Hasta la época marcada por la figura de Napoleón Bonaparte, la Europa del Norte se encontraba dividida en dos imperios. Uno era el sueco, al cual pertenecía también Finlandia, y cuya capital era Estocolmo. El otro imperio era el danés, que incluía Noruega, y que tenía su centro en Copenhague. El Congreso de Viena puso fin a la situación de ambos estados mediante soluciones transitorias. Así, Finlandia se vio unida a Rusia, y se respetaron las ansias de independencia de Noruega, que había estado bajo soberanía danesa durante cuatro siglos, aunque quedó ligada a Suecia en una unión libre bajo la Corona. El proceso en paralelo de ambas situaciones fue determinante para el desarrollo de los países nórdicos, y también, lógicamente, para el devenir de sus literaturas.
ORÍGENES, AUTORES Y OBRAS
A medida que se consumaba la rusificación de Finlandia, se despertó también la conciencia nacional del pueblo finlandés. Sus escritores, de gran talento, vertieron su entusiasmo romántico en lo popular, en forma realista o no, con lo cual creció una política nacional con tendencia europeísta. Destaquemos a los escritores de origen sueco Johan Runeberg (1804-1877) y Alekxis Kivi (1834-1872), autor de una obra importantísima titulada ‘Los siete hermanos’; Juhani Aho (1861-1921), a quien se considera el más destacado representante de la literatura finlandesa; el narrador de escenas campesinas Johannes Linnankoski (1869-1913); y, sobre todo, destaquemos a Elias Lönnrot (1802-1884), que elaboró científicamente una codificación de los cantos épicos antiguos titulados Kalevala.
BJÖRNSON, IBSEN Y STRINDBERG
Georges Brandes (1842-1927), en su calidad de historiador de la literatura, arremetió contra la dormida y mesocrática sociedad de su tiempo y contra la estrecha mentalidad dominante.
A él se debe la fuerza con que irrumpía prontamente la literatura escandinava. Es, indudablemente, el padre espiritual de todos los grandes escritores del norte europeo. Discípulo suyo fue el danés Jens Peter Jacobsen (1847-1885), autor de grandes dotes para la descripción psicológica naturalista, a la manera impresionista, y grandemente influido por los postulados de Darwin. Otros autores dignos de mención fueron Henrik Pontoppidan (1857-1943), maestro de la novela socialista; Johannes Vilhelm Jensen (1873-1950), autor costumbrista; Martin Andersen-Nexö (1869-1954), y el gran teórico del vivir bohemio y del naturalismo danés, Herman Bang (1857-1912). No podemos olvidar, tampoco, al filósofo Sören Kierkegaard (1813-1855), para quien el apoyo sobre el mundo positivo exterior conduce en el mejor de los casos a la estética, pero jamás al conocimiento de la verdad de las cosas.
A partir de 1860 surge el llamado drama moderno con la aparición de los dos grandes autores de la literatura noruega: Björnstjerne Björnson y Henrik Ibsen. Ambos, en nombre del progreso y de la verdad, combaten la mentira, la falsedad y las injusticias humanas.
Björnson, llevado de un gran optimismo, ve como una posibilidad de novedades la fuerza ética inherente a la bondad humana y cristiana. Su obra está llena de fantasía, de ingenuidad y de acción. Escribió discursos, dramas, novelas, artículos y narraciones, planteando siempre los problemas del hombre moderno y apuntando soluciones basadas en lo anteriormente expuesto. Su obra más afamada es la que lleva por título el de ‘Sobre la fuerza’.
Ibsen es, sin embargo, quien en su crítica constante a la sociedad desarrollista, nos ha hecho comprender el sino fatal del hombre. Como autor, Ibsen simboliza la voluntad del individuo exento de ilusiones, crítico y escéptico, que afronta todas las contradicciones de un mundo en constante conflicto. Todo ello dado con una tremenda calidad poética y con una gran disciplina formal. Por eso se le considera el perfeccionador de la escena europea, antes de que hicieran su aparición en el teatro el naturalismo y el verismo. Su obra cumbre es la que lleva por título el de ‘Un enemigo del pueblo’ (1882), en la que expresa la soledad del idealista frente al mundo pragmático. Otras obras suyas son: ‘Casa de muñecas’ (1879), ‘Espectros’ (1881), ‘El pato salvaje’ (1884) y ‘Juan Gabriel Borkman’ (1896).
También el sueco August Strindberg (1849-1912) sufrió el camino de la propia desesperación positivista. De una forma más radical que los anteriormente citados, eliminó de sus dramas los problemas de la época que le tocó vivir. Por ello, sus personajes ofrecen, de modo aún más claro que los dramas de Ibsen, lo humano en su forma más descarnada. Es, por antonomasia, uno de los grandes maestros del naturalismo: a destacar, ‘La señorita Julia’ (1888).
Lecturas recomendadas: ‘Casa de muñecas’, ‘Un enemigo del pueblo’, de Ibsen. ‘Los siete hermanos’, de Aleksis Kivi.