En la frontera entre lo normal y lo paranormal, existe un tipo de fenómenos denominados parabiológicos que constituyen una auténtica hazaña protagonizada por el cuerpo humano.
El hombre con las facultades orgánicas más prodigiosas del mundo fue el médico y faquir Tahra-Bey. Era un egipcio nacido en 1897, en Tanta, población donde se halla la tumba del más célebre faquir de la historia, el jeque Al-Sayyid Ahmad al-Badawi (siglo XIII), y donde Tahra-Bey se formó como faquir desde muy temprana edad; su padre, familiarizado con las enseñanzas de los faquires, fue uno de sus maestros en los ejercicios y prácticas que realizaba, por lo que creció en un ambiente favorable para que desarrollara su talento. Más tarde estudió medicina en Constantinopla (Turquía) lo que le ayudó a analizar -y defender- desde la vertiente científica sus propias experiencias psíquicas, y se consagró como médico en Grecia.
Tahra-Bey llevaba a cabo prodigios extraordinarios con su cuerpo, y hasta 1952 efectuó ante nutridos grupos de personas (expertos en distintas disciplinas: médicos, científicos… e incluso policías para evitar el engaño) experiencias de muerte en Grecia, Bulgaria, Serbia e Italia, demostrando que era capaz de provocarse la muerte de forma paranormal (paratanatosis) y después resucitar.
También era capaz de infringirse cruentas heridas en el pecho con un cuchillo, para después detener a voluntad la hemorragia -un acto por sí solo ya sorprendente- y apenas unos minutos más tarde comprobar todos que prácticamente sus heridas habían sanado. Otros experimentos incluían la capacidad de atravesarse por completo la carne del cuerpo de lado a lado con largas agujas o deslizar una antorcha encendida por toda su pierna hasta la mitad del muslo. Los asistentes al acto observaban con estupor como la piel y la carne crujían bajo el fuerte calor, sin embargo, el rostro de Tahra-Bey permanecía sereno, impasible, imperturbable en su totalidad. Había médicos que continuaban sin estar convencidos de lo que sus ojos les hacían ver y creyendo que quizá había tomado algún tipo de fuerte droga para resistir tal tormento auscultaban los latidos de su corazón, mientras por supuesto a este se le seguía aplicando la llama, pero no registraban el más mínimo cambio. Si hubiese sufrido algún dolor, enmascarado o incluso dominado por una fantástica fuerza de voluntad, de forma irremediable el corazón hubiera acelerado enormemente sus latidos, su rostro habría palidecido, y otros signos físicos hubieran presentado pruebas evidentes de su secreto padecimiento. Por otra parte, si en verdad hubiera tomado alguna droga, su respiración ya no habría sido normal, que es lo que realmente sucedió.
La práctica más extraordinaria consistió en inducirse la muerte y, tras comprobar su falta de ritmo cardíaco (paracardismo) y la ausencia total de respiración (parapnea), ser enterrado dentro de una caja de plomo y cubierto completamente bajo kilos de arena (en ocasiones colocado en el fondo de una piscina) mientras su espíritu se sumergía en los abismos de la muerte durante veintiocho días seguidos, tras los cuales Tahra-Bey resucitó. ¿Cómo lo hacía?
Se sabe que utilizaba el procedimiento de autohipnosis para conseguir la paratanatosis. El faquir tocaba la parte de atrás de su cuello y comprimía la zona superior de la nuca firmemente con los dedos; con la otra mano apretaba las sienes de su frente. Luego parecía aspirar el aire bruscamente con la boca. En poco tiempo sus ojos se cerraban y ya estaba en trance; entonces sus ayudantes tenían que sostenerlo para que no cayera a plomo. Su respiración se detenía, la corriente de sangre dejaba de fluir y todo su cuerpo se volvía insensible. Una vez acabada la experiencia, era difícil sacarlo de su estado de rigidez cataléptica y devolverlo a la vida. “Mi sueño era tan profundo que no sé nada de lo que me habéis hecho”, dijo. “Recuerdo solamente que yo cerré los ojos en esta sala y que, por el misterioso proceso de postsugestión, me he despertado en esta habitación de nuevo en este instante exacto”. Con todo, normalmente sus experiencias mortuorias, siempre controladas científicamente, duraban entre doce y quince minutos. Aún así, el fenómeno no deja de ser un prodigio parabiológico increíble.
Los fenómenos parabiológicos existen y los científicos experimentados lo saben. Los especialistas han recopilado manifestaciones parabiológicas excepcionales de hechos que afectan a distintos campos de la fisiología, y a pesar de ser el de Tahra-Bey un hecho inaudito, se han producido otros casos excepcionales en místicos y personajes iniciados en la sabiduría. Como él mismo decía: “Un verdadero faquir está por encima de cosas tales como la vanidad y la codicia; vive una vida interior plena separado de los deseos mundanos excesivos”. Muchos de estos fenómenos infieren en el campo de la psiquiatría y de la bioquímica sin explicación posible para la ciencia. Por eso nos corresponde aislarlos en el campo de la parabiología y esperar a que los progresos futuros de la humanidad los confirmen científicamente.