Nace en Clazomene, Asia Menor, a principios del siglo V a. de C. De la escuela llamada jónica, es el primer filósofo que se establece en Atenas, gobernada entonces por Pericles, que es su discípulo y amigo, según Platón. También contó entre sus discípulos con Arquelao o Eurípides. De familia rica, renunció a su herencia, no interesándose por los bienes materiales para dedicarse por completo al estudio de la naturaleza. Sostuvo, acerca del origen del Universo, una especie de evolucionismo y explicó, por primera vez en Grecia, las causas de los eclipses del Sol y de la Luna, como también investigaciones sobre la anatomía del cerebro. Se conservan algunos fragmentos del primer libro de su obra, titulada ‘Sobre la Naturaleza’.
LAS HOMEOMERÍAS
“…Todas las cosas están en todo…, todas tienen una porción de todo…” (Kirk y Raven, n.º 508)
“…Debemos suponer que hay muchas cosas de todo tipo en cada cosa que se está uniendo, semillas de todas las cosas bajo toda clase de formas, colores y gustos…” (Kirk y Raven, n.º 510)
“…Las cosas se manifiestan, sin embargo, diferentes entre sí y reciben nombres distintos según la naturaleza de la cosa que numéricamente predomina entre los innumerables constitutivos de la mezcla…” (Aristóteles, Física I, 5, 187)
Igual que Empédocles, Anaxágoras explica la diversidad de lo real a partir de una pluralidad originaria; pero considera que esta no viene dada por unos cuantos elementos (aire, agua, tierra y fuego), sino por tantos como clases de cosas distintas hay.
Anaxágoras llama a estos elementos últimos semillas (extremadamente pequeñas, aunque infinitamente divisibles) y piensa que en cada cosa están las semillas de todas las cosas. Nada procede de la nada, sino que todo se ha generado a partir de todo; por tanto, cada una de las cosas contiene de alguna manera a todas las demás. Ni va a la nada, sino que todo está en el ser desde siempre y para siempre. Aristóteles llama a las semillas (o sea, a las innumerables partículas -ilimitadamente pequeñas- de las que se compone la realidad) homeomerías, aunque no se sabe si el término procede del mismo Anaxágoras. Las homeomerías son cualitativamente distintas unas de otras, de manera que si los objetos concretos se distinguen entre sí se debe al predominio de alguna semilla. Son también eternas o indestructibles; por tanto, nada nace ni muere, propiamente hablando, sino que los objetos se producen al unirse las homeomerías y se destruyen al separarse estas. Así, todo surge como fruto de las mezclas, y todo fenecer es una mera disgregación. No es posible la desaparición o la muerte absoluta (el no ser), ni la generación absoluta (el llegar a ser), puesto que el no ser es imposible. Estas semillas son inagotables en número y carecen de límite, pueden dividirse hasta el infinito sin agotarse, ya que al no existir la nada, siempre quedará una porción infinitamente divisible de esta semilla y, por más que se divida cada una de las partes, seguirá poseyendo las mismas cualidades.
Por último, las homeomerías son pasivas o carentes de movimiento en sí mismas; por eso, Anaxágoras postula un principio activo.
EL PRINCIPIO ACTIVO: LA MENTE (NOUS)
“Todas las demás cosas tienen una porción de todo, pero la Mente es infinita, autónoma, y no está mezclada con ninguna otra, sino que ella sola es por sí misma… Es, en efecto, la más sutil y la más pura de todas; tiene el conocimiento todo sobre cada cosa y el máximo poder. La Mente gobierna todas las cosas… La Mente gobernó también toda la rotación…” (Kirk y Raven, n.º 503)
Por un lado, Anaxágoras habla de la Mente como siendo de naturaleza sensible, si bien muy sutil; pero, por otra parte, le atribuye características propias de una divinidad: es infinita, autónoma, separada de las cosas, autosuficiente, inteligente y poderosa.
La mayoría de los intérpretes coinciden en señalar que el Nous de Anaxágoras no es más que una fuerza cósmica ordenadora, un principio impulsor del movimiento, al modo del Amor y la Discordia de Empédocles, gracias a cuya intervención se pasa a un cosmos (orden). En efecto, la función de la Mente parece reducirse a haber impulsado el movimiento rotatorio o torbellino cósmico, iniciando así la disgregación de los elementos, que en un principio formaban un caos confuso. Sócrates, Platón y Aristóteles lo elogiaron por haber postulado un principio de naturaleza inteligente; sin embargo, se desilusionaron en cuanto comprueban que el Nous no tiene un papel relevante en el sistema de Anaxágoras. Aristóteles, por ejemplo, dice que el Nous es una especie de “deus ex machina”, es decir, su autor solamente recurre a él cuando no sabe cómo explicar algo, deplorando que este solamente considerase al Nous como causa inicial sin otorgarle ningún otro papel superior.
Ciertamente, Anaxágoras pensaba que una vez puesto en movimiento, el Universo, sus regularidades y sus leyes, podía explicarse por sí mismo, sin necesidad de seguir apelando al Intelecto. O sea, defiende una concepción que, si bien inicialmente al hablar de un Intelecto que ordena la materia, tiende hacia una concepción teleológica (creencia en que la marcha del universo es como un orden de fines que las cosas tienden a realizar, y no una sucesión de causas y efectos), posteriormente, en la explicación de los fenómenos, tiende a ser más bien mecanicista. Por otro lado, puesto que Anaxágoras todavía no dispone de la distinción entre entidades materiales e inmateriales, aunque tiende a separar al máximo el Nous de la materia originaria formada por infinitas semillas, podemos pensar que este Nous puede considerarse tanto material como inmaterial. En cualquier caso estamos ante uno de los primeros intentos de concebir una realidad distinta de la meramente material, lo cual era una idea novedosa.
EL CONOCIMIENTO SENSIBLE
“A causa de la debilidad de nuestros sentidos no somos capaces de juzgar la verdad.” (Kirk y Raven, n.º 536)
“Las apariencias son una visión de las cosas oscuras. (Lo que se ve abre la visión de lo invisible).” (Kirk y Raven, n.º 537)
“Anaxágoras piensa que la percepción nace por obra de los opuestos, porque lo igual no es afectado por lo igual…, pues lo que está tan caliente o tan frío como nosotros, ni nos calienta ni nos enfría al acercarnos a ello…” (Kirk y Raven, n.º 538)
En este caso, los textos no pueden ser más expresivos: nuestros sentidos son limitados por naturaleza y, por eso, es imposible conocer por medio de ellos toda la verdad de las cosas. Sin embargo, las apariencias de las cosas son indicativas de lo que está oculto en las mismas.
Por último, Anaxágoras, explica el conocimiento sensible por medio del encuentro entre opuestos, y no por medio del encuentro entre semejantes, como hacía Empédocles.