Nace a principios del siglo V a. de C. en Agrigento, Sicilia. Toma parte activa en el partido demócrata de su ciudad natal. Cultivó la filosofía natural, la medicina y la poesía y fue considerado por sus contemporáneos como un taumaturgo (capaz de realizar hechos prodigiosos). De Empédocles se conservan abundantes fragmentos pertenecientes a dos poemas: ‘Sobre la naturaleza’ y ‘Purificaciones’. Según la tradición, se precipitó en el cráter del Etna para que se creyera que su cuerpo había subido al cielo. Para articular el ser inmóvil con la cambiante multiplicidad de las cosas, introdujo el concepto de elementos o raíces de las cosas. Son cuatro: aire, fuego, agua y tierra. Junto a ellas existen dos principios, el amor y el odio que unen o separan estos elementos. Esta posición aceptada por Aristóteles llegó, por autoridad de este, hasta la Edad Moderna.
LAS CUATRO RAÍCES DE TODAS LAS COSAS
“Escucha primero las cuatro raíces de todas las cosas: Zeus, resplandeciente, Heros, dadora de vida, Edoneo y Nestis, que con sus lágrimas empapa las fuentes de los mortales…” (Kirk y Raven, n.º 417)
“De estos elementos nacieron todos cuantos seres existieron, existen y existirán… Pues sólo estas cosas existen, las cuales, entremezclándose, adoptan pluralidad de formas: tantos cambios produce la mezcla.” (Kirk y Raven, n.º 425)
Zeus, Heros, Edoneo y Nestis son los nombres mitológicos que Empédocles emplea para presentar las cuatro raíces de todas las cosas; corresponden respectivamente a los elementos sensibles: fuego, aire, tierra y agua.
He aquí la novedad de Empédocles: el principio originario (arkhé) no viene dado por un solo elemento, sino por varios; no se trata, pues, de una unidad original sino de una pluralidad original. A partir de esta pluralidad original se forma la pluralidad o diversidad de lo real: todas las cosas del Universo se componen de esos cuatro elementos, que -mezclándose entre sí en diferentes proporciones- originan los distintos seres concretos. Empédocles es fiel en ese punto al presupuesto de Parménides, según el cual, de la unidad no puede nacer la pluralidad. Además, las cuatro raíces de todas las cosas son eternas e indestructibles como el ser de Parménides, de modo que no hay propiamente un nacer y un perecer de las cosas, sino sólo un mezclarse y un disolverse de sus raíces últimas.
LOS PRINCIPIOS DEL MOVIMIENTO: EL AMOR Y LA DISCORDIA
“Postula cuatro elementos materiales: fuego, aire, agua y tierra, todos eternos, que aumentan y decrecen mediante la mezcla y la separación; pero sus auténticos primeros principios, los que imparten el movimiento a aquellos, son el Amor y la Discordia. Los elementos están constantemente sometidos a un cambio alternante, mezclándose unas veces por obra del Amor y separándose otras por la acción de la Discordia; sus primeros principios, en consecuencia, son seis.” (Kirk y Raven, n.º 426)
El Amor y la Discordia son para Empédocles dos fuerzas activas; ellas infunden movimiento a los cuatro elementos constitutivos de las cosas. El Amor tiende a unir, la Discordia a desunir; y, así, determinan lo que se conoce, erróneamente, por el nacer y el perecer de las cosas.
Empédocles tiene una concepción cíclica del Universo; en este sentido, las fuerzas activas del Amor y la Discordia determinan los estadios de ese desarrollo cíclico: En el primer estadio (predomina el Amor) todo está entremezclado. En el segundo estadio (comienza la lucha del Odio contra el Amor) empieza la disgregación; en este momento, surge la pluralidad de las cosas, pero no se llega a la completa separación porque sigue actuando la fuerza del Amor. En el tercer estadio (triunfo de la Discordia) se separan completamente los elementos. En el cuarto estadio (triunfo del Amor), el Amor comienza de nuevo a unir los elementos, y así comienza un nuevo ciclo.
LA PERCEPCIÓN SENSIBLE
“Pues con la tierra vemos la tierra, con el agua el agua, con el aire el aire brillante y con el fuego el fuego destructor; con el Amor vemos el Amor y a la Discordia con la funesta Discordia.” (Aristóteles: Metafísica III, 4, 1000)
“…Afirma que la percepción surge cuando alguna cosa encaja en los poros de alguno de los sentidos.” (Kirk y Raven, n.º 455)
“…Sabiendo que todas cuantas cosas nacieron emiten efluvios…” (Kirk y Raven, n.º 456)
Empédocles establece como principio del conocimiento que lo semejante se conoce por lo semejante: en la percepción sensible tiene lugar el encuentro entre dos elementos similares, uno interior a nosotros y otro exterior. Un encuentro tal es posible gracias a que los efluvios que emanan de las cosas penetran por los poros de nuestros sentidos. Es claro que Empédocles admite la validez del testimonio de los sentidos; es consciente de los límites de estos pero, por eso precisamente, se debe sacar el máximo partido de ellos.