
Aunque la palabra ángel viene del latín ángelus (en griego: aggelos; en hebreo: malak), denotando un ente sobrenatural de instintos bondadosos, su significado bíblico estricto es mensajero. El primer ángel mencionado en la Biblia aparece en Génesis 16 como un mensajero enviado por el Señor a Agar para anunciarle que daría a luz a Ismael.
Las primeras referencias sobre ángeles, posiblemente tomadas de, o como mínimo influidas por, los mensajeros sobrenaturales de dioses hititas y cananeos, no coincide con el concepto de seres alados tan popular en nuestros días. Los ángeles del Antiguo y Nuevo Testamento eran a menudo indistinguibles de los seres humanos, con quienes se les confundían con frecuencia. Incluso Gabriel, el mensajero enviado a Daniel para ayudarle a interpretar sus sueños, se presenta bajo apariencia humana salvo por el hecho de que fue visto “en ligero vuelo”. A veces, un resplandor concreto alrededor del ángel traicionaba su origen sobrenatural, pero otras veces esa naturaleza esencial era sólo constatada al término de una visitación.
Se ha calculado que un ángel que pesara 70 kilos precisaría una envergadura de unos 4 metros (y unos músculos pectorales que pesarían más de 9 kilos) para conseguir el despegue, pero esta estimación tiene escasa relevancia para el moderno concepto esotérico de los ángeles como habitantes de un orden distinto de la realidad.
El pensamiento de la Nueva Era refleja la creencia bíblica de que determinados ángeles tienen “a cargo” hasta cierto punto a diversos países, zonas geográficas y del conjunto del planeta. Y aunque resulta idílico pensarlo, la verdad es que la Biblia en ninguna parte sugiere que al morir los humanos nos convirtamos en ángeles. Sí nos dice que Dios creó a los ángeles como seres separados del hombre, para servicio de Dios y de nosotros y describe varios tipos, de acuerdo a su propósito, tamaño físico y vestimenta: serafines, querubines, principados, potestades, y arcángeles. Tienen nombres, comen, no mueren… Un ángel es, pues, un espíritu celestial considerado como mensajero o intermediario entre los dioses y la humanidad. También es su misión la de ser guardián protector o guerrero celestial.
A pesar de su monoteísmo, el pueblo de Israel asumió la imagen de un grupo de dioses convirtiéndolos en ángeles que servían a un solo dios. Esta aceptación de una creencia en la existencia de ángeles se implantó de forma relativamente fácil, porque, tanto los dioses menores como los ángeles, podían ser llamados hijos de Dios. Se pensaba que los ángeles tenían la forma de varones humanos y por ello podían ser confundidos con hombres.
Tras el exilio babilónico de Israel, el pensamiento judío con respecto a los ángeles fue alterado y enriquecido por ello. Basándose en el arte mesopotámico, artistas y escritores comenzaron a dotar de alas incluso a los serafines antropomórficos y se despertó un gran interés por las prendas de los ángeles, por sus nombres y también por sus categorías. Además de la influencia mesopotámica, la tradición dualista persa añadió otra dimensión a la angeología hebrea, postulando la existencia de ángeles hostiles y destructivos que se revelaban contra Dios; por ejemplo, la secta de los esenios veía el mundo como campo de batalla, la escena de un combate entre el espíritu de la Verdad y el del Mal, este último un poder demoníaco opuesto a Dios llamado Belial.
La evolución posterior del judaísmo y del cristianismo mostraron un importante crecimiento del mundo angélico, no menor al hecho de la continuidad de la antigua práctica de aceptar a los dioses de religiones politeísticas convirtiéndolos en querubines. Aunque la creencia en los ángeles es patente en la Biblia, muchos teólogos sugieren que el concepto fue adoptado por los escritores bíblicos, tanto como mecanismo literario para personificar la presencia divina, como un medio para degradar a los dioses de religiones politeístas. Basado en estas religiones, el islam desarrolló su propia jerarquía angélica, como los arcángeles Miguel y Gabriel o los portadores del trono de Alá, que eran un león, un águila, un toro y un hombre.
Con respecto al ángel de la guarda, la idea cristiana medieval de que cada individuo nace con uno asignado, que permanece junto a su hombro derecho y constituye la voz de la conciencia, ha sido difundida de un modo espectacular por los ocultistas de la Nueva Era. Muchos de estos creen que es ciertamente posible comunicarse con este ser, y que de ello se derivan poderes mágicos considerables. Esta creencia ocultista proviene casi exclusivamente de un manuscrito muy curioso que data del siglo XV, ‘La magia sagrada o El libro de Abramelín el mago’, que fue hallado en la Bibliothèque de l’Arsenal de París y traducido por el erudito y mago victoriano S. L. MacGregor Mathers. El libro describe una ceremonia que nos promete “conocer y conversar con el ángel de la guarda”, de lo cual se deriva poder sobre los elementos y los demonios, que se ven entonces obligados a acatar nuestra voluntad. Esta ceremonia debe iniciarse en Pascua, y se requieren seis meses para completarla. La inició, pero no la concluyó, el influyente ocultista, místico y mago ceremonial Aleister Crowley (1875-1947), quien afirmó sin embargo que estableció contacto con su ángel de la guarda en una fecha posterior. En época más reciente, un mago contemporáneo que escribía con el seudónimo de “Chevalier” manifestó que había completado la ceremonia, pero se negó a facilitar detalles precisos sobre el resultado final.
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