Diosa

Bien desde la realidad histórica, bien desde las profundidades del inconsciente colectivo, como evidencia arqueológica o como poderoso arquetipo, la figura de la diosa ha resurgido.

Diosa

Cuando el arzobispo Ussher (1581-1656) estableció que la fecha de la creación fue el año 4004 a. de C., posiblemente se acercó más a la verdad de lo que se imaginaban sus detractores, que recurrían a datos científicos. Muchos historiadores feministas creen ahora que, si bien la creación fue muy anterior a la fecha mencionada por Ussher, se aparta poco de la creación del mundo tal como lo conocemos, es decir, como una cultura centrada en valores e ideales masculinos.

Primera página de ‘Los anales del Antiguo Testamento’, libro escrito por el arzobispo irlandés James Ussher que deduce los orígenes primeros del mundo, de 1650.Se dispone de numerosas pruebas que indican que alrededor del año 4000 a. de C. empezó a implantarse en la psique humana el concepto de un Dios supremo masculino. Antes de esa época, si bien había existido una gran profusión de dioses masculinos, la fuerza dominante en el pensamiento religioso residía en la figura de la Gran Diosa.

Aunque los pensadores occidentales no tienen objeción a aceptar que muchos monumentos funerarios antiguos contienen diosas además de dioses, el concepto de diosa como principio único, unitario y omnipresente es tan desconocido como la cara oculta de la luna.

La suposición de que la divinidad suprema ha de ser masculina deriva de un modo de pensar que ha persistido durante siglos. La religión que rodeaba a las mujeres occidentales (patriarcal, androcéntrica y misógina) no las consideraba a la altura de lo que merecían como seres pensantes y autónomos, no las expresaba tampoco como seres completos (hijas a semejanza de una deidad superior), ni las respetaba como posibles intermediarias entre lo terreno y la divinidad (el verdadero papel de las sacerdotisas ancestrales), ni siquiera las tenía apenas en cuenta para una promesa de salvación, como no fuera a través de caminos nada seductores para las mujeres modernas, como el sacrificio y la resignación ante el sentimiento de culpa ancestral, herencia de Eva.

La Venus de Willendorf es una venus paleolítica datada entre 28.000 y 25.000 a. C.Pero esto no ha sido siempre así. Uno de los hallazgos arqueológicos más comunes en toda Europa son las llamadas “venus”, figuras femeninas estilizadas, con vientre y pechos exagerados, que constituyen, casi con seguridad, símbolos de la Gran Diosa. Tales descubrimientos han sido tan frecuentes que indican con claridad que el culto a la diosa en tiempos prehistóricos debió de ser casi universal.

Isis, diosa de la mitología egipcia, representada en una pintura de 1360 a. C. abriendo sus brazos para bendecir a sus devotos e hijos.La diosa aparece a menudo y bajo aspectos diversos en la historia de todo el mundo. Es la Ishtar de los sumerios, la Astarté de los fenicios, la Isis de los egipcios, la Deméter de los griegos, la Venus de los romanos, la Kali de los indios, la Kuan-yin de los chinos, la Oshun de los africanos y la Amaterasu de los japoneses. Ni siquiera el cambio de dominio psíquico que condujo al establecimiento de religiones más predominantemente masculinas, como la judeocristiana y la islámica, logró desterrar a la diosa, como demuestran los cultos marianos del cristianismo. Es por ello que la búsqueda de una espiritualidad presidida por la Gran Diosa va a protagonizar muchos de los movimientos espirituales del siglo XX, tanto exclusivos de mujeres como mixtos (caso de la wicca u otros credos neopaganos).

Johann Jakob Bachofen (1815-1887) fue un jurista, antropólogo, sociólogo y filólogo suizo, teórico del matriarcado.A finales del siglo XIX y durante el siglo posterior resurgió el interés por la diosa, especialmente entre los neopaganos, las feministas, los psicólogos y los ecologistas. Sus artífices no fueron, irónicamente, mujeres sino hombres. Johann Jakob Bachofen fue el creador del concepto del matriarcado y uno de los primeros en reconocer universalmente nuestra filiación con las diosas de la más remota antigüedad. A él se sumaron otros nombres como el de James Frazer, Robert Briffault, Robert Graves, Carl Jung, o Erich Neumann, entre otros tantos, dándole un reconocimiento universal y orientando muchos de sus trabajos a la constatación de la existencia de la diosa, a la realidad de su culto en un pretérito tan viejo como la humanidad, y al rescate y testimonio de sus ceremonias ancestrales.

ESPIRITUALIDAD FEMINISTA
Floreciente movimiento que es una parte esencial de la Nueva Era (época reciente en la que estaríamos inmersos y que es considerada como la de la llegada de un cambio de conciencia). Ha derivado del movimiento feminista y ha recibido la colaboración del psicoanálisis y de la ecología.

La espiritualidad feminista guarda relación con las obras de la diosa. Dichas obras son todavía una tradición viva en algunos lugares del mundo, aunque no tanto en Occidente, donde el patriarcado y las religiones monoteístas (judaísmo, islamismo y cristianismo) niegan el acceso a la diosa.

En el comienzo, según Merlin Stone, autora del fundamental tratado When God Was a Woman (‘Cuando Dios era una mujer’), los pueblos prehistóricos adoraban a una deidad femenina que era el origen de la creación así como de la destrucción. Las antiguas culturas de la diosa eran femeninas, pacíficas e igualitarias.

El nuevo movimiento de la espiritualidad feminista reconoce el carácter sagrado de la experiencia femenina e invita a las mujeres a transformar su vida. Contempla a la humanidad como parte de un todo, parte del cosmos y parte de la naturaleza.

Va surgiendo una abundante bibliografía y muchas librerías, sobre todo anglosajonas, tienen ya secciones especialmente dedicadas a ella. Así, además del libro de Merlin Stone, se pueden citar algunas obras esenciales como The Goddesses and Gods of Ancient Europe de Marija Gimbutas, Los misterios de la mujer de Esther Harding, Womanspirit: A Guide to Woman’s Wisdom de Hallie Iglehart, Retorno de la diosa de Edward Whitmont, así como los excelentes diccionarios enciclopédicos de Barbara Walker: The Women’s Encyclopedia of Myths and Secrets y The Women’s Dictionary of Symbols and Sacred Objects. Una maravillosa crónica visual de la diosa se encuentra en el libro de la historiadora del arte Elinor Gadon The Once and Future Goddess, que dijo: “Las mujeres en particular sienten que dentro de las religiones organizadas, no hay ningún honor de lo que consideran sagrado: el proceso de la vida, el nacimiento de sus hijos, sus experiencias sexuales”.

Bien desde la realidad histórica, bien desde las profundidades del inconsciente colectivo, como evidencia arqueológica o como poderoso arquetipo, la figura de la diosa ha resurgido.Después de una eternidad de dominación masculina, las mujeres son libres para desarrollarse individualmente del mismo modo que los hombres. Primero quisieron aplicar el feminismo al mundo de la política y de la economía, y luego a su familia. Ahora lo quieren en su vida espiritual. Sufrimos de la ausencia de una mitad de nuestro potencial místico: la diosa. Así, su veneración se está volviendo más predominante en nuestros días, abrazada por la brujería, el feminismo, el ocultismo y la iglesia liberal. Las personas que siguen tal doctrina creen que la religión dominada por el varón de esta era actual ha sido una injusticia para la humanidad y para el ecosistema, un tiempo de estragos y de relaciones rotas. Por lo tanto, debe haber un equilibrio de energías: las masculinas deben disminuir y las femeninas aumentar a fin de que la diosa dé poder al individuo. Los nuevos tiempos que están por llegar, con sus energías femeninas, traerán estabilidad a los aspectos destructivos de esta época. El nuevo período promete ser de paz, armonía y tranquilidad. En tanto que la edad oscura presente de fractura y separación sigue trayendo guerra, conflicto y desarmonía, será la diosa, con sus aspectos femeninos de unidad, amor y conciliación, que ofrecerá una solución para el mundo y evitará su devastación.

Para muchos en nuestra sociedad, esta parece ser la respuesta al dilema del hombre. El cristianismo enseñó que Dios era trascendente, separado de la naturaleza, y que era una deidad masculina. La espiritualidad feminista sostiene una visión panteísta de Dios. Dios es la naturaleza. Por lo tanto, Dios está en todas las cosas y todas las cosas son parte de Dios. No obstante, este Dios es, en realidad, una diosa, y antedata al dios masculino. La diosa es la dadora de toda vida y se encuentra en toda la creación. El simbolismo de la diosa no es una estructura paralela al simbolismo de Dios el Padre. La diosa no gobierna el mundo, ella es el mundo. Reside dentro del individuo y simplemente necesita ser despertada. En otras palabras, el individuo es inherentemente divino. A fin de que esta era femenina se materialice plenamente, debe haber un cambio de conciencia en la sociedad. Esta transformación en el pensamiento y la percepción de la realidad manifestará a la diosa. Invocar a la diosa es despertar a la diosa interior, convertirse en ese aspecto que invocamos. Una invocación canaliza el poder a través de una imagen visualizada de la divinidad. Ya somos uno con la diosa, ella ha estado con nosotros desde el principio, así que la realización se convierte en una cuestión de autoconciencia. La diosa es el símbolo del ser más interior. Ella despierta la mente, el espíritu y las emociones.

Sin embargo, sobre todo en la actualidad de un pensamiento moderno muy extendido donde impera mayormente el fanatismo políticamente correcto de la aceptación sin más e imposición a los otros de lo nuevo o diferente como valor moral mejor a lo ya establecido -además en este caso usado por no pocos como arma arrojadiza de una hipócrita defensa de la igualdad de género que arrase vengativamente con todo “lo viejo”- que la mera discrepancia o contraposición de ideas en la visión teológica, siendo justos en el análisis en dicha creencia se entremezclan y se confunden los datos históricos, los mitológicos y antropológicos, las tradiciones imposibles de verificar, las opiniones y las interpretaciones de corrientes herméticas y esotéricas, incluso la más pura invención… dando forma a un discurso peculiar y original, marginal a la vez que masivo, que siguen millones de mujeres pero también muchos hombres, y extremadamente complejo y diverso, donde se aglutinan lo feminista, lo femenino, lo indígena, lo ecológico, lo sagrado, lo revolucionario, lo transformador, lo psicoterapéutico.

CONCLUSIONES
La mayoría de las personas estarían de acuerdo en que Dios, por definición, está más allá de la realidad física. Los conceptos que nos forjamos de Dios muchas veces provienen de juicios propiamente humanos. Nuestra naturaleza es humana y por lo tanto está acostumbrada a moverse en esos parámetros, y aún más después de las corrientes iluministas, racionalistas y positivistas en donde todo lo que no entra en categorías humanas de la razón o todo lo que no se puede conocer por los sentidos carece de valor. Dios es trascendente, lo que significa que existe fuera del espacio y el tiempo. Y si este es el caso, entonces Dios no puede tener un cuerpo físico de la misma manera que los humanos. Por lo tanto, Dios no es hombre ni mujer. Dios es Dios, y está más allá de las categorías de los géneros.

Por las restricciones de la naturaleza humana y por las limitaciones lingüísticas de los escritores sagrados, es necesario recurrir a metáforas para explicar la naturaleza de Dios. Varias de esas metáforas se encuentran en la Biblia y es necesario tener los conocimientos adecuados para hacer una explicación certera de lo que Dios nos quiere decir a través de los escritos y de los mismos escritores sagrados. Gran parte de la problemática actual en la interpretación de la Biblia, particularmente la que realizan las sectas protestantes y otras religiones, se debe a la falta de método científico con que estas personas analizan y entienden el texto: no toman en consideración el idioma original en el que este fue escrito, desconocen las circunstancias históricas, culturales y sociales en las que vivió el autor sagrado, ignoran la importancia y el papel fundamental de la tradición y de la transmisión del mensaje y así tan a la ligera pretenden dar una interpretación adecuada leyéndola sin tener en cuenta todas (y otras muchas) de las circunstancias aquí descritas.

Y ya que de hecho Dios no es un ser biológico y no tiene sexo, ¿importa si decimos Él o Ella, Padre o Madre? Lo que la Biblia revela de manera explícita es que la humanidad -tanto hombres como mujeres- fue creada a imagen y semejanza de Dios. Ahora, si Dios fuera estrictamente un hombre como nosotros percibimos a los hombres, entonces sería bastante difícil crear una mujer a su imagen y semejanza. También sabemos que Dios muestra características tanto masculinas como femeninas, y que las Escrituras usan metáforas de ambos géneros para describirlo.

Los cristianos piensan que Dios nos ha enseñado cómo hablar de Él. ¿Quiere esto decir que Dios es de sexo masculino? Se trata de una imagen que Cristo nos ha consignado para que pudiésemos recurrir fácilmente a Dios en la plegaria. No está de ninguna forma rebajando la naturaleza de Dios para hacerla accesible al hombre. Dios permanece siendo Dios con todos sus atributos que su naturaleza le otorgan. Simple y sencillamente se recurre a una imagen para que comprendamos mejor algunas de las características de Dios, concretamente en la oración: la paternidad en este caso no se refiere al rasgo sexual sino a aspectos como escucha amorosa, fuerza en quien apoyarnos, receptividad. Así como Cristo recurre a Dios como Padre y no por eso quiere decir que Dios sea de sexo masculino, así también otros escritores sagrados hacen uso de metáforas femeninas para referirse a otras cualidades de Dios. Por ejemplo, cuando se habla de la piedad de Dios no se recurre al término abstracto de “piedad” sino a una expresión inmersa de corporeidad, de materialidad: “rachamim” (que quiere decir “el seno materno”), de Dios que simboliza propiamente la piedad. Gracias a esta palabra viene visualizada la maternidad de Dios en su significado espiritual. Decir que no importa es decir que todas las imágenes masculinas no están inspiradas, que son meramente de origen humano, o que, aunque fueron inspiradas, es muy arbitrario o no esencial. Y esto es ciertamente intolerable. En otras palabras, mientras que puede ser anatómicamente impreciso describir a Dios como hombre, es igualmente engañoso y arrogante insistir en que sabemos más. Al final, lo mejor que podemos hacer es confiar en que algún día nos encontraremos con Dios “cara a cara”, y esta pregunta será, de una vez por todas, respondida. Mientras tanto, debemos encontrar nuestra individualidad descubriendo la androginia. Para alcanzar un nuevo consenso, tenemos que evitar volver a caer en estereotipos, y eso requiere desarrollar realmente nuestra individualidad. Es un trabajo constante de autorrealización y autoactualización. Para los hombres, significa crecer hacia su masculinidad nativa y equilibrarla con su feminidad. Para las mujeres, es lo mismo: crecer hacia su feminidad, que incluye su lado masculino.

El mágico encanto de las velas. Lo mismo son icono de relax y romanticismo que de la vida y la muerte. Están en todos los ritos, templos y hasta en los cumpleaños, porque de ellas depende que se cumpla un deseo. Siempre envueltas de un halo místico, ¿qué fuerza esconden esas pequeñas llamas que llevan una eternidad hechizando al hombre?

¿Por qué somos como somos? La personalidad se compone de tres estados básicos: padre, adulto y niño, que hacen actuar al individuo de una u otra manera, según sea el momento en que se encuentra. Cada una de ellas es una diferente manifestación del yo. Y de las tres formas puede reaccionar una persona ante una situación concreta.

Reglas de oro para ser feliz en pareja. Tener desavenencias no significa que no haya cariño, sino simplemente que hay distintas maneras de ver una misma realidad. Nunca hay que perder el respeto a la libertad del otro. Muchas parejas han fracasado porque uno de sus miembros, el hombre o la mujer, está convencido de que el amor puede cambiar a la otra persona.




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