Anónimos. La gente corriente que movemos el mundo

Gente corriente de todas las edades, hombres y mujeres, trabajadores y estudiantes... ellos mueven el mundo. Una máquina perfectamente engrasada en la que todos somos necesarios.

Anónimos. La gente corriente que movemos el mundo

Los seres humanos somos admiradores por naturaleza. Antes incluso de ser conscientes de ello reconocemos la superioridad moral de otros y pronto nos fascinan sus mentes privilegiadas, su tenacidad, su heroísmo o sus corazones generosos, en definitiva, su capacidad para mover el mundo. Pero la Historia no sólo la escriben los genios; las personas corrientes, a nuestro modo, también movemos el planeta. Eso no es un consuelo para nuestra pequeñez, sino una firme convicción.

La Historia no sólo la escriben los genios; las personas corrientes también movemos el planeta.En el motor de un coche resulta más importante el carburador que un tornillo, pero cada cosa tiene su función y todo es necesario. Igualmente sucede en la vida, donde conviene no confundir lo anónimo con lo superfluo. La gente corriente somos tornillos de la Historia, pero al mismo tiempo somos carburadores de nuestro entorno.

La gente corriente que movemos el mundo.Las amas de casa (mujeres en su mayoría) hacen un trabajo que, aunque no se remunera ni ellas lo consideran meritorio, permite a un núcleo familiar alimentarse, vestirse y descansar, recibir educación y cariño y tener un hogar, que es mucho más que tener una casa. Si un día todas ellas hicieran una huelga, se colapsaría el planeta, sin duda. La inercia salvaría una o dos semanas, lo que dura la ropa limpia en el cajón, o la comida guardada en el frigorífico, pero después vendría el caos. No lo van a hacer, aunque podrían atreverse y demostrar que hay cosas que sólo se valoran cuando se pierden.

Son muchos los tornillos que sujetan el motor del mundo. Los niños, que dan alegría; los jóvenes, que contagian optimismo; los amigos que nos quieren, los guapos que nos enamoran, los profesionales, los artistas, los voluntarios… todos los currantes. Ellos mueven el mundo (humildemente), son hombres y mujeres estupendos, gente corriente, nosotros.

El "cómo me llamo" marca nuestra vida. El nombre es nuestra tarjeta de presentación, aquello que para bien o para mal nos distingue de la masa. Nos singulariza aunque, a veces, en demasía. Lo que para unos es motivo de orgullo, parte esencial de su ser, incluso un fragmento de su propia alma, para otros es una pesada carga difícil de llevar y dura de soportar.

Morir y resucitar a voluntad. Un túnel oscuro, una luz al final; el reencuentro con familiares y amigos ya fallecidos; la visión y el contacto con el ángel de la guarda... Y regresar para contarlo. La muerte podría dejar de ser un lugar somático para convertirse en un lugar en la conciencia. Lo que en definitiva siempre fue: un estado de ánimo.

Viejas canciones. Siempre están ahí: rondando en las veredas o en los patios de las escuelas, repetidas día tras día, sufriendo un proceso de trasvasamiento de generación en generación, pero conservando toda la esencia y la pureza del mensaje. Cuando uno las escucha, los recuerdos se afanan por rescatar los años pasados y volver a esos días.




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