El concepto de cero, el símbolo que representa la nada, o el espacio vacío, a menudo se ve simplemente en términos de su importancia matemática. Los eruditos debaten quién fue el primero que utilizó el cero; algunos dicen que los hindúes, otros los babilónicos, chinos, griegos o mayas. Pero solamente los hindúes, en el año 800 de nuestra era, parecen haber tratado el cero como un número desarrollado. Una razón de por qué los hindúes se sentían cómodos con el cero era que el símbolo tenía para ellos una connotación metafísica y matemática: igual que la iluminación se representaba como un espacio vacío y a la vez dinámico y lleno de posibilidades, el cero representaba la nada pero podía crear otros números.
De hecho, las connotaciones que tiene el cero de la nada, la no existencia y la infinidad, ofendían las mentes racionales de los griegos, quienes no encontraban lógico el concepto. A la inversa, los hindúes, que veían la no existencia como algo positivo, como un paso hacia el Nirvana, no tenían tales escrúpulos y perseguían todas las posibilidades matemáticas del cero, al que llamaban sunya o vacío.
Un círculo en forma de cero trazado por un budista zen simboliza tanto la totalidad del universo como el vacío último, una vaciedad dinámica, intemporal, a partir de la cual provienen todas las cosas y cuya naturaleza se revela a través de la iluminación.
Los caracteres de la imagen derecha hacen referencia a una ceremonia del té espiritualmente relacionada con el símbolo.
En el siglo XII, los eruditos árabes trajeron la idea del cero a los europeos occidentales, que utilizaban el laborioso sistema numérico romano. Al principio, los europeos vieron el cero, con sus implicaciones de vacío, como algo inquietante, considerándolo emblema del diablo. Pero los comerciantes adoptaron el nuevo sistema, ya que era fácil de calcular, y pronto la noción de cero fue de aceptación general, allanando así el camino para los avances científicos y matemáticos del Renacimiento.