Uno de los casos más célebres en las crónicas de las desapariciones en el mar es, sin duda alguna, el del bergantín estadounidense Mary Celeste, una embarcación de treinta y un metros de eslora por 7,6 m de manga y 282 toneladas de peso, propiedad de J. H. Winchester & Co. del consorcio de armadores de Nueva York. El barco fue encontrado a la deriva en 1872 sin nadie a bordo.
¿Por qué un mando responsable y experimentado, o sus marineros, abandonarían una nave estable en excelentes condiciones para surcar cualquier océano? Las teorías menos sensacionalistas a lo largo de los años han oscilado desde motín o asalto pirata a los caprichos de mares agitados y ataque por pulpos gigantes, mientras que las más científicas propusieron algún tipo de adversidad a causa de los vapores tóxicos producidos por la carga que transportaba el buque en su interior. Sus tripulantes eran: el capitán Benjamin S. Briggs, estadounidense de 37 años; su esposa Sarah Elizabeth, de 30; su hija de dos años Sophia Matilda; dos oficiales, Albert G. Richardson (estadounidense, 28 años) y Andrew Gilling (danés, 25); el cocinero y camarero Edward William Head (estadounidense, 23 años); y cuatro marineros de origen alemán: Volkert y Boy Lorenzen, de 29 y 23 años respectivamente, Arian Martens (de 35) y Gottlieb Goudeschaal (de 23 años). En total, diez personas que se desvanecieron en medio del Atlántico y de las que no se tuvo noticias jamás. Desde ese día, el Mary Celeste pasó a engrosar la larga lista de “barcos fantasmas”, cuyas historias cuentan los marinos en las largas noches de a bordo y de tabernas. Unas se coronan de misterios y de leyendas espectrales, de castigos divinos o de monstruosas intervenciones. Otras son más simples, menos presuntuosas, pero no por ello exentas de dramatismo. A todo este enredo, vino a proporcionar mucha más confusión un relato de Arthur Conan Doyle, el eximio creador de la figura de Sherlock Holmes, que escribió una ficción literaria sobre los acontecimientos que fue tenida mucho tiempo por cierta. He aquí todo lo que se sabe… y lo que se cree pudo ocurrir.
El Mary Celeste estuvo varias semanas en el muelle 44 del puerto de Nueva York, amarrado junto al bergantín canadiense Dei Gratia. Las tripulaciones de ambos barcos se conocían y los dos esperaban zarpar rumbo a Europa en cuanto el parte meteorológico fuera favorable. El Mary Celeste partió de la bahía de Staten Island el 7 de noviembre de 1872 con buen tiempo. Transportaba 1.701 barriles de alcohol desnaturalizado propiedad de la compañía Meissner Ackermann & Co. Tenía que llevar su carga hasta H. Mascerenhas & Co. en Génova, Italia. El Dei Gratia, con sus bodegas cargadas de queroseno, soltó amarras ocho días después dirección a Gibraltar, al mando del capitán David Reed Morehouse.
EL BARCO QUE NAVEGABA SOLO
Se desconoce la ruta que debió seguir el Mary Celeste, pues tras adentrarse en el mar se perdió todo contacto con él. Hacia el mediodía del 5 de diciembre, el vigía del Dei Gratia, John Johnson, vio aparecer por estribor, y con rumbo inestable, el mismo barco que viera en el puerto. En ese momento estaban a unas 700 millas al oeste del Peñón. El Mary Celeste no iba dirección a Europa, navegaba a media vela como si regresara de Italia.
Se acercaron a él, su velamen tenía una extraña disposición. La vela mayor estaba medio caída sobre la proa. A sólo 400 metros de distancia hicieron las señales reglamentarias sin obtener ninguna respuesta. Se acercaron más y circunvalaron la majestuosa embarcación de dos palos, parecía que no había nadie. El capitán ordenó a tres hombres del Dei Gratia, Deveau, Wright y Johnson, que echaran una chalupa al agua y se dirigieran al Mary Celeste.
DESAPARICIÓN DE LA TRIPULACIÓN
Cuando los marinos subieron a bordo constataron que efectivamente el buque estaba deshabitado y navegaba con el timón a merced del viento. Durante una hora buscaron por todo el barco sin encontrar rastro de vida. Todo sosegado y normal, nada daba a entender que hubiera habido utilización de fuerza o intimidación para alcanzar o conseguir algún fin. Sólo un detalle turbador: la mesa estaba recién puesta, habilitada para empezar a comer. Una cacerola con un pollo cocido hacía poco y con el té todavía humeante sobre ella, pero nadie había tocado el condumio. También hallaron las ropas, los equipajes, inclusive dinero y joyas de valor en sus respectivos cajones. Todo se acomodaba en su lugar perfectamente guardado. Aunque había señales de que había pasado una tormenta, el navío se encontraba en inmejorable estado para atravesar el Atlántico sin ningún contratiempo.
Aparentemente no faltaba nada, pero perplejos ante la falta de explicaciones lógicas a la ausencia de personas y escudriñando con más detalle se dieron cuenta de que había desaparecido la documentación de la carga, un bote salvavidas, un cronómetro, el sextante y la corredera (medidor de la velocidad del buque). ¿Qué les pudo hacer salir tan precipitadamente del Mary Celeste? Desde luego no iban a acobardarse ante un temporal, por violento que este fuera allí estaban mucho más seguros que en un bote pequeño e inestable, una medida desesperada que sólo se lleva a cabo cuando no hay más alternativas, pero es que además todo se hallaba correctamente en su sitio, sin indicios de que los vaivenes propios de una grave tempestad hubieran hecho estragos en la nave y en sus enseres. En el sollado de proa, reservado a la tripulación, todo permanecía en su emplazamiento: los sacos, botas y pipas de los marinos se ubicaban ordenados y la ropa aguardaba tendida en las cuerdas que alguien la recogiese sin nada que llamase especialmente la atención. Incluso localizaron un frasco de aceite sobre una máquina de coser que, de haber habido un fuerte oleaje, debiera haberse caído. Únicamente se descubrió en cubierta, fuera de punto, la vara de medir el agua que se acumulaba en la sentina. En ese momento, se comprobó y no llegaba a un metro, cosa ordinaria en ese tipo de embarcaciones. No parecía tampoco que los tripulantes pudieran haber sido víctimas de una repentina plaga mortal, o bien secuestrados por “alguien” en medio del Atlántico. Menos todavía se revelaban rastros de explosión, insurrección o violencia.
EL MISTERIO DEL BARCO
Las bodegas del Mary Celeste se encontraban plenamente cargadas con barriles de alcohol. Disponía, asimismo, de una buena y enorme cantidad de provisiones en comida y agua para toda la dotación del bergantín en su travesía hacia Europa. No transportaba cargamento peligroso que pudiera provocar una detonación por sorpresa, tampoco había huellas de contrabando de armas, piedras preciosas o especies a bordo. El barco y la carga no habían sido saqueados por nadie, por lo tanto había que descartar un ataque de piratas rifeños, muy activos en la costa de Marruecos en esos días, para hacerse con algún botín, además de que las pertenencias de cierta valía de los tripulantes allí seguían.
Sin embargo, la cabina del puente de mando presentaba un aspecto curioso e inquietante. Estaba íntegramente parapetada con maderas que habían sido clavadas en las ventanas y puertas como si hubieran querido hacerse fuertes ante la amenaza de una agresión, pero ¿de quién? En su interior se encontraba todo el equipo necesario para el gobierno de la embarcación. Incluso localizaron el libro de navegación en el que las últimas anotaciones correspondían al 25 de noviembre, es decir, diez días antes. Entonces el Mary Celeste se hallaba al norte de la isla de Santa María, en las Azores, a más de 400 millas al oeste de su actual situación.
Si el barco hubiera sido abandonado poco después de aquella fecha, habría navegado a la deriva, sin tripulación y sin gobierno, durante semana y media. Pero esta hipótesis no era plausible. El Mary Celeste, al ser descubierto, avanzaba con las velas desplegadas (excepto la mayor) tomando el viento de estribor; concretamente, por la amura de estribor. El Dei Gratia había seguido desde las Azores un curso análogo, pero para ello le fue preciso singlar sobre la amura de babor. Por tanto, resultaba inverosímil que el Mary Celeste pudiese haber llegado al punto en que se ubicaba con sus vergas y velas dirigidas a estribor. Alguien tuvo que gobernar el barco, al menos varios días después de las últimas notas en el diario. ¿Quién pudo ser?
INVESTIGANDO EL MISTERIO
El contramaestre Oliver Deveau y dos marineros del Dei Gratia, Augustus Anderson y Charles Lund, fueron los encargados de tripular el Mary Celeste hasta Gibraltar, donde pensaban presentar una demanda de indemnización por hallazgo y salvamento en el mar, tal como era costumbre. La recompensa exacta dependía del grado de peligro inherente en la recuperación. Arribaron el 12 y 13 de diciembre respectivamente. Allí les estaba esperando el oficial de la corte real Thomas J. Vecchio, que se hizo cargo del misterioso barco.
El almirantazgo británico inició la investigación según las ordenanzas de las leyes marítimas internacionales, que fue llevada a cabo por Frederick Solly Flood, fiscal general de la colonia. La teoría de que se hubiera cometido un delito a bordo, suscitó una serie de macabras hipótesis, algunas de las cuales rayaban lo fantástico y se desataron las especulaciones, historias cada vez más cargadas de tintes dramáticos. La explicación que parecía más razonable en aquel momento fue dada oficialmente por las autoridades británicas. Posiblemente los marineros se entregaron al alcohol y, después de asesinar al capitán y a su familia, escaparon en el chinchorro (bote salvavidas). Pero esta versión no resultaba enteramente lógica. A bordo no se advertían indicios de lucha, ni el más leve rastro de sangre u otra señal de altercado y, si la tripulación hubiese huido, algunos de sus miembros habrían aparecido más tarde. Encima la carga era de alcohol desnaturalizado que, de ser ingerido, hubiera provocado dolores agudos en el estómago a los bebedores mucho antes de alcanzar ese estado de embriaguez.
El rescate del Mary Celeste en sí estaba valorado en alrededor de 8.300 dólares que debía pagar la prestigiosa compañía aseguradora Lloyd, de Londres, quien antes de abonar tal cantidad efectuó una exhaustiva indagación y análisis de lo acontecido.
Tras barajar también distintas teorías de toda índole, imaginable e inimaginable, como la de que una tormenta precipitó a toda la tripulación por la borda, explicación que quizá podría funcionar para los que estuviesen en cubierta en ese instante pero no para los que se encontrasen en los camarotes, además de que la disposición de todos los objetos de a bordo estaba en exquisito orden e invalidaba dicha argumentación, pensaron que quizás los alimentos debieron perturbar el comportamiento de los tripulantes. Partieron de la base de que el pan de la despensa se hubiera mezclado con brotes de centeno, y tras infectar el alimento básico hubiera provocado un estado de locura colectiva en los navegantes. Estos en un rapto irracional de perturbación mental se arrojaron por la borda. Un hecho no tan absurdo como pueda parecer, ya que este motivo afectó a diversas dotaciones completas de tripulantes de embarcaciones en distintos mares, que acabaron tirándose al agua dando origen a casos de “barcos fantasmas”. En el del Mary Celeste la ciencia médica y química de la época se encargó de demostrar que no fue este el motivo, ya que todos los comestibles se encontraban en magníficas condiciones de conservación. Entonces, ¿qué ocurrió realmente?
Los especialistas en general están de acuerdo en que para precipitar tal curso de acción, como la renuncia de un barco aparentemente en buen estado para navegar y con suficientes provisiones, debe haber surgido alguna circunstancia extraordinaria y alarmante. En su testimonio para la investigación, Deveau aventuró una interpretación basada en la varilla de sondeo encontrada en la cubierta; y así sugirió que el capitán Briggs desistió de la nave después de una medición que, debido a un mal funcionamiento de las bombas o algún otro percance, habría dado la falsa impresión de que el buque se estaba llenando de agua rápidamente. El severo golpe de una tromba marina antes del abandono podría explicar la cantidad de agua en el interior de la embarcación y el estado irregular de su aparejo y velas. La baja presión barométrica generada por la tromba podría haber conducido agua de la sentina a las bombas, llevando a la tripulación a asumir que la nave tenía más agua de la que ciertamente había y que estaba en peligro de hundirse.
El New York Times, en su ejemplar del 9 de febrero de 1913, mencionó la posibilidad de que una filtración de alcohol a través de unos nueve barriles que se detectaron vacíos al descargarlos en puerto, fuera fuente de gases que pudieran haber provocado la amenaza de una inminente explosión en la bodega. La existencia de restos de un minúsculo incendio, favorablemente sofocado en la misma, pudo haber sido la causa del abandono. Muy posiblemente, la volatilidad de la carga, provocó que en la bodega se crease una atmósfera inflamable que ante la presencia de un pequeño fuego y el temor de que se propagase por todo el barco, pudo hacer que la tripulación se viera en la necesidad de abandonarlo aun de manera provisional, lo que lo demostraba el hecho de que un chicote colgaba por la popa y que probablemente a él estaba atado el chinchorro a la espera de acontecimientos a bordo. Tal vez y por causas de la mala mar u otras desconocidas, se rompió el cabo y el bote quedó a la deriva, aunque es poco factible que Briggs no dispusiese de remos o un pequeño aparejo para gobernar el chinchorro. Hay que tener en cuenta también que dichas barricas sin contenido eran de roble rojo americano, una madera más porosa que el blanco empleado habitualmente, lo que habría permitido que el alcohol se vaciara sin más durante el trayecto. No obstante, no se discute que al abrir las escotillas de la bodega, el capitán pudiera sentir los vapores y, en un estado de pánico, ordenara a todo el mundo desalojar el buque creyendo que podía explotar en cualquier instante y, siguiendo este supuesto, es verdad que podría haber fijado la barca al navío mientras aguardaba que el alcohol se evaporase, pero lo de que la cuerda se rompió bajo el efecto de un hipotético fuerte viento que dejó a la tripulación del Mary Celeste a merced de los elementos no pudiendo regresar al navío es querer encauzar la suposición demasiado hasta dejarla justo donde queremos llevarla para que toda ella adquiera sentido. Sin olvidar asimismo que la bodega principal se encontró cerrada, lo que tiende a invalidar todavía más esta hipótesis. Sólo dos pequeñas escotillas estaban descubiertas y no conducían directamente a la bodega. Si el capitán hubiese querido esperar a que el alcohol se evaporara, los marineros del Dei Gratia habrían encontrado la principal abierta, y no fue así.
Sin embargo, el aspecto más interesante de las averiguaciones realizadas sobre el suceso hasta la fecha es, sin duda, la probada relación de amistad entre Briggs y Morehouse, su homólogo del barco que lo descubrió navegando en solitario en pleno océano. ¿No es sorprendente acaso que entre todos los buques que surcaban entonces las aguas entre Lisboa y las Azores fuera precisamente el Dei Gratia el único que avistase al buque fantasma? El descubrimiento de ese vínculo amistoso dio rienda suelta a las conjeturas. Para nadie es un secreto que a lo largo de la historia marítima algunos capitanes han hundido su bajel para cobrar la prima del seguro. Pero, además de que los miembros de ambas tripulaciones tenían un pasado impecable de honradez, en este caso concreto, resulta descabellado pensar que ambos fueran capaces de confabularse para repartirse tan paupérrima gratificación como indemnización de rescate, cuyo valor establecido por los tribunales encima disminuyó considerablemente por los altos costos judiciales de tan largas pesquisas, cobrando aproximadamente al final una quinta parte del valor total de la nave y carga, sin mencionar el calvario que debieron pasar durante todo el proceso los rescatadores siempre bajo sospecha, donde algunos incluso acusaron falsamente a la tripulación del Dei Gratia de haber liquidado a todos a bordo del Mary Celeste y arrojado sus cuerpos en alta mar para reclamar después los derechos de remuneración por el salvamento del navío.
Por su parte, ya en el siglo XXI la documentalista Anne MacGregor comenzó a indagar los hechos usando varios métodos modernos de estudio. Reconstruyendo la deriva del barco, dedujo que el capitán tenía una brújula defectuosa y estaba irremediablemente fuera de rumbo. El Mary Celeste se situaba a más de 140 kilómetros al oeste de donde debería haber estado. Briggs luego cambió de dirección marchando hacia la isla de Santa María en las Azores donde probablemente buscaba refugio del clima que se encontró. Hasta aquí todo bien, pero esto no haría que un experto marinero abandonase su nao. Empero también se enteró de que el buque se había reacondicionado hacía poco tiempo y que el polvo de carbón y los desechos de la obra probablemente habían obstruido las bombas que extraen el agua. Y si las bombas no funcionan, no hay forma de sacar el agua que llega a la sentina del barco, por lo que el capitán podría haber decidido que, con el bergantín sin orientación definida, y acaso cerca de tierra, la tripulación debía reducir riesgos y simplemente intentar salvarse abandonando la embarcación y dirigiéndose hacia ella. Quizás porque es la última de las teorías basadas en las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías, podría ser la más cercana a la realidad, pero hay que advertir que esta versión moderna tampoco es ni universalmente aceptada, ni tan siquiera definitivamente demostrable.
LA MALDICIÓN DEL MARY CELESTE
Pasado este extraño incidente el barco no desapareció de los mares, sino que fue readaptado y volvió a navegar durante doce años más con la siniestra estela de “barco maldito”. La maldición, de hecho, había empezado mucho tiempo atrás, desde su construcción en 1860, cuando le pusieron por nombre Amazon. En 1861 fue botado rodeado de accidentes, ya que el que debía ser su primer capitán murió ahogado antes de tomar posesión.
Su primer patrón legítimo, Robert McLellan, falleció de repente a bordo apenas dos semanas después de hacerse a la mar. El segundo capitán, John Nutting Parker, encalló con el barco cerca del estado de Maine, destrozando el casco. Mientras lo reparaban el navío se incendió en los propios astilleros y Parker fue expulsado del cargo. Posteriormente, al efectuar su primera travesía por el Atlántico chocó contra otro bergantín hundiéndolo en el estrecho de Dover, su oficial al mando fue igualmente destituido. Con su siguiente capitán el barco volvió a América y encalló cerca de Cow Bay, en la isla de Cape Breton, en la región norteamericana de Nueva Inglaterra. Y así, sucesivamente, sus oficiales fueron perdiendo sus puestos al mando del navío. Los distintos propietarios también fueron arruinándose y sufrieron accidentes inexplicables, hasta que lo compró el armador James H. Winchester que desmembró y transformó totalmente el Amazon, convirtiéndolo en el nuevo Mary Celeste, reequipando el velero con una cubierta adicional para acomodar los mencionados barriles de alcohol.
Entonces ocurrió el infeliz y oscuro lance relatado, comandado por el capitán B. S. Briggs, quien además era accionista propietario del mismo. Después de esto, James H. Winchester, vendió el barco, pero este siguió envuelto en una serie de accidentes y desgracias calamitosas, perdiendo marineros y sufriendo incendios misteriosos.
De esta suerte, luego del famoso episodio el Mary Celeste cambió de manos hasta diecisiete veces, siempre vendido por debajo de su precio real, y a todos los que ponían los pies en su cubierta les afectó el infortunio de alguna manera.
El último patrón de la embarcación fue Gilman C. Parker, quien se encontraba literalmente poseído por el espíritu maléfico del buque. Para acabar con la maldición de este optó por su destrucción total. En aguas del Caribe, el capitán Parker emborrachó a toda su tripulación y después él mismo pilotó el navío directamente contra los peligrosos arrecifes de Haití, donde arrojó el “barco maldito”. Envuelto en un proceso judicial que podía haber terminado sin duda en pena capital, que entonces así de duro se castigaba este tipo de delitos cometidos en el mar, le “salvó” un deceso natural repentino. ¡Valga el uno por el otro! Y así, el Mary Celeste explotó y encontró definitivamente la muerte y su tumba en los abismos del océano Atlántico, escenario de sus aventuras, haciendo honor de esta forma a la leyenda que todavía le rodea.