Extrañas estatuas de rostro enorme, grandes orejas, con las cuencas abiertas hacia el cielo, se yerguen en la soledad de Rapa Nui, nombre que los tahitianos dan a la isla de Pascua. Estos colosos hasta hoy constituyen un gran enigma de la arqueología.
Fascinantes vestigios de una civilización antigua poco conocida, estas grandiosas efigies son diferentes a aquellas de las demás islas del Pacífico, y hasta los mismos pascuenses olvidaron ya su significado.
La teoría más extendida es que estos gigantes de piedra fueron hechos por los rapanui para representar a sus ancestros, gobernantes o antepasados ilustres que después de muertos tenían la capacidad de extender su mana (poder espiritual) sobre la tribu, a modo de protección. Los reyes poseían esta energía de manera innata; otros podían adquirirla en el transcurso de sus vidas, pero para ello tenían que realizar una serie de hazañas extraordinarias, y estaban obligados a demostrarlo constantemente para no perderla. Los clanes más prósperos ordenaban construir un moái como una manera de honrar al hombre difunto con mana.
El primero en verlos fue el navegante holandés Jakob Roggeveen. El día de Pascua de 1722 desembarca en esta isla de origen volcánico, árida y pobre, que constituye el vértice extremo de la Polinesia, con una superficie de 163,6 km². La fecha (en la que se conmemora, de acuerdo con los evangelios canónicos, la resurrección de Jesucristo al tercer día después de haber sido crucificado) da su nombre a la nueva tierra.
NOVECIENTAS ESTATUAS DE PIEDRA VOLCÁNICA
Muchas veces llamadas “cabezas” o “bustos”, las estatuas de la isla, los moáis, cuya estatura varía de uno a veintiún metros, representan sin embargo una silueta entera. Pero los rostros son tan desproporcionadamente grandes que el resto del cuerpo pasa inadvertido. Los brazos están pegados al tronco y las manos sostienen un vientre ligeramente abultado con sus pulgares señalando hacia el ombligo (marcado en relieve, aunque en la mayoría de los casos la erosión ya no permite apreciarlo), que contiene el poder de la vida. Sus dedos alargados y finos simbolizan a un ser sagrado, intocable, no destinado al trabajo común, sino a la reflexión y sabiduría. Se han contabilizado alrededor de novecientos.
Fueron mayormente tallados en toba, roca del volcán Rano Raraku. En la cantera excavada en la ladera del cráter se encuentran hasta doscientas estatuas no terminadas en diferentes fases de producción, sin que se sepa la razón del abandono de esta gigantesca obra. Una de ellas es el moái Tukuturi, el más antiguo descubierto hasta la fecha, una figura en posición sentada o arrodillada, con la cabeza ligeramente elevada hacia el cielo y las manos en posición de orar. Único en su forma, se estima que data aproximadamente del siglo VI.
Los moáis pueden agruparse en dos categorías. Los primeros se alzan sobre la vertiente del Rano Raraku y están recubiertos de símbolos. Los maestros talladores esculpían la piedra con cinceles de basalto u obsidiana. Se calcula que un equipo de escultores podía tardar hasta dos años en terminar un moái grande. Primero se labraba la parte frontal con todos sus detalles excepto la cuenca de los ojos. Los segundos, adornados originalmente con unos sombreros cilíndricos llamados pukaos, fueron colocados sobre altares (los ahu: muros paralelos a la costa, de una altura de cinco metros, construidos de piedras encajadas) de espaldas a la playa. No se sabe exactamente cómo eran trasladados, pero es casi seguro que dicho proceso exigió el uso de trineos o rodillos de madera. De hecho, desde la cantera del volcán salían varios caminos destinados al transporte de las estatuas. Los ojos permanecían “cerrados” hasta que la figura del moái era instalada sobre su ahu, donde se le tallaban las cuencas y, en una ceremonia ritual, se le colocaban los ojos fabricados con coral blanco y pupilas de obsidiana, escoria roja o piedras de otro color. En ese momento se consideraba que el mana del moái revivía y podía proyectarse sobre su tribu para protegerla. Esta sería para algunos la explicación de por qué todos los moáis miran hacia el interior de la isla, que es donde estaban los poblados y sus habitantes, y no hacia el océano.
Los ahu (hay contabilizados unos trescientos), construidos para albergar los cuerpos de los líderes o personas de alto rango de los clanes ancestrales, contaban con restricciones sagradas (tapu) y fueron importantes centros religiosos, políticos y económicos alrededor de los cuales el pueblo rapanui desarrollaba sus actos solemnes (funerales, asambleas, fiestas, ritos de iniciación…). Fueron tumbados durante las guerras tribales que se dieron entre los siglos XVII y XVIII por la escasez de alimentos y la crisis y los conflictos entre la población, lo que ocasionó la decadencia de la época de los moáis y del culto a los antepasados, dando paso a un nuevo orden político y religioso. Sus ojos fueron quitados y enterrados, o arrojados al mar, nadie lo sabe con seguridad, pero ninguna figura tiene sus originales. En 1978, el arqueólogo pascuense Sergio Rapu descubre en el suelo inmensos ojos de coral blanco y de toba roja, invalidando la teoría según la cual las órbitas oculares de las estatuas habrían sido dejadas vacías a propósito.
Se estima que la población de la isla de Pascua sufrió una crisis social, que se ha atribuido a la superpoblación y devastación del ecosistema, entre los siglos XVI al XVIII. La tala de bosques y la sobreexplotación agrícola disminuyó la producción de cultivos, les impidió construir balsas para la pesca en alta mar y conseguir leña para el fuego. A esto se sumó el agotamiento de recursos marítimos costeros y de los huevos de las aves marinas que allí anidaban. La falta de alimentos llevó al colapso de su compleja sociedad, empezó a simplificarse y dividirse en tribus que competían por los bienes restantes, y comenzaron a vivir en cuevas para protegerse de las incursiones de grupos enemigos, que en ocasiones se realizaban con el objeto de practicar el canibalismo.
UNA CIVILIZACIÓN DESAPARECIDA
En el momento del descubrimiento de la isla, la población pascuense se divide en una decena de clanes (mata) distintos, sobre los que gobierna un rey (ariki). El primero de ellos habría sido un cierto Hotu Matu’a, quien llega con su mujer y sus compañeros desde otro atolón polinésico, como refugiados de una guerra. Hau-Maka, sabio, profeta y consejero real en la mitología pascuense, tras una visión mística, le habría indicado al soberano la existencia de dicho lugar, señalándoselo como destino al que llevar a su pueblo frente al inminente hundimiento de la tierra natal de los rapanui, en la mítica Hiva, hacia el siglo IV. Este primer rey, antes de morir, habría dividido la isla entregándole una parte a cada uno de sus hijos para que estos formaran sus propias tribus. Una treintena de soberanos sucedieron a Hotu Matu’a hasta mediados del siglo XIX. En el año 1950, el navegante noruego Thor Heyerdahl aventuró que los primeros habitantes de esta tierra fueron descendientes de los peruanos (hombres llamados “orejas largas”) y que una segunda ola de inmigración, de características raciales diferentes a los considerados nativos, llegó a la Polinesia justo antes del descubrimiento de la isla.
Pero esta tesis no tiene mucho respaldo hoy en día, a pesar del éxito de su expedición de la Kon-Tiki en 1947, una balsa artesanal construida con troncos, plantas y materiales naturales de Sudamérica en la que realizó la travesía entre el Perú y la Polinesia, con el propósito de demostrar el origen amerindio de las poblaciones oceánicas. La única certeza, en lo que concierne a los pascuenses, parece ser su parentesco con los polinesios.
RELIGIÓN Y CREENCIAS
En algún momento de la historia, que algunos estudios sitúan a principios del siglo XVIII, cuando las luchas intertribales destruían la cultura rapanui, se abandona el culto a unos ancestros divinizados, representados por los moáis, debido a una pérdida de prestigio del antiguo orden político y religioso, surgiendo inéditas liturgias ceremoniales. Una excelente muestra de esta transición entre las antiguas y nuevas creencias es una estatua de un antiguo ídolo moái en cuya espalda se observan relieves que expresan el nuevo culto del hombre pájaro (tangata manu).
Así, paulatinamente, los antiguos dogmas se sustituyen por nuevos ritos relacionados con la fertilidad y vinculados a una única divinidad, el dios creador Make-Make. Como resultado de esta crisis, con la consiguiente destrucción de los altares ceremoniales y el abandono de las canteras en que se tallaban los moáis, aparece un original culto religioso, el del tangata manu, cuyo centro ceremonial se encuentra en la aldea de Orongo, situada en la cima del farallón del volcán extinto Rano Kau que enfrenta al islote Motu Nui. Allí los hombres más poderosos de la isla esperaban cada año la llegada de las golondrinas de mar que anidaban en el peñasco. Lo hacían sentados durante semanas en las casas de piedra semisubterráneas orientadas hacia el lugar.
De esta forma la clase guerrera adquiere también el poder político, ya que la competición por la toma del primer huevo del pájaro manutara exigía una gran fuerza y destreza física, dando como resultado la elección de un segundo rey o jefe militar -el ariki mantenía sus privilegios de sangre en sus terrenos de Anakena- elegido todos los años, después de esta ceremonia consagrada al culto del divinizado hombre pájaro que tenía lugar por primavera. Esta contienda donde cada hombre debía encontrar, antes que los demás, el primer huevo que ponían los sterna fuscata –un ave migratoria que antaño llegaba a la isla cada temporada para poner sus huevos– sobre el islote vecino de Moto Nui, nadar de regreso y trepar el acantilado marino de Rano Kau hasta su cima cercana al poblado de Orongo, era una justa muy peligrosa y no pocos morían a causa de los tiburones, por ahogamiento o caídas. El vencedor (cada participante era representado por su servidor y verdaderos partícipes de la prueba, los hopu manu, es decir, los representantes de los jefes de cada linaje), una vez le hacían entrega del presente tomaba entonces el nombre de hombre pájaro y encarnaba sobre la tierra al dios Make-Make, creador del universo. Le afeitaban y pintaban de rojo la cabeza y lo conducían a una cabaña sagrada especialmente preparada para él en Anakena o más frecuentemente en la falda del volcán Rano Raraku, dependiendo del clan al que perteneciese, donde permanecía aislado (incluso de su familia) durante un año alimentado por sirvientes especiales, ejerciendo a lo largo de ese tiempo la jefatura militar y política. Transcurrido el período, el tangata manu dejaba de serlo y regresaba a su vida normal, aunque ya le acompañaba para siempre el respeto y la consideración de los demás. La tribu ganadora obtenía un mayor acceso y control sobre los recursos, lo que muchas veces se tradujo en abusos.
En una isla remota y aislada como Rapa Nui, en la que no existían grandes mamíferos ni reptiles, y en la que las aves eran los únicos seres vivos cercanos a los humanos, que suministraban además una interesante fuente de proteínas en forma de carne y huevos, no es extraño que surgiera un culto religioso en torno a los pájaros. Existía la creencia de que estos tenían una relación mística con los dioses, y especialmente, las aves marinas que unían la tierra, el mar y el cielo. La importancia que tienen los pájaros en la cultura pascuense se manifiesta a través de las numerosas alusiones a las aves que se encuentran en grabados, pinturas, esculturas y leyendas a lo largo de su historia.
La sociedad pascuense estaba compuesta esencialmente de pescadores y agricultores. Muy jerarquizada, fue continuamente presa de luchas violentas y el canibalismo constituyó una práctica corriente. Y es que a pesar de que el sistema creado para repartir el poder representaba una buena solución política, con el tiempo fracasó ya que el clan vencedor no quería perder los privilegios alcanzados. Para evitarlo, no permitía participar en el torneo ceremonial a los otros grupos de las tribus rivales, con lo que se mantenían en el poder durante muchos años. Lógicamente, esto desencadenó cuantiosos conflictos étnicos reflejados en la tradición oral a través de terroríficas leyendas, en las que no faltan referencias a comerse unos a otros.
Al margen del impacto fatal con los europeos, quienes trajeron enfermedades ante las cuales la población indígena no era inmune, la gran redada de esclavos para su venta llevada a cabo en 1862 por los negreros peruanos diezmó prácticamente a toda la población. Hoy los pascuenses originarios han desaparecido casi por completo. En 1892 solamente quedaban un centenar vivos, de los cuales sólo doce eran hombres adultos, por lo que el pueblo rapanui, junto a su cultura, estuvo en su punto más cercano a la extinción. En la actualidad, isla de Pascua, con sus aproximadamente ocho mil habitantes, es un departamento de Chile, que la anexó en 1888.
TRANSPORTAR Y LEVANTAR LAS ESTATUAS
Durante mucho tiempo, los científicos se preguntaron cómo pudieron los pascuenses levantar estatuas tan imponentes. En 1955, Thor Heyerdahl, obtiene una respuesta. En dieciocho días logra, con la ayuda de una docena de pascuenses, erigir una efigie de veintitrés toneladas. Provistos de tablones que usan de palanca, los obreros inclinan un costado de la figura y colocan piedras debajo de ella. Después levantan otro poco el moái y repiten la operación, hasta llevarlo casi a la vertical contra las piedras amontonadas. Para acabar, terminan de enderezarlo con cuerdas. Pero Heyerdahl no puede explicarse cómo fueron puestos sus sombreros, que pesan varias toneladas.
El transporte de las figuras, desde el lugar de construcción hasta donde fueron erigidas, sin animales de tiro ni ruedas, por un terreno irregular, suscitó también varios interrogantes. En 1955 se intentó un experimento: los colosos de piedra fueron acostados boca abajo, sobre unos trineos tirados por cuerdas. Pero, si el problema del transporte fue resuelto así, permanece la pregunta sobre los materiales necesarios para esta operación. La isla, descubierta en el siglo XVIII, tiene una vegetación exigua. Finalmente, en 1983, fueron halladas unas nueces de jubea, frutos de un árbol llamado palmera de Chile, que habían estado abandonadas hacía siglos. La teoría del botánico neozelandés John Flenley, que afirma que en el pasado, antes del “ecocidio” no intencionado pascuense, la isla estaba cubierta por un denso bosque, está comprobada. Los isleños disponían entonces de los materiales necesarios para la construcción de palancas y de tablones. Fue a raíz de su llegada y con el tiempo brutal uso de los recursos de la zona para la construcción de su gran obra cuando la población arbórea de Rapa Nui empezó a declinar rápidamente.
LOS “RONGORONGO”
Como demuestra el descubrimiento de algunas tablillas de madera, llamadas rongorongo, que escaparon a la destrucción de los misioneros, que las consideraron portadoras de mensajes que contravenían su labor evangelizadora, los pascuenses conocían la escritura. El fraile francés Eugenio Eyraud, en un informe presentado a sus superiores de los Sagrados Corazones, escribió: “En todas las chozas se encuentran tablillas de madera o bastones cubiertos de jeroglíficos. Son figuras de animales desconocidos en la isla, que los indígenas dibujan con piedras cortantes. Cada figura tiene su nombre, mas el poco caso que hacen de estas tablillas me inclina a pensar que estos signos, restos de una escritura primitiva, son ahora para ellos algo que conservan sin tratar de inquirir el sentido”. Pero esta escritura permanece en gran parte indescifrada. Los textos huecograbados muestran caracteres alineados que forman palabras escritas de izquierda a derecha. Pero la línea siguiente está escrita en sentido inverso. También encontramos en los textos siluetas de hombres y de animales. Todavía se ignora si se trata de un alfabeto, de ideogramas o de jeroglíficos. Investigadores sostienen que tal escritura fue inventada después de la llegada de los españoles en 1770, ya que estos solicitaron la firma del contrato de cesión de la isla, siendo este el primer contacto de los rapanui con la escritura occidental. Podemos ver, pues, que isla de Pascua está lejos de habernos revelado todos sus secretos.
MISTERIOS PASCUENSES
-La función de los moáis. Es todavía un enigma y no es posible afirmar con certeza, aunque sea una conjetura muy extendida, que se trate de monumentos erigidos en honor a los muertos o a los ídolos. Hay autores que estiman que estas estatuas habrían tenido como misión velar sobre la isla, pero el hecho de que estén giradas hacia las tierras y no hacia el mar (excepto los siete situados en el Ahu Akivi, que al parecer representan a los siete exploradores que precedieron a los primeros colonizadores) vuelve esta hipótesis poco creíble para otros estudiosos.
-¿El vestigio de un continente perdido? La teoría de los continentes tragados por el Pacífico, de moda desde el siglo XIX, incluye a la isla de Pascua. Desarrollando la idea de Philip Sclater, quien acuñó el término Lemuria en el año 1850, Helena Blavatsky, fundadora de la Sociedad Teosófica (1875), sostiene que los moáis fueron construidos por los herederos de la Lemuria, un mundo altamente civilizado equivalente al de la Atlántida, pero situado en el océano Índico.
El coronel Churchward ve en estos gigantes de piedra pascuenses los vestigios de la avanzada civilización de Mu, que se habría extendido desde el norte de Hawái hacia el sur. Una línea trazada desde la isla de Pascua y las Fiji demarcaba su límite meridional. Una tesis invalidada por la geología y la zoología moderna.
Para otros, Rapa Nui no pertenece ni a Mu ni a ningún otro continente engullido por el Pacífico, sino que habría sido una suerte de anticipo de la civilización atlante en el Pacífico.
-Visitantes celestes. Como hemos visto, los pascuenses actuales más o menos mestizados afirman que estas estatuas representan ancestros poderosos, iniciados y poseedores del mana, es decir, un poder mental particular. Esto indujo a algunos autores muy imaginativos, como el suizo Erich von Däniken, autor del libro Recuerdos del futuro, a ver en ello la influencia de extraterrestres, altamente evolucionados, que habrían venido a iniciar a los autóctonos en el pasado. Para estos, entonces, los moáis serían una representación de los visitantes espaciales.