Muchas personas que creen haber sido víctimas de una abducción o secuestro padecen alteraciones psíquicas persistentes como resultado de sus pavorosas experiencias. Las visiones y sonidos del presunto encuentro los obsesionan en forma de grotescos recuerdos, y una voz interior los bombardea con un flujo de preguntas sin respuesta: ¿Ocurrió realmente el secuestro? ¿Por qué me escogieron a mí? ¿Lo he imaginado todo? ¿Estoy loco? 1.000 aviones en el tejado (1.000 Airplanes on the Roof), una pieza de teatro contemporánea con acompañamiento musical, explora este tormento.
Fascinados por la dimensión psicológica del encuentro con alienígenas, los creadores de la obra, el dramaturgo David Henry Hwang, el compositor Philip Glass y el escenógrafo Jerome Sirlin, produjeron una representación inquietante y muy ajustada de la angustia posabducción.
El único personaje que aparece en escena es un tal M. Antes del secuestro, era un próspero abogado que vivía con su familia en una granja restaurada. En el momento en que transcurre la acción, vive solo en Manhattan y trabaja en una ocupación doméstica. M explica su secuestro… Una noche, de pronto lo capturaron y lo transportaron a una nave espacial, donde unos seres alienígenas realizaron exploraciones médicas en su cuerpo. Después lo liberaron, no sin antes aconsejarle que olvidara por completo el incidente: «Es mejor olvidar, es inútil recordar, nadie te creerá, serás marginado…».
Pero no puede olvidarlo. Un sonido similar al de 1.000 aviones retumba en su cabeza, de ahí el título del drama. Fragmentos de la escena de la abducción aparecen y desaparecen en su conciencia, y piensa que está perdiendo el juicio. Quiere contarle a alguien, tal vez a la mujer con la que sale, en la próxima cita, el secreto que lo atormenta, pero teme que se rían de él o lo tomen por loco. Los espectadores comparten el horror de M cada vez que la música aumenta en tensión y en el escenario, detrás de él, aparecen proyecciones holográficas con terroríficos rostros alienígenas.
En general, la crítica de la representación de 1988 la elogió y vio en ella una metáfora de la soledad y la pérdida del control sobre el propio destino. Totalmente innovadora, algunos la describieron como un psicodrama mezcla de Freud, Kafka y Steven Spielberg. Para las víctimas de un secuestro, la obra tiene un carácter documental.
Tiene pinta de ser muy interesante, la verdad.