Durante su paso por París, entre 1758 y 1760, se conoce al sorprendente conde de Saint-Germain. Tanto en los salones de la capital como en las cortes de Europa, circulan rumores insensatos acerca de su edad: ¡tendría más de tres mil años, habría conocido a Jesucristo, sabría fabricar diamantes y volverse invisible!
En 1745 se menciona por vez primera al conde que aparece aparentemente de la nada, sin registro de nacimiento o documentos que justifiquen su identidad, si tiene familia e hijos… Este hombre que asemeja tener cincuenta años y que vive en Londres desde hace dos, es detenido portando cartas favorables a los Estuardo. Inglaterra, que acaba de reprimir la revuelta de los jacobitas (movimiento político que intentaba conseguir la restauración en el trono de los miembros de la casa de Estuardo), desconfía de los extranjeros y más especialmente de los franceses (que habían participado activamente en el conflicto británico): durante varias semanas Saint-Germain es mantenido bajo arresto domiciliario. Reconoce entonces dos cosas: vivir bajo un nombre falso y “no querer tener nada que ver con las mujeres”. La personalidad de Saint-Germain es lo suficientemente intrigante para que Horacio Walpole, miembro del Parlamento, escritor y amigo de Diderot y del resto de los enciclopedistas (grupo de filósofos franceses), lo cite en su correspondencia, describiéndolo como un “hombre singular”.
Diplomático, aventurero, músico, famoso esgrimista, conocedor de las ciencias y la filosofía, su memoria le permite recitar libros enteros. Iniciado en el arte de la alquimia aseguraba poseer, entre otros saberes, el secreto de la piedra filosofal mediante la cual era posible transmutar cualquier metal en oro. También dominaba una técnica desconocida con la que podía duplicar el tamaño de un diamante. Se trataba, sin lugar a dudas, de un personaje sumamente extraño que despertaba sospechas, incredulidad y hostilidad, debido a que su discurso superaba con mucho el nivel de comprensión propio de los hombres y mujeres de la época. Se decía de él que no permanecía mucho tiempo en un mismo lugar y que desaparecía directamente sin avisar sin que nadie le hubiera visto pasar a través de las puertas. Simplemente se manifestaba y se escabullía sin disimular su facultad. Vivió en toda Europa, y, en tiempos en los que desplazarse no era nada fácil, Saint-Germain sorprende con viajes al Tíbet, África, México o Constantinopla. Ambidiestro completo, capaz de escribir al unísono textos distintos con cada mano, hablaba todo tipo de idiomas entre ellos varias lenguas muertas. Vendedor de productos mágicos para aumentar la belleza y alcanzar la eterna juventud, galante, atractivo, educado y gran conversador, la sobriedad de su vestimenta contrastaba con el uso de diamantes que empleaba en vez de dinero. Por la magnificencia de sus joyas, se le juzgaba inmensamente rico: el conde manejaba las gemas como si pudiera abastecerse de ellas de manera ilimitada. Se cuenta que al ofrecer un banquete, la distinguida concurrencia se encontró con un postre realmente extraordinario: un diamante en cada plato. Un hombre que a pesar de los grandes enigmas que le rodeaban, destacaba por su gentileza y manifestaba invariablemente una dignidad que cautivaba a toda persona con la que trataba, por lo que no es extraño que se convirtiera en el centro de atención de las reuniones aristocráticas europeas.
EL AMIGO DE LUIS XV
Saint-Germain deja Londres en 1746. ¿Qué hace entonces? No se sabe nada de él durante doce años. Según algunos, se va a Alemania, donde se dedica a las investigaciones químicas y alquímicas. Según otros, viaja hasta la India y el Tíbet; no existe ninguna prueba de sus periplos, pero más tarde se constata que el conde posee un profundo conocimiento de Oriente.
Llega a París a comienzos de 1758, e inmediatamente envía una petición a Marigny, director de obras y edificios del rey. Solicita que una casa real sea puesta a su disposición para poder establecer allí un laboratorio y una fábrica, prometiendo a cambio a Luis XV “el más rico y más raro descubrimiento que se haya hecho”. Abierto a la investigación de las “artes útiles”, Marigny le asigna el castillo de Chambord, gran construcción abandonada en ese entonces. Saint-Germain instala en las dependencias a sus asistentes, sus obreros y su laboratorio.
Sin embargo, pasa más tiempo en París que en Chambord y, rápidamente, es invitado a los más famosos salones. De gran educación, amor por el arte y amplios conocimientos, resulta tan cautivador que los que le miraban a los ojos decían sentirse influenciados y las mujeres caían enamoradas inmediatamente. Se presenta ante la marquesa de Pompadour, y esta, seducida, lo presentará al rey. Será en ese momento cuando comience a desplegarse en todo su esplendor y potencia la magia desconcertante del conde.
LOS SALONES DEL BIEN AMADO
Bajo el reinado de Luis XV, en París surge la moda de los salones y de las veladas brillantes. Las damas de gran fortuna reciben a escritores, sabios y políticos de moda: el Siglo de las Luces es también el de las relaciones y de la mundanalidad. Se aprecian las personalidades fuera de lo común, y un hombre tan inteligente y rodeado de intriga como el conde de Saint-Germain solamente puede tener éxito. En un contexto como ese, la fama se logra rápidamente y los cotilleos circulan deprisa.
El rey no escapa a la regla. La marquesa de Pompadour tiene reservado para él un pequeño salón de ambiente burgués en el que le encanta estar. Sólo se invita a la elite. Dotada de un gusto real por las artes y las ciencias, la Pompadour apoya y presenta al rey a pintores como François Boucher y Louis-Michel van Loo, a escritores como Voltaire o incluso el menos mundano Rousseau, y a científicos o sorprendentes individuos como Saint-Germain.
Luis XV aprecia inmediatamente al brillante personaje que se incorpora pronto al círculo de sus más cercanos. Debido a sus destrezas multilingüísticas, sus conocimientos de lugares a través de sus extensos viajes, su saber y erudición de la ley internacional, sus exquisitos modales y su constante defensa de la paz, Saint-Germain personifica el emisario por excelencia. Esto lo percibe el monarca francés y lo envía en múltiples misiones, algunas con fines diplomáticos, otras económicos, y otras con propósitos ultrasecretos que nunca han llegado a conocerse. En estas circunstancias, Saint-Germain es descrito como un hombre de cuarenta y cinco años, ¡a pesar de que han pasado más de diez desde su estadía en Londres!
Voltaire, el cual dejó pruebas escritas de su admiración y sorpresa por el conde, en una carta que se conserva y remitida a Federico el Grande de Prusia, lo describe así: “El conde de Saint-Germain es el hombre que nunca muere y todo lo sabe”. Mientras que madame de Troussel, en una misiva enviada a madame de Seuvignon (su amiga y confidente), relata: “Anoche hemos vuelto a contar con la presencia del conde de Saint-Germain. Como ya te lo he mencionado, se trata de un personaje sumamente fascinante y, aunque lo encuentro por demás noble y confiable, debo admitir que me hace oscilar entre la admiración y un cierto temor que no sé con qué palabra describir: ¿reverencial, sobrenatural? Lo admiro cuando evidencia tanto conocimiento de materias tan diversas y cuando un conocido en común relata una anécdota que pone de manifiesto su inmensa honradez y generosidad. Pero debo reconocerte, amiga, que cuando aparece en un ambiente sin que nadie haya oído previamente los pasos que lo dirigían hacia él o cuando se sume en una especie de trance para levantarse segundos después, me genera sentimientos de respeto y desasosiego. Pero en realidad, lo que en verdad me inquieta, es aquello que te refería cartas atrás: ¿llegaremos a saber algún día quién es en realidad el conde de Saint-Germain, qué es lo que se esconde bajo ese nombre?”.
LEYENDA Y DESGRACIA
Dos anécdotas auténticas provocan los rumores acerca de los conocimientos alquímicos y la inmortalidad del personaje. Esta es la primera: posee una bellísima colección de piedras preciosas y cierto día pretende ante el rey saber rectificar las imperfecciones de los diamantes. Luis XV le encarga entonces uno manchado. Unos días más tarde, Saint-Germain lo trae perfectamente puro. ¿Utilizó un procedimiento químico o simplemente mandó tallar una piedra idéntica? Es un misterio. La segunda anécdota ocurre durante una cena con la anciana condesa de Cergy, que reconoce en él a un hombre que había conocido en Venecia hacía cincuenta años. Quizás simplemente por entretenerse, pero unido al hecho de que este siempre hablaba de eventos del pasado como si hubiera estado allí, Saint-Germain no la desmiente: la historia da la vuelta a todo París. Su fama de inmortal se debía a la ausencia de deterioro físico: mientras sus conocidos iban envejeciendo, él parecía mantenerse siempre igual, incluso más joven, de ahí se afirma procedía su imperiosa necesidad de viajar por todas las cortes europeas para disimularlo. No obstante, esta forma de “desaparecer” no le resultó completamente efectiva, ya que han quedado numerosos testimonios de personas que le vieron con el mismo aspecto, en lugares diferentes y con un intervalo de varias décadas entre encuentros.
Sin embargo, si el conde se ha ganado la simpatía del rey, se ha desvinculado del poderoso duque de Choiseul, principal ministro de Luis XV, que lanza una campaña para desacreditarlo. Su extraordinaria relación con el monarca ha ocasionado de igual modo bastante rechazo y envidia de los cortesanos y parte de la aristocracia francesa, dando lugar a una persecución ensañada procedente de peligrosos detractores que lo atacan y calumnian llamándolo charlatán, impostor, aventurero e insolente. El mismo Choiseul paga a un bufón llamado Gauve para imitar al conde de Saint-Germain y hacerse pasar por él. Gauve recorre los salones bajo la identidad de este, contando las historias más inverosímiles: que se tomó un trago con Alejandro el Grande, que estuvo de francachela en las bodas de Caná (título con el que se suele identificar un relato que tiene lugar al final de la primera semana del ministerio de Jesucristo en el Evangelio de Juan) y que, por lo demás, conoció muy bien a Jesús, a quien le había predicho un fin trágico… También, que había estado con Carlomagno. El fraude es pronto descubierto y Gauve reconocido, pero las historias se siguen divulgando. Aunque contrariamente a lo que espera Choiseul, el verdadero Saint-Germain no resulta ridiculizado, sino engrandecido, rodeado de ¡un aura misteriosa! Despechado, el ministro deberá esperar hasta 1760 para lograr deshacerse del conde, acusándolo de espionaje. Habiendo caído en desgracia, Saint-Germain se refugia en los Países Bajos. Según parece, allí, bajo el nombre de conde de Surmount, amasó una gran fortuna vendiendo ungüentos, pócimas y preparados para combatir cualquier mal, incluso la muerte; y aunque las acusaciones de timador y conspirador le perseguirían allá a donde fuera, su natural disposición para la diplomacia le granjearon también numerosos aliados por toda Europa.
En los años siguientes, se le ve en Italia, en Rusia -se rumoreó incluso que precipitó las cosas para que el ejército ruso colocara en el trono a Catalina la Grande-, en Saxe, en Prusia: en todas partes intenta montar laboratorios para seguir adelante con sus investigaciones… acerca de los pigmentos y los colores.
LA MUERTE DEL INMORTAL
En 1766, se coloca bajo la protección del rey de Prusia Federico II, pero lo deja al año siguiente. Finalmente llega a Gottorp, en el Báltico, donde es recibido por el príncipe de Hesse. Según el aristócrata, a quien le hizo confidencias, muere allí en 1784, a la edad de 93 años. Empero, físicamente aparenta como mucho sesenta.
Apenas se conoce la noticia, muchos se niegan a creer en la muerte del conde. Surgen los testimonios: algunos citan su presencia en un congreso masónico en 1785, se le ve en Venecia en 1788, habría prevenido a María Antonieta de una inminente revolución al año siguiente, habría asistido al congreso de Viena en 1815, un inglés lo habría encontrado en París bajo Luis Felipe, otros lo habrían visto en 1905 en el Tíbet, luego en 1926 en Roma… Testimonios que desgraciadamente son poco creíbles, al igual que el relato del pequeño anticuario llamado Richard Chanfray, transformado en mensajero del corazón y del horóscopo de revistas para adolescentes, que en 1972 intenta usurpar la identidad del ilustre personaje del siglo XVIII para tratar de seducir a una cantante de variedades.
¿QUIÉN ERA (Y QUIÉN DICEN QUE FUE) SAINT-GERMAIN?
Lo verdaderamente concluyente de este personaje es que se desconoce bastante como para poder validar cualquiera de las muchas historias increíbles que se han generado alrededor de su figura, pero sin embargo, se sabe lo suficiente como para poder asegurar de que realmente existió y que a su paso por la historia dejó una huella imborrable de asombro, recelo y fascinación.
Nunca se preocupó por sacar beneficio personal a sus inventos e investigaciones, cuyo provecho ofrecía generosamente a las cortes de Europa cuando reyes y altos personajes le apoyaban para montar sus fábricas y manufacturas. Negociante en tintes para telas, cerámica y sedas, fijaba los colores de manera tan asombrosa que ni el aire ni la lluvia los podían dañar, lo cual era algo muy sorprendente por aquel entonces. También fabricaba bellos sombreros y trabajaba en la industria del cuero. Igualmente practicaba la medicina de manera no común, en forma discreta y cuando se lo solicitaban.
Por su peculiar personalidad y extraordinarias habilidades, se ganó el respeto y admiración en los ambientes cortesanos de su tiempo y dio lugar, con el pasar de los años y a partir sobre todo de su muerte, a una creciente leyenda que se ha magnificado hasta el punto de adjudicarle en el ámbito ocultista el grado de Gran Maestro Universal con poderes casi ilimitados, ligándolo a todo tipo de sociedades secretas así como a diferentes corrientes del esoterismo, siendo para muchos un sujeto que vivió bajo diferentes nombres y mostrándose en distintas épocas. El conde sería, además, clarividente y claroaudiente. Cuentan muchos de quienes lo trataron que no tenía fronteras a la hora de visualizar un suceso. Los límites tanto espaciales como temporales no existían para su ojo interior. Los espaciales eran borrados porque podía ver perfectamente lo que acontecía a miles de kilómetros. Los límites temporales no tenían tampoco cabida, porque el conde era capaz de visualizar claramente tanto sucesos pasados como futuros. Poseía además la capacidad de escuchar con absoluta precisión los sonidos que se producían a cientos de metros de distancia así como de oír con nitidez lo que sucedía en la otra ala del castillo, aunque múltiples paredes de gruesa piedra lo separaran del suceso. ¿Cómo era capaz? La respuesta para muchos es porque era un ascendido, un maestro, un iluminado. Saint-Germain pasó sus últimos años escribiendo un manuscrito conocido como La santísima trinosofía, un clásico de la literatura esotérica. El libro está escrito con una mezcla de jeroglíficos y lenguaje moderno, considerado por muchos la biblia del ocultismo.
A pesar de la docena de seudónimos que usa durante sus peregrinaciones, actualmente se sabe algo acerca de su origen: aunque hay muchas versiones al respecto de su procedencia, sería hijo natural de la reina consorte de España Mariana de Neoburgo, viuda de Carlos II, y de un noble, el conde de Melgar, ya que aunque hablaba muchísimos idiomas con suma fluidez, a decir de Walpole que lo trató, el español parecía su lengua natural. No obstante, también se afirma que sería vástago del príncipe húngaro Francisco Rákóczi II de Transilvania. Sea como fuere, estos regios parentescos explicarían el tren de vida fácil que siempre llevó, su educación y su cultura. Efectivamente, además de sus conocimientos puntuales de química, Saint-Germain es reconocido por sus contemporáneos como un hombre muy sabio, un músico hábil de exquisito talento para componer e interpretar y un pintor de calidad, siendo muy respetado y admirado por su gran erudición, sus aptitudes y poderes, así como por su porte distinguido y elegancia personal, capacidades que tuvo que adquirir en un entorno proclive y adecuado para ello.
Su longevidad y su larga juventud podrían explicarse por una naturaleza clemente y, en gran medida, por los constantes esfuerzos del conde por prepararse físicamente. Según los testimonios, durante toda su vida Saint-Germain sigue estrictas dietas alimentarias, asistiendo a los banquetes y reuniones pero comiendo poco, sin beber jamás: ¡aparece como un precursor de los adeptos de la dietética moderna!
CASANOVA APORTA MÁS DATOS SOBRE SAINT-GERMAIN
En mayo de 1758, el célebre libertino Casanova se encuentra con el conde en una cena de la marquesa de Urfé. Así es como lo describe en sus memorias: “Saint-Germain se creía prodigio, quería sorprender y muchas veces lo lograba. Su tono era decidido, pero su naturaleza era tan estudiada que no desagradaba. Era un sabio, hablaba perfectamente la mayoría de las lenguas: gran músico, gran químico, de una apariencia agradable y un maestro para atraer a las mujeres; ya que al mismo tiempo les daba afeites y cosméticos que las embellecían, se jactaba no de rejuvenecerlas, ya que tenía la modestia de reconocer que eso era imposible, sino de conservarlas en el estado en que las hallaba, por medio de un agua que, según él, era muy costosa, pero que se las regalaba. (…) Este hombre singular y nacido para ser el primero entre los impostores, pretendía con un tono seguro, y para salir del paso, que tenía cientos de años, que tenía la panacea, y hacía todo lo que quería con la naturaleza. Sabía cómo fundir los diamantes y de diez o doce pequeños, fabricaba uno del agua más bella sin que estos perdieran ni un gramo. Todas estas operaciones eran para él sólo bagatelas. A pesar de sus fanfarronadas, sus mentiras evidentes y sus excesivos disparates, no pude encontrarlo insolente. Tampoco respetable. Lo encontraba sorprendente, ya que me sorprendió. (…) Este hombre singular asistía frecuentemente a las cenas de las mejores casas de la capital, pero no tocaba nada, diciendo que su vida dependía del tipo de comida que comía y que nadie más podía saberlo”.
Este es Saint-Germain, sujeto excepcional del que se desconocía su nacionalidad o el origen de su fortuna pero que, burlándose de los rumores, nunca los desmintió, permanece en la historia y en la leyenda, ya que simboliza el sueño más antiguo del hombre: la inmortalidad.