
En lo alto de las montañas de Bighorn en Wyoming, sobre la superficie rocosa de una meseta barrida por el viento, yace el fantasmagórico perfil de una rueda radiada de veintitrés metros de diámetro, cubierta por las fuertes nevadas durante la mayor parte del año. Decenas de círculos pedregosos parecidos aparecen en Dakota del Sur, Montana, Alberta o Saskatchewan (en Canadá), y en otros muchos enclaves en los llanos de Norteamérica. Algunos tienen unos pocos metros de diámetro, otros son cientos de veces mayores. Todos se encuentran en lugares elevados, pero su antigüedad varía.
Las ruedas son de construcción simple: delgadas hileras de piedras que forman un reborde, un eje y unos cuantos radios. Algunas tienen piedras apiladas, llamadas montones, en el centro y alrededor de los círculos exteriores. La rueda mágica de Bighorn -llamada así porque, para los indios norteamericanos, cualquier objeto con propiedades espirituales tenía magia- es la mejor conservada y la más conocida.
Los historiadores imaginan que los indios de las llanuras hicieron este círculo en el siglo XII, pero no pueden asegurarlo. Ni conocen los investigadores tampoco la finalidad exacta de ninguna de esas ruedas, aunque algunas pistas puedan derivarse de su orientación.
En la rueda de Bighorn, por ejemplo, un observador que mire desde el montón que hay en primer plano hacia el eje, verá el Sol naciente en la mañana del solsticio de verano. Un segundo montón marcaría la puesta del Sol en el mismo día. Otros montones de rocas apuntan hacia la salida y la puesta de varias estrellas brillantes durante los cambios de estación.
Tales alineaciones hacen pensar a algunos teóricos que las ruedas mágicas, como sus inmensos parientes megalíticos europeos, eran en realidad observatorios astronómicos. Esta opinión se ve reforzada por el hecho de que todas estas ruedas están situadas cuidadosamente para ofrecer vistas claras del horizonte. Además, los montones que hay en algunas de las ruedas forman bases que podrían haber sostenido postes verticales, de forma que originariamente estos lugares habrían sido versiones en madera de Stonehenge, en Inglaterra.
Pero permanecen interrogantes cruciales. ¿Por qué necesitarían observar el cielo los indios de las llanuras? Las tribus agrícolas podrían haber necesitado seguir un control de las estaciones, pero las gentes nómadas de las llanuras vivían de la caza del bisonte. ¿Podrían recordar un tiempo anterior cuando cultivaban? ¿O el solsticio marcaba la llegada del verano, tiempo para empezar a contar los días hasta iniciar su migración hacia el sur?
Tales preguntas quedarán a lo mejor sin respuesta. Como los constructores de tantas marcas terrestres, los que hicieron las ruedas medicinales (el término medicinal no indica necesariamente uso médico sino más bien un carácter sacro) han desaparecido, sin dejar a las generaciones venideras ninguna clave de sus extraños monumentos.