
Aunque Granger Taylor no terminó la enseñanza primaria, la gente que le conocía insistía en que no se trataba del típico ignorante. Algunos incluso lo calificaban de genio, un joven mecánico con tanta destreza e inteligencia innata que podía resucitar viejos tractores largo tiempo olvidados o devolver un automóvil de treinta años de antigüedad al esplendor del escaparate.
Durante un año, Taylor trabajó como aprendiz de mecánico después de dejar los estudios. Más tarde instaló un taller propio en el cobertizo del jardín de la casa de sus padres, en Duncan, British Columbia, un pueblo a orillas de un lago en el extremo suroriental de la isla de Vancouver (Canadá). En poco tiempo, el taller adquirió la apariencia de una chatarrería entre la vegetación. Bajo los abetos estaban aparcados automóviles antiguos y entre los matorrales podían encontrarse motores desmontados.
Sin embargo, los logros de Taylor compensaban el desorden organizado en el jardín. Con apenas doce años, Taylor reparó una locomotora a vapor abandonada y le devolvió su vigor. A los catorce construyó un coche con un solo cilindro que fue expuesto, junto con la locomotora, en el Duncan Forest Museum. Se dice que un coleccionista pagó 20.000 dólares de la época por una réplica de un avión de caza de la Segunda Guerra Mundial que el joven había construido.
A pesar de esos éxitos, a finales de los setenta, Taylor perdió interés en los medios de transporte terrenos, y se volvió hacia otro tipo de vehículos, los OVNIS. Curioso por conocer la forma de propulsión de los platillos volantes, Taylor devoró libros sobre alienígenas y naves espaciales, y reflexionó durante días, encerrado en la casa en forma de platillo volante que muestra la fotografía que encabeza este artículo. La construyó con dos placas de satélite, y le instaló un televisor, una cama y una estufa de leña.
Según Bob Nielson, su amigo de toda la vida, Taylor se encontraba en octubre de 1980 en su residencia “espacial” cuando recibió contactos de los alienígenas. “No podía verlos”, dijo Nielson. “Se limitaban a hablar con su mente”. Taylor preguntó a los seres cómo funcionaban sus naves, pero los alienígenas no se lo contaron. Le invitaron, no obstante, a viajar con ellos por el sistema solar, y Taylor aceptó.
Al cabo de un mes, Taylor dejaba una nota en la puerta del dormitorio de sus padres. “Queridos papá y mamá…”, decía, “me voy al espacio a bordo de una nave alienígena, ya que unos sueños recurrentes me instaban a emprender un viaje interestelar de cuarenta y dos meses para explorar el vasto universo y luego regresar. Os dejo todas mis posesiones ya que no las voy a necesitar”.
Esa noche, una violenta tormenta azotó la costa del Pacífico. Vientos huracanados barrieron la isla de Vancouver y derribaron postes eléctricos. La ciudad de Duncan quedó sumida en la oscuridad. A la mañana siguiente, Granger Taylor y su camioneta rosa habían desaparecido. Seis años más tarde, el vehículo fue encontrado en una montaña cerca de Duncan, hecha pedazos por lo que, al parecer, fue una explosión masiva. Pero el cuerpo de Taylor nunca fue hallado.
Quiero encontrarme con ellos para hablar, pedir ideas y si nos pueden ayudar para mejorar los seres humanos.