¡Ah!, el AMOR, el amor con mayúsculas. Cuántos contradictorios sentimientos encierran estas cuatro letras. De la pasión a la decepción, del éxtasis a la desesperación. Y sin embargo, todos se empeñan en probar el dulce veneno, aunque de amor también se muere, y se mate por amor.
Enamorarse es un misterioso fenómeno que sume a las personas que lo atraviesan en un estado extraordinariamente explosivo, eufórico, efervescente e… inconsciente. Los enamorados viven casi en éxtasis. Como en una nube. Por encima de las obligaciones y miserias cotidianas. Es una maravillosa sensación que muchos anhelan experimentar. Pero pocos son conscientes de que enamorarse es también vivir una extraña mezcla de placer y dolor.
No es coincidencia que el Día de los Enamorados lo patrocine san Valentín, un tipo apaleado y decapitado por los antiguos romanos, que no se andaban con romanticismos. ¿Qué mejor patrón para los enamorados que un hombre íntimamente familiarizado con el dolor? Porque aunque el enamoramiento es lo más fantástico que se conoce, después de una exquisita tostada y un aromático café con leche, también es, ¡ay!, una enfermedad que amenaza desequilibrarnos física y emocionalmente. Y que no tiene antídoto ni tratamiento. El que la padece es como el que viaja en un avión en plena tormenta: ¡no puede hacer nada!
SUFRIR POR AMOR
En el plano fisiológico, el enamoramiento implica a menudo sufrimiento. Aumenta los ritmos respiratorios y cardíacos. Descarga azúcar en la sangre. Produce palpitaciones, insomnio, pérdida de apetito, cambios de humor, etcétera. Y, aún siendo esta sintomatología importante, lo más preocupante ocurre en el plano psicológico: el enamoramiento transforma por completo el campo perceptivo, de asociaciones, de la vida interior. La persona enamorada se vuelve sorda, ciega e imbécil (hay grados). No comprende nada que no se refiera al objeto de su pasión. Cumple la paradoja de Trischman, esa que asegura que una pipa da tiempo a un hombre sabio para pensar y a un tonto algo que ponerse en la boca. La persona amada no es diferente a las demás. Tampoco lo es la enamorada. Es el tipo de relación que se establece entre ambos lo que la hace diferente. Los que no conocen esta enfermedad ven a los enamorados fuera de lugar, ¡como asnos en una subasta de purasangres!
No es de extrañar, pues, que muchos psicólogos consideren el enamoramiento como una forma de locura. Esta teoría está sustentada por el hecho de que la gente enamorada hace cosas irracionales. Auténticas locuras (como las que hacen los cuerdos, pero estos sin coartada). Los enamorados parecen estar dominados por fuerzas que no reconocen como suyas. Que no pueden controlar. Que los arrastran a actuar estúpidamente. Incluso los pueden volver violentos.
Son bien conocidos los casos en que algunos enamorados son capaces hasta de matar al objeto de su deseo. Especialmente, si este no les corresponde. O incluso suicidarse. A este estado de demencia e insensatez -no se puede estar enamorado y ser sensato al mismo tiempo- se llega, a veces, simplemente, por enamorarse de unos ojos o unos labios. ¡Pero el enamorado comete el error de desear a la persona entera!
UNA DROGA TERRIBLE
Pero hay más hipótesis patológicas. El enamoramiento es también una forma de adicción. La gente enamorada manifiesta las principales características del drogadicto: la dependencia o el síndrome de abstinencia. Al principio, los enamorados pasan juntos algún tiempo. Pero muy pronto ansían permanecer más rato uno al lado del otro. O encima o debajo. Y ocupar el menor espacio posible. Necesitan incrementar su dosis. Admiten esta adicción diciendo cosas como: «No puedo estar sin ti». Es la equivalencia de la típica expresión del drogadicto: «Necesito aumentar mi dosis de heroína». Cuando los enamorados no consiguen su dosis padecen el síndrome de abstinencia y sufren todos los síntomas de una privación de droga. Las separaciones prolongadas las viven con ansiedad y agonía. Incluso las cortas las toleran mal. No pueden soportar el hecho de que la pareja les abandone. ¡Ni siquiera para ir al baño!
Por otra parte, la pérdida o abandono de la persona amada desvaloriza la vida del enamorado: sus valores, su imagen y su autoestima. El enamorado se proyecta y se adentra tanto en la persona que ha iluminado su vida que a menudo se despersonaliza durante este proceso. Sobreestima a la persona amada y devalúa su propio yo. Vive sólo en función de los deseos del otro y se olvida de sí mismo. De ahí que una autoestima hinchada exclusivamente por el aire del otro se desinfle súbitamente cuando se rompe el hechizo. La ruptura del primer enamoramiento es muy decepcionante. ¡La del último, también!
Una antigua leyenda griega dice que los seres humanos eran originalmente hermafroditas y que nadie amaba a nadie. Al menos, románticamente. Un día, un dios irascible dividió a los humanos en dos. Uno, medio hombre. Otro, medio mujer. Desde entonces, la gente se siente incompleta. Cuando alguien encuentra a su otra mitad o cree haber dado con ella experimenta una tortura llamada amor. Sus sentimientos son incomprensibles puesto que nadie puede realmente llegar a ser completo. Porque su otra mitad a menudo se apaga, con lo que nunca llega a completarse perfectamente. Así, los extremos en los que se mueve el enamoramiento son el éxtasis y el tormento. Afortunadamente, este estado es, por definición, transitorio. La vida cotidiana permite recuperar la salud. Es entonces cuando se percibe claramente que dos que no acaban de entenderse ¡han terminado siendo pareja!