Hay quienes escriben sobre los excrementos y quienes encuentran alevosas satisfacciones haciéndolo bajo el empirismo cálido y tierno de esa textura fecal.
Parece ser que los segundos, pensadores científicos a ultranza, proféticos talentos que sostienen y defienden el ya cada vez más anquilosado pensamiento progresista, solamente encuentran bajo los lóbulos sinuosos de una rotunda hez, la inspiración justa, el acicate exacto que, como punto de partida, les sirve para desarrollar su teoría historicista sobre el materialismo.
El pegajoso y entrañable olor de la mierda, ese olor tan sui géneris, vehemente como pueda serlo el aliento del cadáver de un exfumador irredento y a la vez tan sugestivo como el flameante, finísimo perfume de esos pedos lentos y silentes, debe ser la musa motriz, la motivación química que provoca sus discursos más esenciales.
Pudiera ser que la cremosa y dúctil suavidad de esa sustancia residual encerrara algún tipo de significación, más obvia y más asimilable, del concepto “materia”. ¿Qué otra sino esta misma materia que compone la sustancia madre de la mierda, posee, en sus componentes, tanta capacidad de síntesis histórica? ¿En qué otra realidad sino en la mierda se pueden encontrar tantos valores y elementos de juicio para un análisis científico de una sociedad que se debate trágicamente entre el ser y la supervivencia?
La solución está en la mierda. No hay más que observarla detenidamente, con cierto culto a la personalidad; observarla con un amor no exento del matiz paternalista correspondiente (algún resto edípico ha entrado en el juego), ser solidarios con su desolada impotencia, con su ascetismo despojado de plusvalías, con su orgánico grito de rebeldía. En fin, y resumiendo, no hay más que intentar una plena identificación con ella. Identificarnos con todo lo que representa de materia pasada por un implacable proceso de masticación, deglución, digestión y defecación, amén del desprecio y la marginación que padece una vez efectuada la deposición. Identificarnos con su cualidad de materia reprimida, sojuzgada, comprimida, desechada y apartada.
Resuelta la identificación, fácil es tomar conciencia del vergonzoso sino histórico de la hez, que se convierte, a través de este expolio natural que solicita la supervivencia y bajo la feroz dictadura de las materias superiores (materia gris inclusive), en materia proletaria ignominiosamente explotada, víctima de sus congéneres dominantes, las materias productivas. He aquí, dramática paradoja, la prueba de que hemos llegado a un resultado de flagrante absurdo: la materia es, en sí y de por sí, clasista.
Siendo lo mismo la mierda y la manzana, no son lo mismo; una es servicio y la otra se sirve. Además, en otro orden de cosas, la capacidad de apetito que despierta la manzana es directamente proporcional a la capacidad de repulsa que provoca la hez. ¿Por qué señor mío, esta diferencia, esta discriminación ejercida por un aspecto de la materia sobre otro? ¿Acaso es la materia un lobo para la materia? ¿Es que no existe la justicia social en el mecanismo más antiguo y elemental de la supervivencia? Ah, mis queridos pensadores del progreso, ¿puede el análisis racionalista conducirnos a un resultado irracional como este?
Se me dirá que aquí no ha habido nada que se asemeje, ni por aproximación, a un análisis mínimamente cabal, que no existe ningún rigor en esta mi pequeña diarrea mental sobre los excrementos. Concuerdo plenamente con esta tesis, ¡faltaría más!, y reconozco mi total incompetencia en materia de disección analítica de la materia, pero ello no es suficiente motivo para autorreprimir la conciencia de clase que me empuja a escribir no sobre la mierda ni bajo la mierda, sino DESDE la mierda y EN TORNO a la mierda.
Este repulsivo excremento es para mí (antipragmático declarado), materia de reflexión sentimental, forma de praxis poética, sagrada representación de lo divino. Y si, como cuenta la tradición, la lluvia son los meos de los ángeles, ¿no podríamos, practicando una simple regla de tres, decir que el hombre es la mierda de Dios? Et pourquoi pas? ¿Son nuestros conocimientos sobre el origen del hombre tan convincentes como para poder respaldar una respuesta negativa a esa regla de tres? Concédanme, al menos, el beneficio de la duda.
Pero pongámonos en el caso de que mi planteamiento, además de blasfemo, fuera, por enloquecido, irrisorio; ¿qué haríamos entonces con la mierda? Como representación natural del materialismo histórico, se autoinvalida; como revelación metafísica de la divinidad del hombre, se autoanonada; ¿qué es, luego, la mierda?
¿Y yo me lo pregunto?
Pues la mierda…