La segunda mitad del siglo XX ha sido a menudo llamada la de la era espacial, pero bien podría haber sido llamada también la era de los alienígenas. Desde que un hombre de negocios estadounidense anunció haber observado “platillos” volando sobre el estado de Washington en 1947, cientos de miles de personas de todo el mundo han afirmado haber visto objetos voladores no identificados u OVNIs. De estos testigos, centenares aseguran que fueron llevados a bordo de los OVNIs, y muchos de ellos añaden que fueron sometidos a exploraciones físicas por parte de seres extraterrestres. Y lo que es más extraordinario, decenas de los que dicen haber sido secuestrados, cuentan que fueron transportados más allá de los límites conocidos de la Tierra para visitar otros mundos. Muchos de estos presuntos viajeros recuerdan haber contemplado planetas baldíos, con paisajes tenuemente iluminados. Algunos, sin embargo, explican haber sido llevados a lugares más exóticos.
Entre los mismos ufólogos, los relatos de estos viajes extraterrestres siguen siendo un tema muy controvertido. Algunos eruditos del fenómeno OVNI descartan estos secuestros y los consideran fantasías que contaminan las investigaciones de la ufología. Otros creen que es posible que los alienígenas hayan llevado a algunos humanos seleccionados a dar un paseo cósmico. Pero estas no son las únicas posibilidades. Los ufólogos sugieren también que probablemente los testigos hayan visitado un universo paralelo, o que hayan realizado simplemente un viaje imaginario, por cortesía del control mental de los alienígenas.
Sea lo que sea, pocos viajes extraterrestres han sido narrados con tan extraordinario detalle como los supuestamente experimentados por una mujer de Nueva Inglaterra (USA) llamada Betty Andreasson. Casi por completo reprimidos durante años, los recuerdos de los viajes cósmicos de Andreasson salieron a la luz a través de unas sesiones de hipnosis realizadas entre 1977 y 1980.
Según estos recuerdos, Andreasson contactó por vez primera con los alienígenas cuando tenía siete años, y una segunda vez cuando había cumplido doce. Ambas veces la muchacha se desmayó. En ese estado oía voces que le decían que estaba realizando grandes progresos.
En 1950, cuando Andreasson tenía trece años, tuvo, según contó más tarde, una experiencia mucho más inquietante. Después de contemplar cómo crecía en el cielo un objeto parecido a la luna, Andreasson se encontró inexplicablemente en el interior de una extraña habitación blanca donde era examinada por tres pequeños humanoides de grandes cabezas.
Andreasson narró que la situaron en una colchoneta dentro de una nave esférica de cristal que inmediatamente se sumergió en una corriente de agua. La nave salió a la superficie dentro de un túnel de hielo, una parte del cual estaba delimitado por innumerables bloques cristalinos. Dentro de los cristales había figuras humanas inmóviles, incrustadas como moscas en ámbar y vestidas con trajes de épocas pasadas.
Andreasson recordó que después fue alejada de esa desconcertante exposición y llevada a una zona oscura que contenía una nave de metal, de la cual salió en un lugar “parecido a un bosque de cristal”, en el que experimentó una especie de revelación espiritual. Después de devolver a Andreasson a la Tierra, los alienígenas le advirtieron que olvidara sus viajes. Sin embargo, aún le esperaba otra aventura espacial.
Según sus recuerdos bajo los efectos de la hipnosis, el segundo viaje de Betty Andreasson a otro mundo tuvo lugar cuando tenía treinta años. Andreasson vivía con sus padres y sus siete hijos en South Ashburnham, Massachusetts, mientras su esposo se recuperaba en el hospital de la ciudad de un accidente de automóvil. El 25 de enero de 1967, al anochecer, las luces de la casa se apagaron. Esto fue seguido poco después por la aparición de una luz brillante, de color rojizo sin fuente identificable, que se filtraba a través de las ventanas. Y mientras el resto de su familia se sumía en una especie de trance, Andreasson vio que cinco alienígenas entraban en el hogar a través de la puerta cerrada.
Las criaturas se ajustaban a la clásica descripción general de “alienígenas grises”: de poco más de un metro de altura, ojos oscuros, rostro inexpresivo, con cabeza tipo pera, vestidos de azul, usaban un cinturón y lucían una insignia con un ave en las mangas, sus manos tenían solamente tres dedos. El único ser que destacaba en el grupo era más alto que los otros; con todo, apenas al metro y medio llegaría. Andreasson, naturalmente, supuso que era una especie de líder. Este permaneció con ella, mientras que los demás se movían por toda la casa. Después, los extraños visitantes la convencieron (se comunicaban con ella telepáticamente) de que se introdujera en su nave, donde fue examinada de nuevo. Entonces la encerraron en una esfera transparente y emprendió viaje hacia otro mundo. Al llegar allí, Andreasson y dos extraterrestres que llevaban capuchas negras fueron conducidos en una vagoneta al interior de un largo túnel de piedra.
Según Andreasson, al final del túnel pasaron a través de un espejo plateado a una región con la atmósfera roja. Allí, unas criaturas parecidas a lémures trepaban por unos edificios cuadrados que se alzaban a ambos lados de la vagoneta. Con unos grandes ojos unidos a unos tentáculos que sobresalían de sus cuellos sin cabeza, las criaturas aterrorizaron a Andreasson con sus miradas, pero la dejaron pasar sin molestarla. Seguidamente, la mujer y los alienígenas cruzaron una barrera circular que daba acceso a un gran espacio subterráneo bañado con una luz verdosa que revelaba mares brumosos, vegetación exuberante y una ciudad a lo lejos. El prodigioso recorrido que Andreasson recordó después estaba a punto de terminar. Unas cuatro horas más tarde de haber dejado su casa, volvió a encontrarse en ella y la mujer y su familia, aún aturdida, se acostaron. Andreasson (así como su hija de once años, Becky) tuvo sólo unos nebulosos recuerdos de este encuentro hasta que se sometió a unas sesiones de hipnosis diez años más tarde cuando respondió a un artículo en un periódico local que versaba sobre el ufólogo J. Allen Hynek que solicitaba información personal de experiencias OVNI por parte del público lector.
Durante una investigación de doce meses dirigida por Raymond E. Fowler y llevada a cabo por un equipo de médicos, psiquiatras, ingenieros, físicos y especialistas en telecomunicaciones, se efectuó una amplia verificación de referencia de carácter, dos pruebas de detectores de mentiras, una entrevista psiquiátrica y catorce largas sesiones de regresiones hipnóticas bajo las cuales Betty (y también la mencionada hija) revivió una historia coherente y detallada de sus experiencias OVNI con auténticas reacciones fisiológicas. Las centenares de páginas que constituyeron finalmente los tres volúmenes del informe del detallado estudio de su caso llegaron a la conclusión de que las testigos eran unas personas sanas y de confianza que sinceramente creían que los acontecimientos narrados habían ocurrido realmente.
Con todo lo que tiene de increíble, probablemente este sea uno de los casos más documentados y creíbles de la ufología. Betty era la típica ama de casa de aquellos años, una devota cristiana que no parecía el tipo de persona que gustara de contar cuentos fantásticos, sobrenaturales y mucho menos de secuestro extraterrestre. Y aunque su historia de abducción comienza como la mayoría de ellas, sus experiencias más tarde adquirieron un tono único, religioso, que las distingue de muchas otras. Los extraterrestres que abdujeron a Betty Andreasson le dijeron que eran “los vigilantes, los cuidadores de la naturaleza y las formas naturales”. “Aman a la humanidad”, afirmó la mujer. “Aman al planeta Tierra y han estado cuidando al hombre desde el inicio de su existencia. Observan el espíritu de todas las cosas… El hombre está destruyendo la naturaleza. Sienten curiosidad por las emociones de la humanidad”.