“¡Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido…!”, clamaba Fray Luis de León en el siglo XVI. Sus palabras bien podrían salir de cualquiera de nosotros. Muchos siglos después, seguimos soñando con esa descansada vida; pero continuamos arrastrando pies y alma sin reaccionar. Viajamos por la vida cargados de un pesado equipaje; el exceso invade nuestra existencia, y lo que en un principio es un ligero peso termina convirtiéndose en una carga que nos encorva sin permitirnos disfrutar de la vida. Saturados y acelerados, al final, nuestro día a día se convierte en una carrera desenfrenada y sin ninguna meta. En nuestro viaje diario llevamos una mochila en la que vamos metiendo de todo: creencias, resentimientos, juicios, excesos materiales, estrés… Lo que al principio del camino apenas nos molesta termina encorvándonos la espalda, sin permitirnos alzar la vista, andar con paso firme ni saborear la vida. “Tanta prisa tenemos por hacer, escribir y dejar oír nuestra voz en el silencio de la eternidad que olvidamos lo único importante: vivir”, decía el escritor R. L. Stevenson.
Nos complicamos la vida con acciones y pensamientos. Cargamos con problemas que no nos pertenecen, esquemas mentales cerrados… Nos perdemos lo importante, ahogados en un mar de superficialidades y de prisa por vivir una vida que, a veces, ni siquiera es la que desearíamos. Nos centramos en el tener y nos olvidamos del ser. Metidos en la vorágine diaria, no nos percatamos de que nuestra capacidad de disfrute podría mejorar desprendiéndonos de tantos extras innecesarios, recuperándonos a nosotros mismos. Y aunque por lo general, nos damos cuenta de que hay algo que va mal, deberíamos detenernos un poco más y pensar: ¿esto en lo que estoy desgastándome tanto vale la pena?
La clave para cambiar es escucharnos. No vivimos una buena vida cuando sentimos mensajes de alerta como tristeza, ansiedad, susceptibilidad… Cada emoción bien gestionada puede ser una oportunidad de mejorar nuestra vida y para eso debemos detectar nuestro sentir. Hay personas que se sienten mal, pero sólo se quejan. Si no se detienen y no aligeran su equipaje, la vida acaba deteniéndoles.
Al exceso de equipaje emocional se suma el material. Vivimos atrapados en un círculo vicioso: más trabajo, más consumo, más estrés y menos tiempo para nosotros. Aquí es donde está el error, queremos mejorar nuestra vida y sólo tenemos un montón de cacharros que no usamos porque no tenemos tiempo. En lugar de entrar en ese círculo, debemos ver de cuántas cosas nos podemos liberar. En la isla de Vancouver, los indios celebraban torneos para medir la grandeza de los príncipes. Los rivales competían destruyendo sus bienes. Arrojaban al fuego sus canoas, su aceite de pescado, sus huevos de salmón, y desde un alto promontorio echaban sus mantas y sus vasijas, vencía el que se despojaba de todo. Y de la misma forma que respiramos (tomamos y expulsamos aire) deberíamos vivir, desprendiéndonos de lo extra. Ese es el objetivo. Buscar una forma de entender la vida más ligera.
Se dice que de aquello por lo cual nos preocupamos, un cuarenta por ciento no llega a suceder nunca; el treinta por ciento se refiere a decisiones anteriores que ya no pueden cambiarse; el doce por ciento es por las críticas hechas por personas que se sienten inferiores y el diez por ciento está relacionado con nuestra salud y empeora al preocuparnos. Solamente el ocho por ciento es (nuestra carga) legítima y es hacia donde debemos dirigir nuestra energía. El resto es un desgaste que no aporta nada.
Para establecer nuestras prioridades tenemos que empezar por darnos cuenta de qué es lo que queremos, y si de verdad lo queremos o son sólo sugerencias desde fuera. Hacer un alto. Aprender a desprendernos, a diferenciar entre una necesidad y un deseo, a cultivar la ternura, que nos pide ritmos lentos, y la austeridad.
El mayor error reside en vivir desconectados de nosotros mismos (de nuestro pensar, nuestro sentir y nuestras ilusiones), inmersos en el hacer y el tener, las obligaciones, las seguridades y la superficialidad. Cargamos con peso porque no somos conscientes de nuestra libertad o no queremos asumir la responsabilidad de elegir que implica ser libres; cargamos porque tenemos miedo a los cambios y explorar nos frena; cargamos con pesos inútiles porque no tenemos presente que la provisionalidad es una constante en la vida y que es mejor viajar ligero, gozando; cargamos con cosas y personas por apego y lo hacemos porque nos sentimos inseguros, nos desconocemos y no sabemos lo fuertes que podemos ser.
Lo importante es vivir el momento, vivir en el presente, con los sentidos despiertos, atendiendo nuestras emociones. Para vivir el presente es necesario conseguir que la mente racional y emocional trabajen juntas. Y a partir de ahí actuar: no huir de las compras, ni del trabajo, ni de algún capricho, sino ser más libres interior y exteriormente, redescubrir nuestro entorno y las relaciones, depender menos de las cosas, simplificar.
Cuando el caos nos rodea, sentimos el impulso de hacer limpieza: vaciar armarios, deshacernos de viejos papeles y ordenar. Ahora también toca hacerlo en nuestro interior: revisar, vaciar, ordenar y priorizar. Sembrar nuestra vida con nuevos sueños e ilusiones, y día a día ir regando la tierra.
Genial, simplemente genial. Lo tendré muy en cuenta (o eso espero hacer) en el futuro. ¡Gracias!