Profundamente oculto entre las Highlands (Tierras Altas) escocesas, rodeado de escarpadas montañas, bosques y prados, el Loch Ness es uno de los grandes lagos de Europa. Su extensión no supera los treinta y nueve kilómetros de largo y el kilómetro y medio de ancho, pero su fantástica profundidad -que en algunos lugares excede los 200 metros- hace del lago Ness la tercera masa de agua dulce más grande de Europa en cuanto a volumen. Y además es, sin lugar a duda, el más misterioso. En sus frías aguas, oscuras y prácticamente opacas por efecto de la turba que llega de la tierra por lixiviación, se dice que habita una enorme criatura.
Entre las innumerables personas que creen en su existencia está Hugh Ayton, un granjero que en 1963 se hallaba labrando la tierra que bordea el lago cerca del pueblo de Dores. Ayton, su hijo Jim y tres hombres más seguían aún trabajando en una tarde serena de agosto cuando el hijo vio algo que se movía en las aguas del lago. Los hombres dirigieron la vista al lugar que indicaba el excitado muchacho.
“Era grande y negro”, diría Ayton más tarde. “El lago estaba en calma y todo parecía tranquilo; no se escuchaba ningún ruido. Tan solo esta cosa avanzando en el agua”.
De repente, los hombres se dieron cuenta de que estaban contemplando al “monstruo” de la leyenda del lago Ness y, en cuestión de minutos, su temor se trocó en una gran curiosidad. Abalanzándose hacia un embarcadero cercano, saltaron a un bote de remos equipado con motor fueraborda y salieron en pos de la criatura. “La cosa seguía avanzando por el lago”, recordaba Ayton, “y según nos acercábamos podíamos verla con mayor detalle. Había un largo cuello que sobresalía del agua unos dos metros y una cabeza que me recordaba a la de un caballo, aunque mayor y más plana. El cuerpo estaba hecho de tres pequeñas jorobas (medían en total de nueve a doce metros de largo y tenían una altura de casi dos metros). El color era oscuro, y la piel parecía rugosa”.
Los hombres se encontraban a unos cuarenta y seis metros de la criatura, contaba Ayton, cuando “se elevó un poco fuera del agua para después sumergirse, causando con ello un movimiento de aguas que hizo balancearse la barca”. Unos segundos más tarde, su cabeza salió otra vez a la superficie y después desapareció definitivamente. “Algo que siempre recordaré”, dijo Ayton, “es el ojo -un ojo de forma ovalada situado cerca de la coronilla-. Nunca olvidaré cómo nos miraba ese ojo”.
Una hipótesis, un tanto inverosímil para muchos y que con todo no explicaría al completo el misterio que rodea a esta figura, es que el monstruo del lago Ness, ese animal fabuloso cuya leyenda atrae todos los años a cientos de visitantes de todo el planeta a tierras escocesas, pudo ser una gran “idea publicitaria” del dueño de un circo al ver uno de sus elefantes bañarse en ese lago. Esa es al menos la teoría que expuso no hace mucho Neil Clark, paleontólogo del Hunterian Museum de la Universidad de Glasgow (Escocia). Según Clark, que dedicó dos años a investigar la leyenda tejida en torno al famoso monstruo, en 1933, el empresario circense ofreció 20.000 libras de entonces a quien lograse capturar a ese animal para su circo londinense. El paleontólogo, que ganó notoriedad en 2004 al descubrir la huella de un dinosaurio de 165 millones de años de antigüedad en la isla de Skye, afirma que la leyenda en torno al monstruo es “en buena parte fruto del siglo XX”. “La mayoría de las (supuestas) visiones (del monstruo) se produjeron en 1933, cuando se completó la carretera A82 que discurre al oeste del lago Ness”. Muchas de esas imágenes corresponden a troncos flotantes o a olas pero a partir de 1933 hay testigos que dicen haber visto una criatura del color gris de un elefante con un largo cuello y una especie de joroba. “Mis investigaciones indican que se trata de elefantes de circos itinerantes. Camino de Inverness, donde actuaban, los circos hacían una pausa en el lago Ness para permitir el descanso de los animales”, explicó el paleontólogo. “Cuando los elefantes se bañaban en el lago, sólo resultarían visibles la trompa y dos jorobas, la primera de las cuales correspondía en realidad a la parte superior de la cabeza del animal”, agregó el científico, según el cual esos paquidermos son grandes nadadores.
No es por tanto sorprendente, según Clark, que el empresario ofreciese tanto dinero a quien encontrase al monstruo y lo capturase vivo porque lo tenía ya en su circo. Clark reconoció, sin embargo, que su teoría no explica supuestas apariciones anteriores -la primera data de muchos siglos antes- o posteriores del monstruo, por lo que nunca se sabrá realmente todo lo que esconden las aguas de ese lago. “Estoy seguro, sin embargo, de que no se trata de ningún animal prehistórico”, afirmó.
Y es que es cierto que la historia no nos dice cuándo fue vista por primera vez una de estas criaturas del lago o por quién ya que los espíritus del agua y otros seres similares han formado parte de la leyenda de las Highlands durante muchos siglos. En el 565, se dice que el misionero irlandés San Columba encontró algunas personas junto al río Ness enterrando un hombre que había sido muerto por un monstruo, y que el mismo santo salvó a otro nadador de un ataque por parte de lo que fue descrito como “una bestia de aspecto muy extraño, algo como una enorme rana, sólo que no era una rana”. La criatura hubiera devorado al infeliz de no haber pronunciado el santo las palabras: “No oses seguir avanzando ni tocar a ese hombre. ¡Retrocede ahora mismo!”. Al parecer el monstruo se aproximó unos quince metros al nadador y a continuación desapareció bajo el agua. A pesar de la tradición, ninguno de estos incidentes parece haber tenido lugar en el lago Ness.
Los antiguos escoceses llamaban a estas criaturas acuáticas kelpies, caballos de agua, toros de agua o, simplemente espíritus, y las madres instaban a sus hijos a que jugaran lejos de las orillas de los lagos o ríos; la bestia podía en ocasiones tomar la apariencia de un caballo y, galopando tierra adentro, atraer a los niños para que subieran a su lomo y a continuación arrastrarlos con ella a las profundidades del lago o río.
Una de las primeras apariciones modernas ocurrió al parecer en 1880, cuando un veterano buceador del lago Ness llamado Duncan McDonald se encontraba examinando una embarcación que se había hundido en sus aguas. McDonald estaba estudiando los restos del naufragio cuando de pronto comenzó a hacer señales desesperadas para que lo subieran a la superficie. Una vez a salvo, lívido, temblando incontroladamente y presa del terror, logró relatar que había visto a un monstruo debajo del agua. Había conseguido ver claramente uno de los ojos de la criatura, afirmó, y lo describió como “pequeño, gris y siniestro”. Según algunos, McDonald nunca más volvió a sumergirse en el lago.
Desde entonces ha habido miles de apariciones -desde la orilla y desde embarcaciones, a todas las horas del día, algunas descritas de forma vaga y otras con gran detalle- presenciadas por todo tipo de personas, solas o en grupo: granjeros y curas, pescadores y abogados, policías y políticos, incluso un químico Premio Nobel, el inglés Richard L. M. Synge, quien vio la criatura en 1938. Expediciones de millones de dólares han sido enviadas al lago Ness. Los investigadores han pasado meses enteros observando el lago con prismáticos, han fletado minisubmarinos a sus aguas más profundas, han inspeccionado sus rincones más remotos con cámaras especiales y equipos sonares. Uno de estos investigadores calculó que, por cada aparición, ha habido 350 horas de búsqueda organizada, que han conducido a la publicación de centenares de libros, algunos desmintiendo los hechos, otros defendiendo la existencia de “Nessie” -apodo cariñoso con el que se la conoce, ya que, por algún motivo, el monstruo ha sido considerado hembra-.
A pesar de todo, del lago aún no se ha obtenido ningún hueso antiguo, restos de tejido o cualquier otro testimonio definitivo de la presencia del monstruo. Aparte de los volúmenes compuestos por las declaraciones de cientos de espectadores, todas las pruebas se reducen a un puñado de fotografías y películas borrosas y ambiguas y algunas dudosas grabaciones sonares. Para aquellos que siguen el caso con atención, el rompecabezas del lago Ness y su monstruo parece estar tan lejos de una solución ahora como en aquel día de 1880 en que Duncan McDonald casi se murió del susto por la temible criatura que supuestamente encontró en las oscuras aguas teñidas de turba. Pero así es la naturaleza de este tipo de cosas.