¿Fue envenenado Napoleón?

Qué hay de cierto en las oscuras (y fundadas) sospechas que se ciernen sobre la auténtica realidad de la muerte del emperador francés Napoleón I.

¿Fue envenenado Napoleón?

Después de su derrota en 1814 frente a la coalición europea, Napoleón fue exiliado a la isla de Elba, cerca de las costas toscanas. El 1 de marzo de 1815 escapa de allí. Aprovechándose de las torpezas de los realistas, nuevos dueños de Francia, y de las disputas entre los vencedores, retoma el poder en París. Pero está cansado, no cree en su buena fortuna y sus mejores generales han muerto. Los ingleses y los prusianos lo derrotan una vez más en Waterloo, el 18 de junio de 1815. Es forzado a abdicar en París y un nuevo tratado de paz hace retroceder a Francia a sus fronteras de 1792. El emperador caído se rinde a los ingleses, esperando que sean magnánimos. Ellos lo envían al exilio en una isla perdida en el Océano Atlántico, cerca del Trópico de Capricornio. Santa Elena, un islote volcánico de 16 por 11 kilómetros aproximadamente, en la que no puede salir de un perímetro todavía más restringido. Tres mil oficiales y soldados lo vigilan. Llega a la isla el 15 de octubre de 1815 y allí muere el 5 de mayo de 1821, Napoleón I, ex emperador de los franceses, a consecuencia de una úlcera estomacal. 140 años más tarde, un dentista y toxicólogo sueco, el doctor Forshufvud (1903-1985), publica un libro titulado ‘¿Quién mató a Napoleón?’, obra que, al principio, pasa inadvertida. Pero cuando el departamento de medicina forense de Glasgow examina cinco muestras de cabellos del Emperador, enviadas por personas distintas, todas contienen cantidades no despreciables de arsénico. ¿Acaso fue envenenado?

LA AUTOPSIA DEL EMPERADOR
François Carlo Antommarchi fue el médico de Napoleón desde 1818 hasta su muerte en 1821.“(…) He observado que la adherencia de la cara cóncava del lóbulo izquierdo del hígado formaba un agujero del diámetro de cerca de tres líneas (es decir, 6 mm 3/4) en la cara anterior del estómago, cerca de su extremidad derecha. (…) Al abrir el estómago detrás de su curvatura mayor, he observado que estaba lleno en parte de una sustancia líquida negruzca, de olor picante y desagradable. (…) Al sacar dicho líquido, he observado una úlcera cancerosa muy extendida que ocupaba específicamente la parte superior de la cara interna del estómago. (…) Sobre el borde de esta úlcera y hacia el píloro, he reconocido este agujero producido por la corrosión ulcerosa de las paredes del estómago. (…) Las paredes ulcerosas del estómago estaban considerablemente hinchadas y endurecidas (…)”.

Extracto del informe del médico
François Antommarchi

UNA HISTORIA DE ARSÉNICO
Sten Forshufvud fue un médico sueco que formuló y apoyó la controvertida teoría de que Napoleón fue asesinado por un miembro de su séquito en el exilio.Los informes de la autopsia hablan de una gran ulceración estomacal que degeneró en un cáncer. En 1961, Forshufvud deja de lado la úlcera, que no es la causa directa de la muerte, y se concentra en el cáncer, pero lo abandona rápidamente. Un tumor maligno habría hecho adelgazar considerablemente a la víctima, pero la capa de grasa sobre el vientre del cadáver de Napoleón tenía todavía cerca de cinco centímetros. En cambio, las víctimas de una intoxicación lenta por arsénico suben de peso. Por lo demás, un médico inglés señalaba que el cuerpo del emperador casi no tenía vello, lo que podría ser también un síntoma de envenenamiento por arsénico, al igual que el buen estado de conservación del cuerpo en 1840, cuando fue exhumado para ser llevado a Francia (aunque sus entrañas habían sido retiradas, lo que significa que había sido sometido a un principio de embalsamamiento).

Máscara mortuoria de Napoleón I.Analizando los síntomas descritos en sus memorias sobre la salud del Emperador por Louis Marchand -el ayuda de cámara que acompañó a Napoleón en Santa Elena-, Forshufvud halla similitudes entre los síntomas y los efectos de un envenenamiento por arsénico, que gracias a su propiedad inodora e insípida, se podría haber disimulado fácilmente en comidas y bebidas. A partir de esta idea, con las investigaciones del mismo doctor y un toxicólogo forense inglés de Glasgow profesor de medicina, Hamilton Smith, sobre la capacidad que tiene el cabello para registrar y guardar los minerales y los tóxicos que han entrado a un organismo -se trate de alguien que ha muerto recientemente como de alguien muerto un siglo atrás-, lo único que restaba para verificar las sospechas era algo tan simple como encontrar una muestra del cabello de Napoleón. Y es que la costumbre de guardar cabellos de personajes históricos tras su muerte era frecuente en aquellos tiempos, por lo que el objeto de prueba no demoró mucho en hacer acto de presencia. Así llegó a manos de Forshufvud uno de los cabellos del mechón que había sido cortado por Marchand al día siguiente de la muerte del Emperador. La técnica que se empleó para descubrir la presencia del veneno consistió en un bombardeo de neutrones destinado a activar las partículas de arsénico para así medir la concentración del tóxico. El problema es que, a pesar de descubrir la presencia de este, los datos arrojados pertenecían solamente a una pequeña muestra de cabello y esto les hacía no ser concluyentes.

Mechón de cabellos de Napoleón (Museo Carnavalet de París).El siguiente paso fue conseguir más mechones de pelo de Napoleón Bonaparte. Así, llegaron los que guardó Noverraz, uno de los fieles sirvientes en Santa Elena, otro mechón lo entregaron los descendientes de Betsy Balcombe, la hija de una familia cuya casa fue la primera en la que se hospedó Napoleón en la isla. Otro lo recibió Forshufvud en el año 1970 de un norteamericano que tenía en su poder el mechón que había pertenecido al conde de Las Cases, acompañante de exilio en los primeros años, y que había sido recogido en uno de los rutinarios cortes de pelo del Emperador. Todas estas muestras fueron también sometidas al proceso de bombardeo de neutrones, confirmando el resultado anterior de una gran concentración de arsénico.

Valiéndose de estos indicios, el dentista sueco atribuye al arsénico todos los problemas de salud de Napoleón: sufrió una extraña crisis, cercana a la epilepsia, en 1805, algunas semanas antes de Austerlitz; dolores de estómago, angustias y un lagrimeo abundante en 1809; una tos seca y una jaqueca espantosa en 1812, con ocasión de la batalla de Moskova; nuevos dolores de estómago en 1813, eccema en la isla de Elba; somnolencia y dificultades urinarias en Waterloo, y malestares múltiples que marcaron su último exilio, hasta la enfermedad final… Ciertamente, cada vez, el detalle de sus problemas puede hacer pensar en un envenenamiento, pero existen muchas otras explicaciones posibles.

EXTRAÑAS COMPLICACIONES
Forshufvud regresa a las conclusiones de la autopsia que señalan que el estómago de Napoleón estaba lleno de una suerte de zurrapa de café. Concluye que tuvo una hemorragia mortal ocasionada por la corrosión de toda la pared estomacal, características de todos los envenenamientos por mercurio. Supone, pues, que después de años de intoxicación con arsénico, el asesino usó otro veneno. Se trataría esta vez muy precisamente de cianuro de mercurio, un compuesto temible que se formó en el mismo estómago del enfermo por la unión entre un medicamento llamado calomelanos, prescrito en grandes dosis con la esperanza de aliviar los intestinos, y de una bebida que el Emperador consumió efectivamente, un jarabe de horchata a base de almendras amargas. A falta de la horchata y de las almendras amargas, la simple sal de cocina habría podido producir la misma reacción.

Falta encontrar un culpable y un móvil. Los ingleses casi no podían llegar hasta su prisionero y pocos compañeros suyos se quedaron con él de principio a fin. El gran mariscal Bertrand queda, unánimemente, fuera de sospecha. Queda el general Montholon, que habría seguido a Napoleón para huir de sus acreedores, para actuar como agente de la monarquía francesa restaurada, que no se sentía tranquila mientras viviera Napoleón, y para intentar ser incluido en un interesante testamento. Por otra parte, durante las primeras semanas, los males del Emperador se calmaron mientras redactaba su última voluntad, como si el arsénico le hubiese sido quitado por algún tiempo. Se puede agregar que otras personas, sin la menor prueba por lo demás, comentaron sobre las relaciones entre Napoleón y la esposa del general, vodevil que pudo degenerar en drama. El problema es que Montholon no abjuró jamás de su bonapartismo. Además, no estuvo cerca del Emperador antes de 1815 y no puede, por lo tanto, haber sido el misterioso envenenador que actuaba desde hacía diez años.

UNA EXPLICACIÓN MÁS SIMPLE
Napoleón I Bonaparte. Emperador de los franceses, Copríncipe de Andorra, Rey de Italia, Protector de la Confederación del Rin.En estas condiciones, ¿por qué ver en todas partes manos criminales, complots y asesinatos? La vida de Napoleón, sus cabalgatas, sus costumbres alimentarias que no se adecuaban a los preceptos de la dietética actual, todo esto podría haber desgastado el organismo del Emperador. La medicina del siglo XIX era apenas un poco menos titubeante que en los tiempos de Molière. Una úlcera iba a matar a Napoleón, un mal que ya venía de antes y que puede explicar sin duda un ademán bien conocido, el de la mano puesta entre dos botones de su chaleco, como para calentar el estómago. La unión entre un purgante peligroso y el jarabe de horchata no hizo más que precipitar un fin inevitable.

Napoleón Bonaparte (1769-1821), personaje clave que marcó el inicio del siglo XIX y la posterior evolución de la Europa contemporánea.Aún queda la cuestión del arsénico en sus cabellos, objeción que es de gran importancia. Demasiados mechones, traídos por distintas vías, hacen imposible pensar en un error. Los métodos empleados para la investigación fueron los más modernos, incluido el reactor nuclear de Harlow. Sin embargo, el historiador Alain Decaux, propuso una solución, que satisface todas las interrogantes. Se ha visto que el arsénico, en pequeñas dosis, se prescribía como estimulante. Las necesidades de su vida pudieron empujar a Napoleón a usar y abusar de él, incluso hasta sentir, algunas veces, sus efectos secundarios. Es una solución simple, quizás demasiado, pero mucho más convincente que las hipótesis que requieren de muchos venenos y de muchos envenenadores. La esperanza de vida en el siglo XIX, tanto en Francia como Inglaterra, era de apenas 40 años. Con este dato, podría decirse que Napoleón (Ajaccio, Córcega, 1769 – Santa Elena, 1821) murió a una edad que superaba por bastantes años la media.

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