Maureen Cowan murió en el quirófano de un hospital de Irlanda del Norte en 1959. Permaneció muerta, según todos los signos clínicos, durante dos minutos y medio antes de que el equipo médico lograse reanimarla, tras lo cual atravesó una recuperación completa.
Unos periodistas que se enteraron del incidente entrevistaron a la señora Cowan y así se supo que guardaba un recuerdo clarísimo de la experiencia de la muerte. Había atravesado un túnel, en el que reinaba una penumbra misteriosa, para salir a un hermoso jardín soleado. Al fondo vagaban unas figuras nebulosas. Pero lo que más había llamado su atención fue que la esperaba un personaje, que lejos de aparecerse en forma nebulosa se presentó como un hombre bien parecido y barbado que usaba sandalias y una larga túnica blanca. Esta persona emanaba tal aura de bondad y de paz, que ella adivinó en seguida que no podía ser otro sino Jesucristo. Quiso acompañarle, pero entonces sintió como si tirasen de ella para devolverla al túnel; después de una breve travesía, se hizo la oscuridad a su alrededor y cuando despertó se hallaba en la UVI del hospital.
ANÁLISIS DEL CASO (Y DEL FENÓMENO ECM)
A primera vista el caso era un ejemplo bastante banal de realización de un deseo en sueños. Como buena cristiana, la señora Cowan habría abrigado esperanzas de ser recibida por Cristo en los cielos y así, hallándose al borde de la muerte, alucinó y vio exactamente eso. La única dificultad estaba en que la señora Cowan no era buena cristiana, sino de religión judía.
La investigación sobre las experiencias cercanas a la muerte, que empezó a cobrar impulso a partir de los años sesenta del siglo XX, cuenta ahora con un buen número de enigmas similares. Los médicos, dispuestos a hallar la correlación entre las percepciones subjetivas de los individuos que atravesaron una fase de muerte clínica pero luego pudieron ser reanimados, o que simplemente estuvieron muy cerca de la muerte como consecuencia de accidentes o de enfermedades, han descubierto analogías sorprendentes entre las distintas experiencias.
Entre otros rasgos comunes hallamos la sensación de atravesar un túnel, la experiencia extracorpórea, las visiones de luz y los encuentros con personajes espirituales o bíblicos y/o amistades o parientes difuntos. Los individuos tienden a interpretar sus experiencias a la luz del trasfondo cultural de cada uno. (En este aspecto, el caso de la señora Cowan fue excepcional, porque los judíos que han visto un personaje barbado y vestido con ropajes blancos en circunstancias similares suelen decir que han visto a uno de los patriarcas de la Biblia, y no a Jesucristo.)
Según uno de los principales investigadores de este fenómeno, el doctor en medicina y filosofía Raymond Moody, los pacientes que han asegurado vivir este tipo de experiencias coinciden en un patrón general de nueve fases consecutivas, aunque no todos completan este itinerario y muchos solamente atraviesan por algunas:
-El paciente se siente flotar sobre su cuerpo, y ve el dormitorio, el quirófano o el lugar en el que se encontraba (experiencia extracorporal), e incluso oye la declaración de su propio fallecimiento.
-Después, siente que se eleva y que atraviesa un oscuro túnel mediante una escalera o flotando en el vacío, y con una relativa rapidez.
-Ve aparecer una figura al final del túnel (que suele describirse como hermosa, blanca o transparente; a veces hay paisajes, voces o música).
-El paciente pasa a ser espectador, no siente dolor ni molestias: sólo percibe una paz interior.
-Algunas personas, sin embargo, aseguran haber tenido experiencias terroríficas en el más allá.
-Familiares o amigos difuntos van a su encuentro.
-Aparece una presencia o voz que se define en función de las creencias religiosas del paciente (puede tratarse de Jesucristo, de un ángel, etcétera), y se establece un diálogo sin palabras con ese ser que parece conocer todo sobre el moribundo.
-Se presenta una visión global pero íntegra de lo vivido, como si viese “su película”; el modelo más ajustado para describirlo según los testimonios es como el de una sucesión de diapositivas de momentos sueltos de la vida, no necesariamente importantes.
-El sujeto se ve delante de un obstáculo: una puerta o un muro y toma conciencia de que todavía no ha muerto, y aunque sigue sintiendo una paz y tranquilidad indescriptibles y acogedoras, se da cuenta, y también eso le indican sus acompañantes, de que debe regresar.
Tras este proceso quienes lo han experimentado pierden el miedo a la muerte; no desean morir, pero se toman las cosas con más calma, serenidad y filosofía y, en cierta medida, son mejores personas, se preocupan más de los demás y son más felices.
Lo más interesante es que los relatos de estas experiencias, recogidos entre protagonistas pertenecientes a las más diversas culturas, no sólo guardan una notable consistencia interna, sino que además concuerdan bastante con los rasgos principales del estado post mortem descrito en el Libro tibetano de los muertos. También guardan un marcado parecido con los relatos de “tránsitos” interiores del chamanismo y de ciertas proyecciones astrales.
Para algunos, las ECM son una prueba de que la mente, consciencia, psique, alma o espíritu como entidad inmaterial, se separa del cuerpo físico, que actúa como mero soporte material, para dirigirse a otro reino.
También se ha sugerido que estas experiencias son una forma de despersonalización, de disociación, que actúa como defensa ante la amenaza de muerte en situaciones de extremo peligro. En psicología, la disociación se define como una respuesta adaptativa a un trauma físico o emocional intolerable. La disociación es la capacidad de abstraerse de la realidad y es un tipo de respuesta que aparece en algunas víctimas de secuestros, violaciones… que, inconscientemente, intentan evitar esta realidad desagradable con fantasías más apacibles. De todas formas, y a pesar de esta aparente correlación entre ECM y disociación, no se trata del mismo tipo de fenómeno, ya que las ECM son percibidas como completamente reales, al contrario que la despersonalización típica. Asimismo, las ECM se diferencian de la despersonalización en que lo alterado no es el sentido de la identidad propia, sino la asociación de esta identidad con las sensaciones corporales.
Otra hipótesis psicológica relacionada con las ECM la popularizó (aunque no era suya) el astrofísico y cosmólogo Carl Sagan. Se afirmaba que el sistema neurológico se reinicia tras la experiencia traumática de la muerte; por eso la luz al final del túnel sería una regresión al momento del nacimiento y la salida del útero, donde no hay luz, al exterior, fuertemente iluminado, a través del canal del parto, y las personas conocidas serían las figuras de los padres y la sensación de bienestar la suministrada por las endorfinas de la leche materna. No obstante, esta teoría es inválida por dos razones: la primera es que un niño nunca nace mirando hacia delante sino exponiendo la coronilla, y la segunda es que la experiencia del viaje a través del túnel la han sufrido también personas que han nacido por cesárea; sí podría ser viable si se extiende el momento del parto a experiencias un poco posteriores en la manera en que puede interpretarlas el cerebro de un feto recién nacido.
Otra posibilidad explicativa de estas experiencias alcanzaría el campo de la fisiología. En ella, la hipoxia, que aparece cuando nos quedamos sin oxígeno, consecuencia del paro cardíaco, podría provocar las alucinaciones; los problemas con la anestesia nos podrían llevar a escuchar las voces de los que nos rodean; y las drogas podrían ser las causantes tanto de la sensación de paz como de las visiones. La hipótesis del “pico de muerte” sugiere que, antes de fallecer, los cerebros de todos los seres vivos se vuelven hiperactivos, lo que ayudaría a explicar la vivacidad con la que se recuerdan estos episodios. Asimismo, en una situación de hipoxia cerebral, la corteza visual se desinhibe, de modo que las neuronas empiezan a dispararse anárquicamente. Dado que el 90% de las células de la retina (y, por tanto, del córtex visual) están en la fóvea, en la región central del campo visual, la percepción que se tiene de ese disparo aleatorio es la visión de un centro más iluminado que se va ampliando según más células empiezan a descargar. Se ha intentado refutar esta teoría basándose en que las personas que han sufrido una ECM han sido capaces de razonar con claridad, mientras que en la hipoxia sabemos que ocurre lo contrario, pues se caracteriza por una capacidad de juicio reducida y un pensamiento errático. Sin embargo, quien dijo esto no tuvo en cuenta que esa clarividencia no se ha determinado objetivamente, sino que se basa en la impresión subjetiva de quien ha sufrido la ECM, en cuyo caso sí concordaría. De cualquier forma, de momento ayudaría a explicar la visión de túnel, pero no otros fenómenos como las apariciones divinas y las secuencias retrospectivas (flashback) de memoria. En este sentido, ciertos trastornos epileptiformes del lóbulo temporal se han asociado con la aparición de sentimientos místicos, los mismos que en la ECM. Y esta región cerebral es especialmente sensible a la anoxia que ocurre en una situación de hipoperfusión, lo cual apoyaría la teoría. Respecto a las sensaciones de bienestar y paz, se ha especulado con la secreción endógena de endorfinas. Esto coincidiría con el hecho de que aquellas personas en las que se ha empleado naloxona (un antagonista de endorfinas) durante la reanimación reportan experiencias cercanas a la muerte más bien desagradables. En cualquier caso, de todas las explicaciones proporcionadas sobre una base fisiológica, no todas parecen plausibles, y, de las verosímiles, ninguna cubre todos los sucesos que ocurren en una ECM. Además de que, conviene recalcar, también hay descritas muchísimas experiencias de este tipo en ausencia de todo daño físico, donde la relevancia de estos mecanismos fisiológicos quedaría totalmente en entredicho.
Así pues, mientras los científicos siguen buscando explicaciones terrenales y tangibles a este fenómeno, existe una red mundial de personas que recopila narraciones inquietantes de sobrevivientes que dejaron sus cuerpos, se vieron a sí mismos desde afuera, transitaron hacia una luz brillante y volvieron porque “aún no era su hora”. No son casos aislados, son millones y millones de personas en todo el mundo, sin importar cómo vivan, cuál es su religión, profesión, edad o nivel cultural, las que afirman haber visto la luz y viajado fuera del cuerpo. Muchos médicos no creen en el más allá, pero no pocos han cambiado de opinión después de haber experimentado en carne propia una ECM. “El cielo existe y es un lugar lleno de luz”, afirmó el neurocirujano estadounidense Eben Alexander después de su “viaje”; y eso cambió su enfoque de la medicina por completo: «Se trató de una experiencia tan profunda que me dio una razón científica para creer en la vida después de la muerte». Ahora se dedica a estudiar el funcionamiento del cerebro y la conciencia humana, pero considerando que existe algo más allá de lo físico: “La conciencia es independiente del cerebro, la muerte es una ilusión, una eternidad de esplendor perfecto nos aguarda más allá de la tumba… No tengo miedo a morir porque ahora sé que no es el final”.
Quedémonos para acabar con la frase de Víctor Sueiro, un famoso periodista argentino, quien al relatar su propia experiencia cercana a la muerte dijo: “Morir es como un viaje en tren: lloran los que se despiden en el andén, pero el que viaja va muy contento”.
Mi mamá, que murió a los 92 años recientemente, siempre me relató esa misma experiencia que vivió la Sra. Cowan, exactamente igual, con la diferencia que el sr. barbudo y de blanco le dio el nombre de un medicamento que comenzó a murmurar. Le dijo: “Tú no estás lista, dile a los médicos que te suministren “tal cosa”; y regresa a cuidar de tus muchachos”. Los médicos atendieron sus murmullos y se salvó. Según mi mamá, eso le sucedió cuando tenía 29 años… Yo sí les creo.