La lengua latina debe su nombre a haber sido hablada primitivamente por los latinos, habitantes del Latium o Lacio, región situada en el centro de Italia, cuya capital es Roma.
Pertenece a la familia lingüística denominada indoeuropea, llamada de esta manera por abarcar un grupo de lenguas que se extienden desde la India hasta Europa.
Una rama de esta poderosa y amplia familia de lenguas aparece en la Italia antigua, cuyos principales idiomas fueron el latín, el osco y el umbro, de especiales relaciones entre sí. Razones de supremacía militar y política hicieron que este idioma puramente local, el latín, se sobrepusiera a los demás, hasta llegar a desplazarlos totalmente.
Si las más viejas inscripciones latinas pueden remontarse al año 600 a. de C. (Fíbula de Preneste), los textos de carácter literario comienzan a mediados del siglo III a. de C., alcanzando su máximo esplendor al final de la República (siglo I a. de C.) y comienzos del Imperio (época de Augusto).
Por su parte, la expansión del latín está íntimamente unida al desarrollo territorial del Imperio romano. Las legiones romanas y la administración de las provincias por funcionarios romanos introdujeron a la vez la lengua.
Los límites geográficos, pues, del latín fueron los mismos que los del Imperio: los ríos Rin y Danubio por el Norte; los mares Negro y Caspio con la llanura mesopotámica (Irak actual) por el Este; el gran desierto africano por el Sur, y el océano Atlántico por el Oeste, incluyendo las islas británicas.
Esta afirmación solamente es aceptable si se habla del latín como lengua oficial de todo el Imperio romano.
La difusión de la cultura griega por las conquistas de Alejandro hizo que el griego, en una forma especial, la koiné o lengua común, prevaleciera en estas regiones del Mediterráneo oriental, dominadas por Roma, donde el latín solamente tenía consideración de lengua oficial. Apenas si hubo algún escritor nacido en estas provincias que escribiera sus obras en latín.
En cambio, todo el Occidente del Imperio romano fue lingüísticamente latino, en el sentido de que el latín, además de lengua oficial, fue también la usual, incluyendo un enclave oriental, la actual Rumanía, conquistada, como se sabe, por el emperador Trajano y colonizada por soldados romanos.
Tampoco arraigó el latín en Britannia (Inglaterra actual), por haber sido colonizada por los romanos menos intensamente que otras partes del Occidente europeo. El elevado número de palabras de origen latino en el inglés de hoy se explica, en buena parte, por la influencia del francés a través de los conquistadores normandos en la Edad Media.
La ruptura política de la unidad del Imperio romano de Occidente, a lo largo del siglo V, trajo como consecuencia, junto con la desmembración del territorio en forma de nuevas nacionalidades, la descomposición paulatina del latín, bajo múltiples influencias, particularmente la de los pueblos bárbaros invasores del Imperio, y también la de la persistencia de las formas de vida y modos de hablar particulares de los pueblos sometidos (influencia de los substratos).
Esta evolución, con características distintas en cada territorio del antiguo Imperio, originó en el ámbito de la Romania las diversas lenguas, conocidas con el nombre de romances, románicas o neolatinas.
La palabra ‘romance’ tiene aquí un significado especial que conviene aclarar. Se deriva del adverbio latino romanice, en la expresión romanice loqui (“hablar románicamente” o “en forma romance o romana”), para diferenciarla de la otra expresión: barbarice loqui (“hablar como los bárbaros”).
La forma romana, como contrapuesta a la bárbara, era el latín evolucionado o neolatín. Es difícil precisar la fecha en que se tuvo conciencia de usar una lengua distinta ya del latín, pero puede tomarse el siglo IX como la época en que la lengua romana era distinta de la latina.
Debe hacerse notar que el latín que influyó preferentemente en la formación de las lenguas romances, fue el latín hablado en cada país, derivado del latín vulgar (propio del vulgo o de la plebe romana), introducido por los soldados, colonizadores y comerciantes durante la época de la dominación romana.
El latín literario, propio de los escritores latinos y muy diferenciado del latín hablado, por su carácter culto y exclusivo de minorías intelectuales, apenas caló en la lengua coloquial de los territorios del Imperio.
Aparte de alguna lengua romance, desaparecida ya, y de numerosas variantes dialectales existentes en toda la Romania, las principales lenguas derivadas del latín vulgar son las siguientes: el gallego-portugués, el castellano o español por antonomasia, el catalán, con sus variantes valenciano y mallorquín, el provenzal o lengua de oc (Mediodía de Francia), el francés o lengua de oíl, el sardo (en Cerdeña = Sardinia), el italiano, el rético, reto-romano o ladino, hablado en parte de Suiza, Italia y Austria, y el rumano.
Si a todas estas lenguas podríamos considerarlas como el mismo latín de los romanos evolucionado de manera distinta en cada país o región, el mismo latín sin evolucionar no ha dejado de existir como lengua escrita, y también como lengua hablada, a través de muchos siglos en toda Europa, incluso en naciones cuyo territorio no perteneció al Imperio romano. Así, en países germánicos, como Alemania, eslavos, como Polonia, y célticos, como Irlanda.
Durante la Edad Media el latín fue el medio de expresión de la mayor parte de las ciencias cultivadas en Europa. La Teología, la Filosofía, el Derecho, la Medicina y la Historia, por citar solamente las más importantes, se escribieron en latín. La cultura europea, informada por el cristianismo, tuvo también en todo su ámbito geográfico una sola lengua: el latín.
La transmisión al mundo occidental del legado de Grecia fue hecha asimismo por medio del latín.
En la época del Renacimiento el cultivo hablado y escrito del latín tuvo caracteres excepcionales y apasionados. Aunque el triunfo exacerbado de las nacionalidades desde el punto de vista político, a partir de la Edad Moderna, el apogeo de las literaturas autóctonas y la ruptura del pensamiento cristiano, que uniformó la época medieval, supusieron una debilitación del empleo del latín, su ocaso está aún muy lejos de llegar.
Así, todavía en el reciente siglo XX las prensas lanzaron cada año muchas obras escritas en esta antigua, difícil y hermosa lengua. Y no solamente las ciencias sagradas, por ser el idioma oficial de la Iglesia católica, sino también algunas profanas siguieron escribiéndose en la lengua del Lacio.
El gusto por el latín ha llevado a traducir a esta lengua obras literarias de gran resonancia cercana. Sirvan de ejemplo la novela de F. Sagan, ‘Bonjour, tristesse’ (“Buenos días, tristeza”), con el título de ‘Salve, tristitia’; el hermoso cuento de Saint-Exupéry, ‘Le petit prince’ (“El principito”), traducido bajo el epígrafe ‘Regulus sive soli pueri sapiunt’, o el infantil ‘Pinocho’, de Collodi, con el nombre de ‘Pinoculus’, obra del insigne latinista italiano Hugo Enrico Paoli.
Todo lo expuesto conduce fácilmente a la conclusión de la importancia del latín y de la necesidad de su estudio, si queremos conocer profundamente los orígenes de las lenguas romances, los valores de la literatura latina y su influencia en los temas de las literaturas modernas, así como su constante presencia durante varios siglos en la cultura europea.
El latín es, pues, la llave que nos abre un tesoro inagotable.