Todos somos aptos para ser felices, pero tenemos que poner un poco de nuestra parte. Esta es la idea fundamental en la que se basa la psicología positiva, interesada en acostumbrar al espíritu a percibir todo lo positivo que hay en la vida.
Delante de todos sus colegas, el presidente de la Asociación norteamericana de Psicología llegó a una conclusión definitiva: a sus sesenta años de edad y en la cima de una brillante carrera, fue su hija, de sólo cinco años, la que le hizo ver cuál debería haber sido la principal preocupación de la psicología científica desde hacía medio siglo. Ambos arrancaban malas hierbas en el jardín, pero la pequeña Nikki, en lugar de concentrarse como él en esta tarea, se dedicaba a lanzar las hierbas al aire, mientras cantaba y bailaba. Acostumbrado al trabajo disciplinado y preciso, el profesor miró a su hija y la regañó alzando la voz. Esta se fue llorando. No obstante, regresó pasados unos pocos minutos y le dijo: “Papá, ¿te acuerdas de cómo me pasaba el día lloriqueando cuando tenía cuatro años? Pues al cumplir los cinco, decidí dejar de hacerlo. Me costó mucho, pero si yo pude dejar de lloriquear, estoy segura de que tú también puedes dejar de refunfuñar todo el rato”. Martin Seligman comprendió entonces algo esencial: si queremos vivir de forma plena, hay que acostumbrar al espíritu a percibir todo lo que hay de positivo en la vida en lugar de conceder tanta importancia a los problemas. Entendió igualmente que el papel primordial de la psicología científica debía ser ayudar a los demás a que encuentren este equilibrio positivo, tal y como lo había hecho Nikki.
Desde que surgió la psicología moderna, hace ya más de un siglo, la definición de “salud mental” se ha limitado a la “reducción de los problemas neuropsiquiátricos”. Incluso hace tan solo poco más de una década, el noventa por ciento de los artículos científicos sobre psicología se consagraban a problemas tales como la angustia y la depresión. La psiquiatría biológica concibe la serenidad como un frágil equilibrio de neurotransmisores listos en cualquier momento para alterarse. En esta psicología clásica, el individuo no es sino el resultante de conflictos infantiles, de instintos malsanos más o menos contenidos y de fuerzas biológicas que este no logra controlar.
ALCANZAR MAYOR SATISFACCIÓN VITAL
La nueva psicología anunciada por Martin Seligman nada tiene que ver con esto. Ya no se trata de ayudar a la gente a pasar de -5 a 0 en la escala de satisfacción, sino de permitirles pasar de 0 a +5.
La psicología positiva se puede considerar revolucionaria en tanto en cuanto se interesa por lo que hace feliz a los individuos. Su objetivo consiste en desarrollar la capacidad de amar y ser amados, de dar sentido a nuestros actos, de ser responsables de aquello que podemos cambiar, de ser resilientes (la resiliencia es la capacidad que tiene una persona de recuperarse frente a la adversidad para seguir proyectando el futuro) frente a lo inevitable. El programa de investigación internacional centrado en la capacidad que demuestran los monjes tibetanos a la hora de rodearse de emociones positivas es un buen ejemplo de lo que representa esta nueva psicología. A través de la práctica, estos monjes pueden transformar el estado de su cerebro y colmarlo de serenidad y compasión. Demuestran, pues, que es posible acostumbrar el cerebro a una felicidad fuera de toda norma.
Para los que nunca llegaremos a ser monjes, los primeros estudios relevantes sobre psicología positiva presentan una serie de posibilidades que se pueden llevar a la práctica de una manera más sencilla: por ejemplo, nos proponen que apuntemos en un diario (al menos una vez por semana) los acontecimientos más positivos que hayamos vivido y en qué medida hemos contribuido en estos. Tan solo seis semanas después (más o menos el mismo tiempo que necesita un antidepresivo para que haga efecto) notaremos cómo el nivel de satisfacción que experimentamos va a aumentar de forma considerable.
EL PLACER DE LAS RELACIONES
Uno de los resultados más sólidos de la psicología positiva reside en la importancia que se ha demostrado que tiene nuestra conexión con los demás. Mihaly Csikszentmihalyi -especialista en experiencias óptimas- señala que “la gente es más feliz cuando se encuentra en compañía de otros seres humanos. Lo peor que podemos desear a alguien es que cuando llegue a su casa esté solo y sin nada que hacer, aunque muchos crean que eso es lo que desean”. La simple búsqueda del “placer”, según Seligman, no nos lleva a un bienestar duradero. Lo que hace que la felicidad se consolide podría ser el “compromiso” en el caso de una relación de pareja, familiar, un trabajo o una comunidad o “dar sentido a tus actos”; es decir, servirse de lo mejor que hay en nosotros para contribuir al bienestar de los demás. Sin embargo, el mensaje más importante de la nueva psicología se reduce, sin duda, al ejemplo de Nikki: todos tenemos una aptitud natural ante la felicidad y, en gran medida, nos atañe a nosotros decidir si vamos, o no, a darle una oportunidad.
RESILIENCIA
La psicología positiva considera, pues, a los problemas como desafíos, que deben ser enfrentados y superados por las personas gracias a la resiliencia, existiendo distintas circunstancias que beneficiarán o no el desarrollo de esta capacidad en cada persona, como la educación, las relaciones familiares o el contexto social. En ocasiones, las circunstancias difíciles o los traumas vitales permitirán desarrollar recursos que se encontraban latentes y que el individuo desconocía poseer hasta ese momento.
La resiliencia está vinculada a la autoestima, por lo que será importante trabajar con los niños desde edades tempranas para que puedan desarrollar de forma sana esta capacidad. Un niño con buena autoestima se transformará en una persona adulta con una alta capacidad de resiliencia, por lo que estará preparado para superar los obstáculos que encuentre a lo largo de su vida.