
Quienes tienen una gran misión que cumplir en la vida, la realizan sin que les importen demasiado las condiciones que los rodean. Una misteriosa fuerza interior les hace vencer cuanto se oponga a la concreción de su ideal. Esto es lo que ocurrió con Mozart, niño prodigio excepcional y genio de la música, quien, a pesar de sufrir durante toda su existencia enfermedades y miserias, luchó sin desmayo para alcanzar su gran destino: dejar el mensaje de su música, que es un limpio canto de amor y de fe.
UNA INFANCIA ASOMBROSA
Wolfgang Amadeus Mozart nació el 27 de enero de 1756 en la ciudad de Salzburgo, Austria. Su padre, Leopold Mozart, maestro de capilla del arzobispo y excelente violinista, inició al niño en el camino de la música: sus primeros y únicos juguetes fueron el clavicémbalo y el violín, con los cuales dio muestras de una precocidad y dotes excepcionales como no se recuerda caso igual.
A los tres años ya tocaba el clavicémbalo, que alternaba con sus estudios de violín y órgano. A los cuatro improvisaba con increíble habilidad, y a los cinco años compuso sus primeras partituras de considerable dificultad, que interpretaba para su padre, al que estaban dedicadas. Definitivamente no era un niño común. Podía leer música a primera vista, tenía una memoria prodigiosa y una inagotable capacidad para improvisar frases musicales.
Su progenitor, un hombre orgulloso, inteligente y profundamente religioso, creía que los dones musicales de su hijo eran un milagro divino que él, como padre, tenía la obligación de cultivar. Leopold creyó que proclamar este milagro al mundo era un deber hacia su país, su príncipe y su Dios, por lo que tenía que mostrarlo a la alta sociedad europea, ya que de otra manera él sería la criatura más ingrata. Decidió, pues, presentar al prodigioso niño, para lo cual, junto con su otra hija Nannerl, que también era una excelente intérprete de clavicémbalo, partieron rumbo a Múnich, donde llegaron en el año 1762, y luego pasaron a Viena, donde dieron una serie de conciertos.
Leopold era un profesor fiel a sus hijos, de hecho dejó de componer cuando el ingenio de Mozart se hizo más que palpable, y le enseñó no sólo música, sino también el resto de asignaturas académicas, pero existen evidencias de que Wolfgang trabajaba duramente para avanzar más allá de lo que le enseñaban. Su primera composición impresa y sus esfuerzos precoces con el violín fueron por iniciativa propia y Leopold se vio fuertemente sorprendido. Padre e hijo tenían una relación muy estrecha y estos logros de niñez hicieron llorar de alegría a Leopold en más de una ocasión.
Al año siguiente, Leopold Mozart y sus dos hijos iniciaron una gira a través de toda Europa que duró tres años, en cuyo transcurso ofrecieron conciertos en Fráncfort, Bruselas, París, Londres, Ámsterdam y otras ciudades.
A menudo estos periplos eran duros debido a las primitivas condiciones de los viajes en aquel tiempo, la necesidad de esperar pacientemente las invitaciones y el pago de las actuaciones por parte de la nobleza y las largas enfermedades, algunas casi mortales, padecidas lejos del hogar: en primer lugar enfermó Leopold, en el verano de 1764 durante su estancia en Londres, y luego enfermaron ambos niños en La Haya durante el otoño de 1765.
El continente europeo aplaudió de pie el talento de Mozart, pero al niño no le importaban los aplausos, sino el contacto directo que tuvo con otros grandes músicos y el conocimiento de todas las corrientes musicales de aquella época que tanto influyeron en su formación.
OTRA VEZ SALZBURGO
En 1766, los Mozart regresaron a Salzburgo, a donde ya habían llegado los ecos de su éxito clamoroso. Wolfgang Amadeus continuó sus estudios y compuso la ópera bufa ‘La finta semplice’ y la pieza musical ‘Bastien und Bastienne’. Tenía tan solo doce años.
Mozart fue nombrado primer violinista del arzobispo Schrattenbach de Salzburgo, en 1769, y un año después ofreció una serie de conciertos en Italia, obteniendo un éxito realmente increíble. A dicho país regresó en varias oportunidades más, donde conoció a Giovanni Battista Martini, importante teórico de la música en aquel tiempo y por quien Mozart siempre guardó un gran afecto, y fue aceptado como miembro de la Academia Filarmónica de Bolonia, considerada el centro de erudición musical de la época. El ingreso en la Academia fue extraordinario, ya que todavía le faltaba mucho para los veinte años, edad mínima exigida por el reglamento.
Leopold esperaba que estas visitas consiguieran una contratación profesional para su hijo en Italia, pero sus esperanzas nunca se cumplieron. Eso sí, cada representación del joven Wolfgang era una exhibición de su virtuosismo con el violín y el clavecín (se cuenta que ya en esa época podía tocar el teclado con los ojos vendados), y maravillaba a los espectadores improvisando sobre cualquier tema que le proponían.
Pero le aguardaban años muy difíciles a su regreso a Salzburgo. El arzobispo Colloredo, sucesor de Schrattenbach en 1772, quien siempre había apoyado a los Mozart, se mostró autoritario e inflexible con el cumplimiento de las obligaciones impuestas a su subordinado y no sólo le negó permiso para viajar a los distintos países que requerían su presencia, sino que se convirtió en un verdadero enemigo del compositor, obligándolo a permanecer a su servicio como violinista, organista y director de orquesta. No obstante, Mozart era hijo predilecto de la ciudad, en la que tenía muchos amigos y admiradores, y tuvo la oportunidad de trabajar en numerosos géneros musicales, incluyendo sinfonías, sonatas, cuartetos de cuerdas, serenatas, divertimentos… Y a pesar de tanto trabajo, compuso una nueva ópera bufa: ‘La finta giardiniera’ (1775), sus primeros conciertos para piano, algunos para violín y varias obras para iglesia, dando muestras de la asombrosa y temprana madurez de su talento musical. Pero a pesar de estos éxitos musicales y de ser confirmado en su puesto de maestro de conciertos, Mozart estaba cada vez más descontento con su situación en Salzburgo y redobló sus esfuerzos para establecerse en cualquier otro sitio. Uno de los motivos de dicho descontento era su bajo salario, pero también necesitaba mucho tiempo para componer sus óperas y la ciudad en raras ocasiones se lo permitía. La situación empeoró en 1775 cuando el teatro de la corte fue clausurado, especialmente desde que el otro teatro de la ciudad fue reservado principalmente para las compañías visitantes.
EL GENIO SE REBELA
Mozart, abatido por la injusticia de verse tratado prácticamente como un siervo, renunció a sus funciones y, acompañado por su madre, inició un viaje por Múnich, Augsburgo, Mannheim y París. Pero lejos de lograr la tan ansiada tranquilidad, siguió recibiendo duros golpes: se enamoró de la cantante Aloysia Weber, su amor imposible; su madre falleció mientras se encontraban en París; el interés del público, que no alcanzaba a comprender la grandiosidad de su arte, había decaído, pues ya no tenía el encanto de aquella pequeña criatura de cinco años que asombraba tocando el clavicémbalo. Su situación económica era delicada hasta el punto de que debido a las deudas tuvo que empeñar objetos de valor.
De regreso en Salzburgo, Mozart entró nuevamente al servicio del arzobispado de esta ciudad austríaca, y aunque con el apoyo de la nobleza local se aseguró una mejora de salario, su descontento con el lugar no había disminuido. Con estoica resignación, sufrió la incomprensión de quienes lo rodeaban, pero no por ello dejó de componer. Nacieron de esta manera la ‘Misa de la Coronación’ (1779) y su primer gran drama musical: la ópera ‘Idomeneo, rey de Creta’ (1781), estrenada en Múnich con un considerable éxito.
Fortalecido por los elogios recibidos en Múnich, se sintió ofendido cuando Colloredo lo trató como a un mero vasallo (entre otras, intentándolo usar como un simple mensajero de paquetes) pero particularmente cuando el arzobispo -invitados los dos en Viena a las celebraciones del acceso al trono de José II de Habsburgo- le prohibió tocar ante el emperador en casa de la condesa Maria Wilhelmine von Thun und Hohenstein, actuación por la que hubiera recibido unos honorarios iguales a la mitad del salario anual que cobraba en su Salzburgo natal.
Así, al ver que su forma de vida interfería cada vez más en su creación, rompió definitivamente con sus obligaciones de director de la orquesta del arzobispado y, a partir de ese momento, se convirtió en un artista libre, en un creador independiente. La discusión con el arzobispo fue muy dura para Amadeus Mozart porque además su padre se posicionó en contra suya, esperando que su hijo plegara velas una vez más y regresara cediendo ante la voluntad y caprichosos deseos de Colloredo. De esta manera, el siempre racional y servicial Leopold intercambió cartas con su “equivocado” hijo, urgiéndole a reconciliarse con su patrón sin exigencias ni reproches, pero Wolfgang defendió en esta ocasión apasionadamente sus intenciones ante un padre demasiado solícito, liberándose por fin de las demandas de un patrón opresivo. Ello le significaría una vida llena de zozobras económicas que lo atormentarían hasta los últimos días de su existencia, pero Mozart, que se había dado cuenta de algunas buenas oportunidades en Viena, decidió instalarse allí como intérprete y compositor emancipado.
LOS AÑOS BRILLANTES
Paradójicamente, los últimos años del compositor fueron, al mismo tiempo, los más brillantes en lo que a su producción musical se refiere, pero los más oscuros que como ser humano le tocó vivir.
En 1782 se casó con Constanze Weber (hermana de su amor imposible, Aloysia), quien le dio siete hijos, de los cuales solamente dos sobrevivieron al compositor, y a la que Leopold y Nannerl jamás terminarían de aceptar en la familia ya que su padre creía, no sin razones, que los Weber, fundamentalmente la madre, querían aprovecharse del éxito de su hijo. Sin embargo, hay suficientes antecedentes de que Constanze lo amaba verdaderamente y nunca compartió las maquinaciones de su madre.
Su genio alcanzó, en esos años, el máximo esplendor, a pesar de las enfermedades y la terrible miseria que lo azotaban implacablemente: quince conciertos para piano y orquesta; conciertos para violín; sinfonías; infinidad de obras, entre las cuales se cuentan las óperas ‘El rapto en el serrallo’ (1782), obteniendo una enorme aclamación con ella y que dio inicio al género operístico conocido como singspiel u ópera alemana, en un momento en que el italiano era el idioma “oficial” para la ópera; ‘Las bodas de Fígaro’ (1786), que no estuvo exenta de polémica debido a su contenido político; ‘Don Juan’ (1787), estrenada con un rotundo éxito del que el padre del compositor no pudo ser testigo ya que había fallecido ese mismo año, sumiendo al hijo en una gran aflicción, ya que Leopold había sido su mejor consejero y amigo (hecho documentado en la numerosa correspondencia entre ambos); ‘Cosi fan tutte’ (1790), pieza en la que más se aleja de la realidad para entregarse al puro arte por el arte; ‘La clemencia de Tito’ (1791) y otras, además de seis cuartetos para cuerdas, un Réquiem, etcétera.
A pesar de su talento vivía en la pobreza, situación que le obligaba a pedir dinero prestado, siendo esta una fuente de ansiedad extrema. Cierta noche de crudo invierno, un amigo visitó su hogar y lo encontró bailando con su esposa. Asombrado, preguntó:
–¿Festejan algo hermoso, que están bailando con tanto entusiasmo?
–Nada de eso, querido amigo. Lo hacemos para quitarnos el frío. No tenemos leña en la estufa.
En el otoño de 1791 se estrenó en Viena su última ópera, ‘La flauta mágica’, un contundente y manifiesto triunfo musical, con el propio Wolfgang Amadeus como director. Pero ya era tarde: Mozart se hallaba gravemente enfermo y murió el 5 de diciembre de ese mismo año. Según Sophie (hermana menor de Constanze, quienes cuidaron de él cuando la salud del compositor empezó a declinar), los últimos suspiros de este fueron “como si hubiera querido, con la boca, imitar los timbales de su Réquiem”.
Los despojos del genial músico fueron bendecidos en la capilla de los pobres, situada en el exterior de la magnífica catedral de San Esteban, en Viena. La escasa afluencia de público al entierro no reflejó su categoría como compositor. Ciertamente, en el período inmediatamente posterior a su muerte la reputación de Mozart se incrementó considerablemente, y los editores compitieron para publicar las ediciones completas de sus obras.
El discípulo más conocido de Mozart fue probablemente Johann Nepomuk Hummel, a quien Wolfgang tomó bajo tutela en su casa de Viena durante dos años cuando era un niño. Fue una figura de transición entre el clasicismo y el Romanticismo. Más importante es la influencia que el maestro austríaco ejerció sobre los compositores de generaciones posteriores. Ludwig van Beethoven, catorce años más joven que Mozart, valoró y estuvo profundamente influido por las obras de este, al que conoció cuando era un adolescente.
Compositor sumamente prolífico, Mozart llama la atención en primer lugar por la gran variedad de estilos que componen su repertorio. Puede afirmarse que es el único de los grandes maestros de la historia de la música culta que cultivó todos los géneros de su época con el mismo interés. Otro aspecto es la pasión por la composición que le acompañó sin desmayo durante toda la vida, donde su nivel de producción (extenuante por momentos, un monumental legado de más de medio millar de composiciones para una vida tan corta) jamás decayó. Curiosamente, la intensidad de su trabajo era además compatible con una personalidad alegre y desenfadada. Sus contemporáneos le describen como un hombre de mundo, apasionado y degustador de los placeres de la vida, consumado bailarín y de amplias relaciones sociales. Así se creó a su alrededor la idea de que el Mozart mundano nada tenía que ver con el Mozart que se sentaba al piano, donde su gran perfección y talento musical le llevaba a transmitir con un reflejo exacto cada sentimiento que deseaba comunicar, una música perfecta repleta de emociones como si un ser superior se apoderase del hombre distraído y bromista que conocieron sus cercanos.