La búsqueda de pruebas que certifiquen la existencia de los fantasmas ha consumido el tiempo y la energía de un considerable número de científicos, parapsicólogos y cazafantasmas a lo largo de los años. La mayoría de investigadores han trabajado en silencio y en la oscuridad. Pero cuando la búsqueda de fantasmas atrajo la atención del genio científico Thomas A. Edison, que cuenta entre otros logros la introducción de la luz eléctrica y la invención del fonógrafo, el mundo entero prestó atención a la noticia.
Edison, al parecer, estaba trabajando en un aparato con el que esperaba que los espíritus se comunicaran con los vivos. Esto no significa que creyera en los fantasmas. Su intención era, como contó a un periodista en 1920, simplemente construir un mecanismo que ofreciera a los espíritus, si existían, “una oportunidad para expresarse más eficaz que las mesas que se inclinan, los golpes, las tablas de ouija y otros toscos métodos” que se consideraban los únicos sistemas de comunicación. En palabras del inventor, el aparato sería tan sensible que “aumentaría varias veces la más ligera señal que interceptara”, lo que lo convertía en una herramienta tan valiosa para el parapsicólogo como el microscopio para el científico.
Nadie sabe con certeza si la senilidad afectaba al anciano Edison, como sin duda creen muchos escépticos, o si, en posesión de sus facultades, anhelaba dar a la investigación paranormal un lugar respetable en la comunidad científica. Su equipo para establecer contacto con los fantasmas permaneció en secreto, y a su muerte en 1931, lo dejó incompleto y no llegó a conocer el éxito. No obstante, en 1959, el pintor, músico y productor de cine sueco Friedrich Jürgenson retomó -y probó, como algunos dirían- accidentalmente su teoría.
Jürgenson, que vivía en una localidad próxima a Estocolmo, había salido al campo para captar con casete a pilas el canto de los pinzones. Cuando lo puso en marcha para escuchar la grabación, sin embargo, percibió -entremezclado con el gorjeo de los pájaros- lo que parecían voces humanas que hablaban en sueco y noruego. Aunque daba la impresión de que se trataba del parloteo de las aves, al principio el cineasta pensó que había grabado interferencias de alguna transmisión de radio. Pero las siguientes cintas contenían sonidos que él interpretó como mensajes de amigos y parientes fallecidos. Estas presuntas comunicaciones se expresaban con rapidez, y tenían una cadencia especial ajena al oído.
Jürgenson repitió sus experimentos durante algunos años, y registró sonidos espectrales tanto en interiores como en el exterior. En 1964, publicó sus hallazgos en un libro titulado ‘Voces del Universo’. Entre los científicos interesados en su historia estaba Konstantin Raudive, parapsicólogo y antiguo profesor de psicología que residía en Suecia, que le pidió a Jürgenson que hiciera una audición de sus grabaciones para él y algunos compañeros, a lo que el artista accedió de buen grado, y también grabó una cinta en su presencia, en la cual interceptó las voces, para admiración del grupo.
Raudive en seguida se hizo eco del descubrimiento de Jürgenson, que veía como la oportunidad de probar, a través de métodos científicos empíricos, que existía algún tipo de vida más allá de la muerte física. Los dos hombres colaboraron en la investigación de las voces electrónicas hasta 1969, cuando la diferencia de criterios los separó.
Raudive continuó estudiando el fenómeno utilizando una cinta grabadora ordinaria con la que realizó más de 100.000 grabaciones. Algunas veces acoplaba su equipo a una radio, con la creencia de que las voces se podrían detectar en el espacio entre frecuencias. Declaró que reconocía muchas de las voces registradas en las cintas, y que varias incluso se identificaban. Entre sus supuestos contactos se encontraban Adolf Hitler, Carl Jung y Johann Wolfgang von Goethe.
Se publicó una exhaustiva recopilación de la obra de Raudive, que incluía una breve grabación de fonógrafo que contenía muestras de las voces. Poco tiempo después, declaró que lo estaban visitando ingenieros de la NASA. Los visitantes estadounidenses se negaron a explicar su interés en el proyecto, relató el parapsicólogo, pero examinaron sus experimentos y le hicieron “preguntas insólitamente pertinentes”.
El libro también captó la atención de cierto número de escépticos sobre lo que se vino a llamar “voces Raudive”. Algunos descartaron las voces y las calificaron de interpretación imaginativa de la electricidad estática de la radio o del zumbido de la cinta grabadora, mientras otros creyeron que el investigador había tomado fragmentos de emisiones de radio extranjera por murmullos de espíritus.
Impertérrito, Raudive prosiguió su estudio hasta su muerte en septiembre de 1974. En una conferencia sobre los fenómenos paranormales que tuvo lugar en Alemania diez días más tarde, se puso en funcionamiento una grabadora por si el fantasma del recién fallecido parapsicólogo decidía proporcionar una evidencia de la existencia espiritual que había eludido al científico en vida. Aunque algunos declararon detectar su voz en la cinta, no se obtuvo ninguna revelación coherente del mundo de los espectros. La intrigante herencia de Raudive, Jürgenson y Edison se halla hoy en manos de los investigadores modernos, quienes continúan la búsqueda de la comunicación con los muertos a través de sistemas electrónicos.