Que una civilización grandiosa haya podido existir y desaparecer súbitamente es suficiente para fascinar. Un nombre, la Atlántida, resume esta historia o este sueño. La palabra evoca una isla misteriosa, bañada por los rayos de un sol ardiente, y un pueblo, fundador de una cultura brillante y efímera. Sus habitantes poseían unos conocimientos muy superiores a los de sus contemporáneos, y fueron decisivos en los avances de muchas otras civilizaciones del mundo. Su ubicación les permitía el acceso a culturas tan dispares como la egipcia o la maya y eran consumados viajeros, dominando con sus barcos todos los océanos y mares del planeta. La similitud entre estructuras arquitectónicas (pirámides, por ejemplo) o el parecido fonético de algunas palabras en grupos sociales separados por miles de kilómetros de distancia se debe, según algunos partidarios de la existencia de dicha isla, a la influencia que los atlantes marcaron en culturas de medio mundo. Miles de años después de que, según parece, se hundiera en las frías y oscuras aguas del océano Atlántico, el continente de la Atlántida continúa siendo uno de los enigmas más sorprendentes de la historia. Si es cierto que existió, fue una civilización como no ha habido nunca otra igual. Sin embargo, sus historiadores dicen que desapareció en menos de un día sin dejar ningún rastro.
En el siglo IV antes de Cristo, el filósofo griego Platón es el primero en mencionar la existencia de la Atlántida. Su narración ocupa menos de diez páginas, no hay referencias anteriores al tema en ningún sitio y todas las posteriores se basan en lo que escribió este, pero desde entonces la ciudad fabulosa ha inspirado divagaciones y utopías. Ocultistas como la famosa Helena Blavatsky (s. XIX) que habló de los atlantes, una raza de humanos anterior pero superior a la nuestra, o el dirigente nazi Heinrich Himmler que organizó expediciones en un intento por unir esta etnia mítica a la raza aria alemana, son sólo algunos ejemplos. El hecho de que la fuente sea una tradición no comprobada y la evidencia de que en el relato del filósofo se hace uso de la ironía, ha provocado que algunos estudiosos del mito consideren las circunstancias narradas como una invención literaria de su autor (inserta de elementos históricos con base real diseminados por el escrito) destinada a expresar ciertas ideas políticas y de prototipo de organización social, un estado ideal extraordinariamente rico y próspero que cae en la impiedad y la soberbia, lo que desemboca en su destrucción, con una finalidad simbólica y moralizante más que historiográfica; aunque en los últimos tiempos la megalópolis que tan detalladamente describió Platón ha vuelto a ser tomada en serio por varias instituciones científicas. ¿Hubo algo de verdad? ¿Encontraremos algún día restos que den sentido a los testimonios?
LA ATLÁNTIDA (según Platón)
“Sí, Solón, hubo un tiempo, antes de la más grande destrucción por las aguas, donde la ciudad que es hoy de los atenienses era, de todas, la mejor para la guerra (…). En ese tiempo se podía pasar por este mar (¿el océano Atlántico?). Había una isla delante de ese pasaje que ustedes llaman las Columnas de Hércules (…). Ahora bien, en esta isla Atlántida, sus reyes habían formado un gran y maravilloso imperio (…). Esta potencia, habiendo concentrado todas sus fuerzas, emprendió de un solo impulso la dominación de vuestro territorio y del nuestro, y de todos los que se encuentran de este lado del Estrecho. Fue entonces, oh Solón, que el poderío de vuestra ciudad hizo estallar a los ojos de todos su heroísmo y su energía. Porque la venció por sobre todas por su fuerza moral y por el arte militar (…). Pero, en el tiempo que siguió hubo terremotos espantosos y cataclismos. En un solo día y una noche terrible, todo vuestro ejército fue tragado de una sola vez por la tierra, y, así mismo, la isla Atlántida se sumió en el mar y desapareció. Es por esto que aún hoy día, este océano es difícil e inexplorable por el obstáculo del fondo fangoso y muy bajo que la isla, al hundirse, depositó”. (Timeo)
EL TESTIMONIO DE PLATÓN
Hacia el año 355 antes de Cristo, dos diálogos de Platón, el Timeo y el Critias, fundan el mito de la Atlántida. Como las otras obras del filósofo, los textos se presentan bajo la forma de conversaciones entre varias personas: Sócrates, el maestro de Platón; Timeo, filósofo pitagórico; Critias, político acusado de no tener escrúpulos, y Hemócrates, antiguo general de Siracusa.
En el Timeo, Critias, pariente de Platón, cuenta una historia que le narró su abuelo, a quien se la contó su padre, habiéndola este último escuchado relatar por el sabio griego Solón. Cuando Solón estaba en Egipto, alrededor del 590 a. C., un sacerdote del templo de Sais le hizo la siguiente confidencia: Hace nueve mil años existía una isla llamada Atlántida, “salida del mar Atlántico”, situada más allá de las Columnas de Hércules (hoy Gibraltar), y “más grande que Libia y Asia juntas” (para los griegos de esa época, representa el norte de África y Asia Menor). Era entonces posible pasar de esta isla a otras islas y, desde estas, alcanzar un continente que se extendía frente a ellas (¿América?).
La historia del pueblo que habitaba esta isla es la siguiente… Los reyes atlantes, poderosos y florecientes, animados por objetivos expansionistas, conquistaron las riberas del Mediterráneo, apoderándose particularmente de Libia y Egipto y avanzando por Europa hasta Tirrenia (Italia occidental). Pero fueron finalmente repelidos y vencidos por los atenienses -todo esto recuerda algunos aspectos de las guerras médicas (primera mitad del siglo V antes de Cristo) sostenidas entre griegos y persas-. Poco después se produjeron gigantescos seísmos y catástrofes y la orgullosa Atlántida fue tragada por el mar.
Según la descripción de Platón, la Atlántida era un país de tecnología avanzada y múltiples bienes, medios y riquezas, sabiamente gobernado, en el que sus agricultores crearon bellos jardines de flores donde habitaban animales, incluso “familias de elefantes”. Un gran canal de cincuenta estadios (unidad de longitud griega que tenía como patrón la largura del estadio de Olimpia, que equivalía a 0,17 kilómetros aprox.) comunicaba la costa con el anillo de agua exterior que rodeaba la metrópolis, y otro menor y cubierto conectaba el anillo exterior con la ciudadela, además de una gigantesca fosa emplazada en la llanura a partir de la cual partían una red de canales rectos que irrigaban todo el territorio de la planicie. También había grandes bosques que proporcionaban ilimitada madera, y copiosos y variados alimentos provenientes de la tierra, puertos y astilleros, etc. En la capital había innumerables mansiones cuya grandeza solamente superaban el palacio real y el templo construido en honor de Poseidón. Así, rodeados de animales salvajes que nada temían de los seres humanos, los atlantes disfrutaban de un clima suave y de una vida de ocio paseando entre los jardines de esas grandes mansiones. Pero ni el oro ni la gloria pudieron salvarlos de sí mismos. Su materialismo, escribió Platón, ofendió profundamente a los dioses y su civilización fue condenada a desaparecer de un modo rápido y espectacular.
LA MÁS BELLA DE LAS CAPITALES
En el Critias, el filósofo entrega más información acerca de la Atlántida… Después de la creación del mundo, los dioses se lo repartieron y Poseidón, soberano de los mares, recibió esta. Allí vivían Evenor y Leucipe, con su hija Clito, todos mortales. Enamorado de ella, y correspondido, de su unión con Clito nacieron diez hijos, cinco generaciones de gemelos, y cada uno heredó una parte de la isla. El mayor, Atlas, llegó a ser el rey y recibió la mejor y la más grande de las regiones, dándole, además, autoridad sobre sus hermanos. La isla era muy rica y se beneficiaba de importantes recursos, tanto agrícolas como mineros. Los sabios que la gobernaban hacían reinar la más perfecta felicidad, distribuyendo metódicamente el trabajo.
La Atlántida, descrita en el Critias, se divide en distritos. Los numerosos canales que la surcan convergen hacia la capital, de forma circular. En el corazón de esta se levanta el palacio real, antigua residencia del dios del mar. Se trata de una ciudadela de forma igualmente circular y de un diámetro de alrededor de cinco kilómetros. Anillos concéntricos de tierra y de mar, unidos por túneles y puentes, componen esta acrópolis. Abriga templos, palacios y edificios públicos, así como campos de deportes. La más formidable de las construcciones es la dedicada a Poseidón, un magnífico edificio situado en el corazón del recinto del palacio. Aquí, los gobernantes del continente se reunían para elaborar las leyes. Sus fachadas exteriores están completamente cubiertas de plata y sus techos enchapados en oro. Al interior, las bóvedas son de marfil cincelado con incrustaciones de oro, plata y auricalco (metal bastante misterioso que se puede suponer sería cobre o una aleación natural de cobre y oro, de uso religioso también). El templo está adornado con numerosas estatuas de oro. Una de ellas sobrepasa a todas las demás, es la que representa a Poseidón “de pie sobre un carruaje de seis corceles alados, con relucientes ninfas marinas en la base, y de tal magnitud que la figura toca la bóveda del edificio”. El gran rey de la Atlántida y sus nueve hermanos, príncipes de las otras nueve provincias, se reunían cada cinco o seis años en esta impresionante sala para alcanzar acuerdos y juzgar y sancionar a quienes de entre ellos habían incumplido las normas que los vinculaban. Después de sacrificar un toro y de ofrecerlo a los dioses, los gobernantes, vestidos con túnicas oscuras, se congregaban alrededor de las brasas y discutían las leyes, que escribían en unas tablas de oro. Las principales eran aquellas que disponían que los distintos monarcas debían ayudarse mutuamente, no atacarse unos a otros y tomar las decisiones concernientes a la guerra, y otras actividades comunes, por consenso y bajo la dirección de la estirpe de Atlas. Inteligentemente administrado, el pueblo de la Atlántida vivía en armonía. “Durante muchas generaciones -escribió Platón- fueron personas amables y sensatas, de corazón noble y generoso”.
Los soberanos que se sucedieron en el trono no se contentaron con dejar el palacio como lo encontraban: “Cada rey que lo habitaba añadía más motivos decorativos, superando a los reyes anteriores, hasta que lo convirtieron en una residencia asombrosa por su magnitud y la belleza de su arte”. Cada viaje hacia la ciudad era vigilado desde puertas y torres, y cada anillo estaba rodeado por un muro. Los visitantes del palacio entraban por una larga avenida que atravesaba los tres canales, cruzando porticones que abrían tres murallas, una de estaño, una de latón y otra de cobre que “relucía como el fuego” situada más al interior. Entre los límites de estas brillantes paredes se hallaban las residencias de la aristocracia: mansiones de piedras blancas, negras y rojas del propio país. La descripción de Platón muestra la abundancia y el poderío de la Atlántida. Sin embargo, el Critias quedó inconcluso y no se sabe nada más acerca de esta isla.
UN PRETEXTO PARA UTOPÍAS
El texto de Platón es interpretado hoy en día como la primera de las utopías: una alegoría destinada a alabar los méritos del Imperio ateniense, que se encontraba en esa época en decadencia. ¿Pero la ciudad ideal que describe el filósofo es puramente imaginaria, o la construcción platónica descansa en una tradición que podría tener orígenes históricos?
Cuando la Atlántida alcanzó su máximo esplendor, 9.200 años antes de Platón, la isla imperial dominaba la mayor parte del Mediterráneo. “En aquella época -afirma el filósofo griego- parecían inmensamente justos y piadosos. Sin embargo, la ambición y el deseo de poder de los atlantes no tenía limites”. La lujuria se apoderó de ellos. El afán de riqueza empezó a tener más valor que la bondad. “La divinidad que poseían era una llama cada vez más débil que se iba extinguiendo”, dejó escrito Platón. Los atlantes, “incapaces de soportar el peso de sus posesiones”, perdieron la virtud. Se dedicaron entonces a reunir armas para conquistar Atenas y los territorios del este. Pero Zeus, rey de los dioses, descargó su rabia y los castigó de un modo inimaginable. “Se sucedieron terremotos e inundaciones espantosas hasta que un terrible día la isla de la Atlántida fue tragada por el mar y desapareció”. Platón duda de que pueda encontrarse ningún vestigio del paraíso perdido: “El océano es un lugar impenetrable e infranqueable”.
Todos los elementos míticos e históricos de la narración se funden en un relato que engrandece a Atenas, la patria del filósofo. Las ciudades, como las personas, necesitan un pasado ilustre y, si incluye la derrota de una civilización superior, mejor. Lo que pasa es que los atenienses no pudieron vencer a nadie en esa época por una razón muy simple: ¡Atenas no existía! No había en el mundo ninguna ciudad, solamente tribus de cazadores recolectores. Algunos defensores de la existencia de tal civilización han intentado eludir el escollo cronológico argumentando que los hechos sucedieron en verdad novecientos años antes de Platón, y no nueve mil; pero el relato original se lo pone difícil. Fueron los sacerdotes egipcios de Sais los que, según el filósofo, contaron la historia de la derrota de la Atlántida a Solón (638-560 a. C.), el padre de la democracia ateniense, refiriéndose a ella como “la hazaña más heroica” de los hombres que habían vivido nueve mil años atrás. Y el problema no es sólo que no haya ningún texto sobre la Atlántida en culturas como la egipcia o la mesopotámica, que acostumbraban a registrarlo casi todo, sino que además la precisión cronológica de que hacían gala los egipcios invalida la posibilidad de un error de tal magnitud.
Pero el debate aún no ha terminado. Los antiguos comentaristas parecen ellos mismos divididos sobre el sentido de los diálogos platónicos. Aristóteles, en el siglo IV antes de Cristo, afirma que la Atlántida no es más que un mito. Por contra, un discípulo de Platón sostiene haber visto, en Sais, los jeroglíficos que relatan la historia contada a Solón.
En la Edad Media, la Atlántida es prácticamente olvidada. El interés por esta isla tragada por el mar renace en el siglo de los descubrimientos, incluso algunos autores se arriesgan a identificar como América a la isla platónica. Con mayor frecuencia, los filósofos retoman el procedimiento del filósofo antiguo para disertar sobre la noción de ciudad ideal. Así, el inglés Francis Bacon redacta en 1627 una Nueva Atlántida (‘Nova Atlantis’), especie de novela científica donde navegantes, llevados por los vientos a regiones inexploradas del océano, acceden a las costas de una isla desconocida donde un gobierno iluminado hace reinar la felicidad absoluta; el sueco Olaus Rudbeck ve una alegoría de su propio país como cuna de la civilización (Atland eller Manheim, 1679-1702); y el español Jacinto Verdaguer hace del continente perdido el objetivo de Cristóbal Colón (L’Atlàntida, 1876).
EL FIN DE LA ATLÁNTIDA
Según Platón, la Atlántida desapareció en un día y una noche, víctima de un cataclismo. Varios autores, partiendo de la hipótesis de que la isla realmente existió, han tratado seriamente de encontrar una explicación a esta desaparición.
La solución más evidente es la de la erupción de un volcán, pero es impensable que una explosión, aunque titánica, haya hecho desaparecer totalmente en un día una isla del tamaño de la que Platón describe en el Critias. También algunos evocan la hipótesis de un gigantesco meteorito que habría caído sobre la Tierra, desencadenando el más formidable maremoto de la historia de la humanidad -una catástrofe de la que el mito del Diluvio guardaría el recuerdo-. A menos que no haya que ver en la hecatombe evocada por Platón sino un efecto literario destinado a dramatizar la caída relámpago de una civilización brillante, la civilización cretense en este caso, asimilada a la declinación más progresiva de Atenas. O que la estructura anillada de la Atlántida sea un reflejo de asentamientos tartesios, que su hundimiento sea una réplica del de Helike, la ciudad del Peloponeso que se hundió en una laguna después de un terremoto en tiempos del filósofo (como la erupción volcánica que semihundió a la isla de Tera, ahora Santorín), y que el conflicto sea no más que una reedición de la Primera Guerra Médica, en la que los atenienses rechazaron a los persas en la batalla de Maratón como en la obra hacen con los atlantes.
HIPÓTESIS PARA UNA UBICACIÓN
La Atlántida ha sido relacionada con otros lugares misteriosos, como las pirámides de Egipto y las piedras de Stonehenge. A diferencia de estos monumentos, sin embargo, la isla que describe Platón no es más tangible que la memoria o los sueños. Pero mucha gente cree que los tesoros de plata, cobre y oro del continente hundido aún relucen en el fondo del mar a la espera de que alguien los encuentre. Algún valiente aventurero rescatará quizás algún día las legendarias tablas de oro en las que están grabadas las leyes del paraíso terrenal.
La corteza de nuestro planeta es, no obstante, una especie de rompecabezas cuyas piezas, las placas tectónicas, se mueven unos milímetros al año: crecen, se sumergen una debajo de otra, chocan. Los continentes se desplazan y Europa se aleja de América; pero las tierras emergidas son las mismas que han existido siempre. No hay ningún hueco en el que meter en un pasado remoto a la Atlántida.
Pero si se admite que la Atlántida realmente existió y que no se trata solamente de una simple fábula de valor moral o político, surge un problema, el de su ubicación exacta.
De América a Escandinavia. Algunos ubican la Atlántida en América del Sur, con los mayas, y otros, en Heligoland, isla del mar del Norte, cerca de las costas danesas y alemanas (Jürgen Spanuth, Das Entratselte Atlantis) o en el Sahara (idea popularizada por Pierre Benoit en su novela La Atlántida, 1919). Finalmente, algunos ven en la antigua ciudad de Tartessos (situada en la desembocadura del Guadalquivir, en España), la ciudad atlante.
Las Azores. Tomando en cuenta el texto de Platón, esta ubicación parece ser la más lógica. Ya en 1882, Ignatius Donnelly adelanta esta hipótesis. Más tarde, O. H. Muck, desarrollando argumentos adelantados por los arqueólogos Kircher y Schliemann, sostiene que las Azores son la antigua Atlántida. Insiste en la situación geográfica de la zona, y acota que forman un territorio de fractura en la corteza terrestre y que existe abundancia de volcanes en actividad.
Bimini… Pero otros piensan que la Atlántida se encontraba de hecho en la parte oeste del océano Atlántico, en las proximidades de la isla de Bimini (archipiélago de las Bahamas). En 1968, una estructura sumergida fue descubierta en esta zona. Siguieron expediciones, llevadas a cabo por M. Valentine, conservador honorario del museo de ciencias de Miami, y Dimitri Rebikoff, experto en fotografía submarina. Se reconocieron dos muros, orientados perpendicularmente uno respecto al otro. Teniendo en cuenta que Bimini se hunde de forma paulatina en el mar, los dos investigadores dataron estas construcciones en 8.000 a 10.000 años, es decir, en una época en que ningún pueblo de la región conocido por los arqueólogos poseía un nivel cultural y técnico que le permitiera realizar tales muros. El único problema es que se ha puesto en duda el origen humano de tales estructuras, consideradas hoy día más bien como un fenómeno natural.
…o Santorín. Finalmente, una de las hipótesis más reciente, sostenida particularmente por el fallecido científico marino francés, el comandante Jacques-Yves Cousteau, reubica la Atlántida en el Mediterráneo y la identifica con la isla de Santorín, próxima a Creta, desmantelada súbitamente y transformada en archipiélago alrededor de 1500 antes de Cristo, a raíz de la erupción de su principal volcán. Sin embargo, como se ha dicho antes, es posible que Platón recurriera al recuerdo de esa violenta erupción tan solo como un elemento más para su historia, pues no hay pruebas de que la catástrofe de Tera acabara con la civilización minoica de forma repentina, que tampoco fue derrotada por los atenienses ni tenía sus dominios más allá de las Columnas de Hércules.
Así pues, como vemos, también en la época contemporánea el mito de la Atlántida ha continuado y continúa alimentando utopías filosóficas y ficciones novelescas. Hemos pasado de los comienzos del siglo XX donde el escritor francés Pierre Benoit publica una Atlántida pronto famosa, en que la isla misteriosa se localiza en pleno desierto, rodeada por océanos de arena, y en la que dos oficiales perdidos se encuentran retenidos en ella por la turbadora reina Antinea (nombre cuya etimología significa: “la nueva atlante”); a, más seriamente, la opinión barajada por arqueólogos y especialistas del mar que han buscado, con todos los medios disponibles a su alcance, identificar la ubicación exacta del continente perdido, como las teorías de los griegos Galanoupoulos y Marinatos, así como la del afamado explorador e investigador francés Cousteau, para los que la Atlántida no sería otra que la isla de Santorín, situada a 110 kilómetros al norte de Creta. La isla es en efecto circular y, considerando en novecientos años y no en nueve mil el desarrollo de los acontecimientos relatados por Platón, Creta estaba en ese tiempo en el apogeo de su poderío. Su civilización minoica era brillante y su comercio se extendía por todo el Mediterráneo. Además, era enemiga de Atenas y practicaba el culto del toro como hacían los atlantes. Y poco más o menos de 1500 antes de Cristo el volcán Santorín hizo erupción brutalmente. La explosión fue acompañada de grandes temblores, lluvia de cenizas y de una ola formidable de varias decenas de metros de altura. Fue esta ola la que debió abatirse sobre Creta, destruyendo su civilización para siempre y causando importantes cambios culturales en el Mediterráneo oriental durante décadas, incluso siglos. Mil cien años después de la terrible desgracia, ¿habrá confundido Platón fechas y lugares, la isla sepultada y la siniestrada civilización cretense? ¿O mezcló deliberadamente eventos históricos y una tradición legendaria para forjar una alegoría de alcance político y moral? Las dos hipótesis son igualmente plausibles según quien las defienda.
OTRAS CIVILIZACIONES DESAPARECIDAS
El tema de tierras desaparecidas ha dado lugar a una abundante literatura. El recuerdo nostálgico del paraíso perdido puede tener algo que ver. ¿Acaso no se pensaba, en la Edad Media, que el jardín del Edén aún existía más allá de las tierras conocidas? La idea del Diluvio, o de una gran catástrofe natural, que se reencuentra en numerosas civilizaciones, le está también ciertamente emparentada. Otros continentes comparten con la Atlántida la triste reputación de haber sido tragados por el mar.
Lemuria. La invención de este continente que se habría sumido en las aguas del océano Índico data del siglo XIX. Se debe al zoólogo inglés Philip Sclater, quien creó el nombre a partir de restos de primates -lemúridos- encontrados en Madagascar y en Malasia. La médium rusa Helena Petrovna Blavatsky se apasionó con esta historia; hace de los lemurianos unos gigantes provistos de poderes telepáticos. Lemuria habría desaparecido, si se le cree, hace millones de años, pero algunos sobrevivientes habrían podido huir a Asia Central: sus descendientes serían los actuales habitantes de la India.
El continente de Mu. A principios del siglo XX, tratando de traducir un texto maya, el códice Tro-cortesiano, el francés Charles Étienne Brasseur de Bourbourg cree descubrir los símbolos ‘M’ y ‘U’ y deduce la existencia de un antiguo continente llamado Mu. Sostenía que esa civilización perdida hace miles de años extendió su avanzada tecnología por todo el mundo; la que habría permitido la construcción de las grandes pirámides que se encuentran esparcidas en distintos continentes. Además, tal como la Atlántida, este territorio habría sido destruido por los dioses como castigo por ser una civilización decadente. Luego, el coronel y escritor ocultista James Churchward declara que, cuando servía al ejército británico en la India, fue iniciado por sacerdotes hindúes a los secretos de Mu. Los religiosos le habrían enseñado a leer la lengua del continente perdido usando copias de textos inscritos sobre tablillas guardadas en templos hindúes y mexicanos… Según él, este misterioso lugar, situado en el océano Pacífico, se extendía desde el estrecho de Bering hasta Australia y de la India a California. Se habría hundido en el mar hace unos doce mil años.
Hiperbórea. Un continente hoy día perdido bajo los hielos, la Hiperbórea, habría existido en las actuales regiones árticas en un período muy antiguo en el que estas (se pretende que antes de que los polos cambiaran de lugar) habrían gozado de un clima y una vegetación tropicales… Los hombres y mujeres de esta isla, rodeada de altas montañas, habrían sido de una belleza extraordinaria, además de ser descritos como dioses inmortales.
Pacífica. Finalmente, dos geofísicos, el Dr. Amos Nur, profesor de la Universidad de Stanford (California), y el Pr. Zvi Ben-Avraham, de Tel Aviv, adaptaron el viejo mito del continente desaparecido a la teoría moderna de la deriva de los continentes. Según ellos, hace 125 millones de años, una masa de tierra, que ellos llaman Pacífica, habría derivado a través del océano Pacífico antes de hundirse, por el choque del encuentro con uno de los otros continentes, bajo las costas de Asia o América.