Cuando los textos griegos afirman que los héroes de la antigüedad como Ulises hablaban con los dioses o luchaban contra los cantos de sirenas, no se limitan a relatar un mito. Describen más bien una experiencia literal, pero que tiene que ver más con la evolución de la psique humana que con la experiencia religiosa. Esta teoría sugiere que la conciencia, tal como la experimentamos comúnmente, es un desarrollo muy reciente, una mutación ocurrida dentro del tiempo histórico. Antes de su aparición, el patrón común de mentalidad humana era muy distinto a como es en nuestros días. Los actos de los individuos eran a menudo controlados no por decisiones conscientes, sino por incitaciones del inconsciente que se manifestaban no como una voz interior, sino más bien en forma de instrucciones alucinógenas que emanaban, aparentemente, del mundo exterior. Poco ha de extrañar que nuestros ancestros creyeran en dioses y espíritus con tanto fervor: conversaban con ellos a diario.
Pero sea cual fuere el estado de conciencia a lo largo de la historia, un hecho ha permanecido constante: la necesidad de la humanidad por cambiarlo. La búsqueda de drogas y técnicas alteradoras de la conciencia se ha erigido en una obsesión de la especie durante milenios. Casi con toda seguridad, el primero de esos recursos fue el alcohol, descubierto probablemente como consecuencia de la fermentación natural. (El fruto de la marula africana fermenta con tanta rapidez y eficacia cuando cae que forma una pulpa lo bastante potente como para embriagar a los elefantes.)
Pronto vinieron otros narcóticos. Cualquier comunidad cazadora/recolectora debía de tomar muestras de hongos, hierbas, plantas suculentas y otros vegetales alucinógenos que, cuando se comían, desencadenaban cambios profundos en la conciencia y abrían la puerta a experiencias internas nuevas y excitantes. Incluso es posible que tales plantas fuesen originariamente responsables de la creación del chamán, una figura omnipresente en las culturas primitivas, si bien los antropólogos modernos han descubierto que el uso de psicodélicos es relativamente raro en el chamanismo mundial.
El chamanismo en sí tiene, no obstante, una importancia vital en el establecimiento de una perspectiva histórica sobre el fenómeno de la conciencia. Su doctrina fundamental en un amplio espectro de culturas consiste en que hay una segunda realidad accesible a través de un cambio en la percepción consciente. Aunque ese cambio se propicia a veces mediante drogas, ocurre mucho más a menudo que es consecuencia de tambores o danzas rítmicas. Las experiencias que se registran en el estado alterado se interpretan, con frecuencia, dentro de un contexto religioso.
Aldous Huxley, que experimentó con mescalina, una droga alteradora de la mente, efectuó la intrigante sugerencia de que prácticas religiosas mucho más modernas y sofisticadas pueden tener sus aspectos alteradores de la mente. Señaló que la variedad de color en la vida cotidiana fue un fenómeno característico del siglo XX, y que cuanto más atrás nos remontemos en la historia, la experiencia del color por parte del individuo se confina cada vez más a los pardos y verdes de la naturaleza. Contra este trasfondo, afirmó que el uso de luz de velas, vidrieras y vestiduras de colores en el ceremonial eclesiástico iría encaminado a la estimulación de un cambio de conciencia en la congregación. Otras autoridades en el tema han definido el canto prolongado, una práctica monástica común, como un proceso alterador de la conciencia debido a su influencia en el nivel de dióxido de carbono en la sangre.
Técnicas esotéricas como el senderismo, los procedimientos de la meditación trascendental y la experiencia visionaria central del misticismo incluyen, todas ellas, estados alterados de conciencia y han atraído la atención de muchos científicos, entre los cuales John Lilly, que utilizó un depósito de aislamiento en un intento de comprender mejor su propia mente a través de la privación sensorial.
La privación sensorial y su influencia sobre la conciencia suscitaron asimismo un considerable interés para la Marina de Estados Unidos (debido a su incidencia en el trabajo de los submarinistas), que patrocinó un ambicioso programa de experimentos con cisternas de aislamiento. Los sujetos voluntarios, que flotaban a oscuras en agua templada privados de todo impulso sensorial, típicamente atenazados por el sueño durante las primeras ocho horas más o menos, hablaban con sí mismos durante un cierto tiempo, y luego experimentaban un cambio de conciencia caracterizado por alucinaciones realistas. (Uno de ellos afirmó haber visto un soldado desnudo, provisto sólo de su casco de acero, que remaba a bordo de una bañera de asiento a través de su campo de visión.)
No deja de ser interesante que la privación sensorial de este tipo se refleja en una técnica mucho más antigua, la que se ha dado en llamar la «cuna de la bruja». La «cuna» es, en realidad, un saco dentro del cual se suspende al sujeto por la noche de una rama de árbol, una vez que se le ha girado y balanceado para provocar desorientación. Al cabo de unas horas, es de esperar que la privación sensorial origine un estado alterado de conciencia inductivo a la proyección astral.