas. Es una mística, cuasi religiosa, cuyo evangelio es un librito de máximas sencillas: el libro rojo, de su líder, Mao Zedong.
•APLICACIONES SOCIALISTAS
En Europa, donde los partidos socialistas se habían separado del comunismo leninista a partir de la Tercera Internacional, el socialismo se incluye dentro del sistema capitalista que acepta la división del campo económico en tres sectores: nacionalizado (según los países: Ferrocarril, Correos, Telégrafos, Televisión, algunas industrias básicas, como el petróleo o el cobre…), controlado (en general, toda la estructura del sistema) y libre (artesanía, comercio, transportes…, aunque siempre bajo la sumisión a normas estatales). Los estados organizarán planes de desarrollo, crearán bancos centrales y cierta estatalización del crédito, nacionalizarán empresas extranjeras, fundarán entidades estatales para fomentar industrias poco atractivas al sector privado… El régimen fiscal se perfecciona frenando los impuestos indirectos y aumentando los de las rentas del trabajo y el capital, así como las transmisiones y herencias. Los presupuestos estatales inciden, remodelándolas, en las actividades económicas.
Países nuevos, nacidos de la colonización, aceptan premisas socialistas (la Libia de Gadafi, el Egipto de Nasser, Siria, Irak…) y las leyes protectoras del mundo laboral se multiplican a escala universal.
Países de típico capitalismo, como Israel, aceptan la socialización para una gran parte del sector agrícola, a través de los Kibbutzim, granjas cooperativas, donde se experimenta una agricultura planificada, generalmente por jóvenes que viven en régimen de comuna.
LA ÚNICA OPORTUNIDAD DE LOS POBRES (a manera de conclusión en esta comparación histórica de ambos sistemas hasta el día de hoy)
Antes de la Revolución Industrial y el nacimiento del capitalismo, los más ricos lo eran siempre por herencia. Las clases sociales eran compartimentos estancos de los que no se podía salir aunque lo deseases y allí donde te tocaba en destino nacer, allí te quedabas. Así, el que nacía conde vivía como tal el resto de su existencia gracias a los privilegios legales que el Estado le otorgaba y ni siquiera los emprendedores (que nacían pobres) tenían muchas posibilidades de mejorar sus condiciones de vida aunque en ello pusieran el máximo de su empeño. Tan solo a partir del siglo XVII en ciertas áreas de Europa como Holanda, el norte de Italia o Inglaterra, los desheredados empezaron a prosperar desafiando su aciago destino de cuna. Gracias al floreciente comercio internacional que dio lugar a las primeras sociedades anónimas que incentivaban el riesgo y la inversión, aparecieron las primeras fortunas plebeyas. El capitalismo y no otra cosa fue lo que emancipó a la humanidad de la servidumbre medieval. Los cimientos de aquella revolución fueron el esfuerzo, la voluntad de enriquecerse asumiendo riesgos y el ahorro. El mundo desde entonces es un lugar mucho mejor, más rico y más justo. Así, cualquiera de nosotros, incluso aquel pobre que nace en una chabola sin más recurso que la mera supervivencia, puede llegar a ser millonario. Y esto no es una simple teoría sino una gran realidad verificada por la historia una y otra vez: y es que desde hace casi dos siglos las principales fortunas del planeta no son las de los aristócratas, sino las de emprendedores que empiezan con lo puesto y se van a la tumba con un patrimonio personal que valdría para vivir cómodamente centenares de vidas. Estas fortunas, además, cambian continuamente. Y es que el capitalismo, a diferencia del antiguo régimen o del socialismo, premia el trabajo, el mérito y la empresarialidad.
Si echamos mano de los datos, es fácil comprobar que casi todos los multimillonarios del pasado y del presente labraron su fortuna desde la nada pero con merecimiento y esfuerzo… Andrew Carnegie era un simple emigrante escocés que trabajaba de mensajero, pero terminó siendo un gran magnate del acero. Cornelius Vanderbilt dejó la escuela a los once años para trabajar en un ferri del puerto de Nueva York. A los cincuenta ya era propietario de un imperio marítimo y ferroviario. Henry Ford, que inventó la industria del automóvil, nació en mitad del campo, en una humilde granja del estado de Michigan. Rockefeller era hijo de un viajante de comercio y acabó convirtiéndose en el hombre más rico de la historia, en el santo y seña del capitalismo. Dos siglos antes, con todo su talento y su capacidad de trabajo, Rockefeller no hubiera pasado de tendero en un mercado de mala muerte. Onassis emigró a Argentina con una mano delante y otra detrás. Al morir poseía un imperio. Y así hasta la actualidad los casos son incontables: el dueño de Ikea tuvo como primer empleo que vender cerillas con su bicicleta, y de esa actividad pasó a vender diversos productos como pescado, lápices o decoración para los árboles de Navidad. Con el dinero de un premio que le dio su padre por aprobar el curso creó su empresa. El fundador de Microsoft es hijo de un abogado de clase media. Warren Buffet, el inversor más envidiado del mundo, nació en Nebraska, muy lejos de todos los centros de decisión del mundo. Su primer trabajo fue ayudar a su padre en la tienda de ultramarinos que la familia tenía en Omaha. Después consiguió un puesto de repartidor de periódicos. Fue a estudiar al este y allí, a base de observar y analizar cuidadosamente cómo funcionaba la bolsa, se convirtió en el mejor inversor bursátil de la historia. Y de la misma manera, podríamos seguir: etcétera, etcétera, etc.
Quien se lo propone, con tesón, ingenio, capacidad, esfuerzo y ganas, puede entrar a formar parte de ese ochenta por ciento de milmillonarios de origen humilde que hoy viven a cuerpo de rey gracias a su voluntad y su mérito pero solamente esto se ha dado y se da dentro de sistemas capitalistas. La historia ha demostrado cabezonamente, una y otra vez, que la única oportunidad real de los pobres es el denostado capitalismo; las pruebas están ahí.
A los gobiernos socialistas les encanta fingir que dedican grandes esfuerzos para proteger, por ejemplo, a los consumidores de los perversos empresarios que siempre están tratando de esquilmarlos. Sin embargo, el único que provoca las condiciones para que eso suceda es el propio Estado a través de imposiciones legales. Los monopolios, oligopolios y cualquier otro mecanismo por medio del cual se cobra por un bien o servicio más de lo que ese mismo bien o servicio cuesta en los mercados internacionales son fruto de prerrogativas. Es decir, algún político con el suficiente poder decide quiénes han de enriquecerse a costa del resto de la población y, también, quiénes estarán condenados a vivir en la mediocridad. Y eso sin mencionar que el mayor explotador en forma directa de los ciudadanos es el propio Estado, a través de sus empresas públicas monopólicas y la insoportable carga fiscal.
Resulta increíble las mil formas que utilizan estos gobiernos impunemente para mantener en la pobreza a sus conciudadanos. Siguiendo con el mismo ejemplo, cualquier persona cuando va a comprar algo compara la relación calidad-precio. Y, obviamente, se inclina por lo que considera más ventajoso. Lo que pocos se dan cuenta es hasta qué extremos llegan las autoridades para favorecer sus propios intereses políticos en desmedro del dinero de los consumidores. La mayoría de la gente cree que realmente es libre de elegir cuando decide una opción económica. Pero pocos son los que se preguntan ¿qué porcentaje de este precio corresponde a impuestos y por eso es tan increíblemente caro? ¿Me inclino por los productos nacionales porque los aranceles vuelven prohibitivos a los importados?… Es claro entonces que nuestra autonomía económica es una parodia. La triste situación es que la “mano invisible” que guía nuestras opciones vitales es la del Estado. En realidad son los políticos quienes escogen por nosotros: deciden qué tipo de educación hemos de darle a nuestros hijos, qué médicos nos curarán y hasta la procedencia de los alimentos que vamos a consumir.
Muchos gobiernos actuales están aplicando ostentosamente medidas para “vigilar” y “supervisar” las ganancias empresariales. Recordemos que en el pasado hubo penosas experiencias por el control de precios. Sus consecuencias no fueron tan solo las hiperinflaciones, desabastecimiento y los mercados negros, sino también el surgimiento de funestas dictaduras.
Comparemos a los pobres con un bonsái: la misma semilla puede germinar y convertirse en un enorme árbol o en uno diminuto si se la encierra en una pequeña maceta. La diferencia está en las condiciones en las que crece: con mucho espacio y posibilidades o con todas las limitaciones posibles. Para salir de la pobreza hacen falta reformas políticas, que reconozcan y hagan respetar la propiedad privada y eliminen las regulaciones y restricciones que estrangulan su creatividad. Y por cierto, la pobreza no es la causa ni de la guerra ni de la delincuencia; es tan solo una excusa que emplea la izquierda para disculpar a quienes usan la fuerza y la intimidación para conseguir sus propios fines.