Rama de la cultura cabalística que deduce significados secretos de palabras o frases mediante la traducción de sus equivalencias numéricas y el análisis del resultado obtenido. En diversas lenguas antiguas, cada una de las letras del alfabeto tiene asignado un número, de modo que para hallar la cifra que corresponde a una palabra apenas se requiere efectuar una suma. Cuando dos o más palabras arrojaban el mismo número, los cabalistas antiguos sostenían la existencia de una relación secreta entre ellas.
En el judaísmo se desarrolló toda una tradición mística y religiosa alrededor de tales interrelaciones entre las letras del alfabeto hebreo tal y como aparecen en el Antiguo Testamento. Esta tradición mística de la gematría se entroncó en el misticismo de la cábala. El uso principal de este sistema por parte de los estudiosos de esta interpretación esotérica judía era determinar el significado alegórico o espiritual oculto entre los pasajes oscuros de las Sagradas Escrituras (Torá). Si un fragmento era difícil de interpretar, el cabalista estudiaba los valores numéricos de las palabras especialmente espirituales, descubriendo así el significado secreto del pasaje leyendo en él un nuevo sentido del texto.
El ejemplo histórico más célebre de gematría no es, curiosamente, judío ni hebreo, sino que deriva del Nuevo Testamento de la Revelación, escrito en griego. La revelación 13:18 reza lo siguiente: “Aquí está la sabiduría. Dejad que el que posee conocimiento cuente el número de la bestia, porque es también el número de un hombre, y el número de este hombre es seiscientos sesenta y seis”. En este caso se aconseja al lector que posea “conocimiento” que “cuente el número” de la Gran Bestia, lo que constituye una clara referencia a la gematría y un indicio de que el autor del libro, san Juan, pudo haber sido un cabalista. Este número, el 666, corresponde, según los especialistas, al emperador romano Nerón, feroz enemigo del cristianismo, por cuanto la versión griega de su nombre y título, “Nerón César”, equivale al número 666.
La gematría, pues, como se ve y antes de que profundicemos más en el tema, consiste en cambiar cada letra por su respectivo valor numérico, es decir, “a” por 1, “b” por 2 (consultar tabla de gematría más abajo) y así hasta completar el texto escogido para analizar. Posteriormente se efectúa la suma de dichos números, determinando de esta manera el peso matemático de una palabra o frase, su real valía dentro de la arquitectura del universo. De acuerdo a este criterio, las palabras que tienen el mismo peso matemático pueden intercambiarse sin ningún tipo de conflicto, en el marco de la interpretación de un fragmento bíblico. Otra muestra de cómo funciona la gematría la tendríamos en el siguiente pasaje del libro del Génesis: “El cetro no se apartará de Judá, ni el bastón de mando de entre sus pies, hasta que llegue Shiloh y a él sea dada la obediencia de los pueblos”. En el idioma hebreo, la unión de palabras “hasta que llegue Shiloh” ostenta un peso matemático de 358, cifra idéntica a la que tiene la palabra Mesías. Por consiguiente, este pasaje es, en el fondo, un aviso del retorno de Jesucristo.
Con el paso del tiempo, el sistema empezó a desarrollarse y extenderse a otras obras mágicas y religiosas. Los ocultistas cristianos del Renacimiento adoptaron variaciones en el método para darle una interpretación cristiana a los significados de las palabras. De esta forma llegaron a conectar la gematría y la numerología. Los planos de las catedrales cristianas utilizaban estos códigos de números gemátricos para determinar las dimensiones de los templos y las ubicaciones de los altares; así, cuando los fieles cantaban sus rezos o se lanzaban invocaciones, los sonidos y los tonos generados por las construcciones brindaban una energía especial a las palabras santas que retumbaban por el edificio. Y es que la gematría también relaciona la música sagrada con los códigos numéricos, ya que tanto la música como las palabras utilizadas para las alabanzas, plegarias, súplicas o peticiones en señal de culto despiden un tono o frecuencia vibratoria sónica para generar efectos místicos sobre los devotos y creyentes.
Una de las construcciones más llamativas (gemátricamente hablando) sería la catedral de Troyes, en Francia. En ella se puede comprobar que el arco del coro está a una distancia del suelo de 88 pies y 8 pulgadas. 888 es la cifra que obtenemos si, empleando la gematría, desglosamos el nombre de Jesús en griego (IHSOUS): I (10) + H (8) + S (200) + O (70) + U (400) + S (200) = 888. Por otro lado, algunos pilares miden 6 pies y 6 pulgadas y la iglesia tiene 66 de estos pilares: 666, el mencionado número de la Bestia, tal como lo cita el Apocalipsis. (Los pilares, que sostienen las bóvedas y simbolizan a los apóstoles, deben aplastar al Maligno.) Este simbolismo gemátrico de Troyes alude continuamente al Apocalipsis de san Juan, ya que también hallamos en este templo 144 ventanas (en alusión a los 144.000 elegidos) y el triángulo utilizado para obtener el alzado del templo oculta un ángulo de 26 grados, cifra del nombre de Dios en hebreo: IHVH.
En la iglesia de Saint-Nazaire, en Autun, la longitud y la anchura del templo suman 257, cifra que equivale a Nazer. Esta palabra significa “la corona del príncipe”, que unida al nombre de la iglesia vendría a decir: “la corona del rey Jesús, el Nazareno”. De la misma manera y sin abandonar Francia, la longitud de la catedral de Notre-Dame de París es de 390 pies, que gemátricamente significa “ciudad de los cielos”. Idéntica cifra y mensaje lo encontramos también en la iglesia francesa de Saint-Lazare (en Autun) oculto en las medidas de tres ventanas del crucero, donde además se hallan las siguientes correspondencias: Longitud total: (240) = ROM (fuerza); anchura de las tres naves: (65) = ADONAI (Señor); anchura del crucero: (95) = Daniel (Juicio de Dios); altura de la cúpula: (90) = MAN (La causa eficiente, nombre del legislador primitivo). La suma de estos cuatro números da 490, y encierra un contenido muy complejo. En uno de los extremos del crucero hay cinco ventanas cuyo número es 650 (Adonai = 65) x 10 = La Ley del rigor, pero esto resulta suavizado por las tres ventanas de enfrente que dan 390 y designan también la ciudad de los cielos que se obtiene así: (364) = HA-SHATAN (Satanás) + (26) = YHVH. Sobre el arco del crucero en que las tres ventanas arrojan su luz, las medidas dan 416, o sea, 390 + 26 = YHVH de nuevo; 416 = La oveja verdadera del Buen Pastor.
Conviene puntualizar que este uso simbólico del número no es una creación original de los constructores medievales sino que, una vez más, fue heredado de prácticas más antiguas. El estudioso y sacerdote monseñor Devoucoux, ya demostró que los antiguos templos de Jano y Cibeles, así como el de Artemisa en Éfeso, fueron también erigidos empleando el simbolismo de la gematría, que aunque en ocasiones se la confunda con el cabalismo, técnicamente es sólo una parte de una tradición mucho más amplia. El rey Sargón II (que gobernó Asiria y Babilonia en el siglo VIII a. de C.) empleó el valor numérico de su nombre para determinar que la pared de Khorsabad (en Dur Sharrukin, una ciudad amurallada) debía ser construida con su número equivalente, o sea, 16.283 codos. Los antiguos griegos, persas, gnósticos y primeros cristianos usaron la gematría con propósitos diversos. Los griegos la aplicaron en la interpretación de los sueños y los gnósticos en los nombres de los dioses. Los cristianos primitivos llegaron a usar la paloma como símbolo del Cristo porque las letras griegas alfa y omega (el Principio y el Fin) y el término griego para paloma (peristera) sumaban el mismo número, 801.
El sistema cabalístico de la gematría, pero, es mucho más complejo que el mero recuento de los valores numéricos de las letras; incluye varios métodos de análisis por los cuales pueden ser determinados los propósitos místicos de las Escrituras, los edificios y los objetos. No sólo se consideran los valores numéricos, sino también el tamaño y la forma de las letras. Los primeros cabalistas del siglo XIII, entre los que se destacó Eleazar de Worms, aplicaron la gematría a las Escrituras, las cuales se creía habían sido inspiradas por Dios y escritas en código. El planteamiento de esta práctica religiosa se basaba en la idea de que el texto sagrado, al ser producto de la inspiración divina, debía de ser forzosamente perfecto. De este modo, todas las verdades del mundo, de cualquier arte o disciplina, debían hallarse contenidas allí. Toda interrogante posible acerca del universo y sus enigmas debía de tener su correspondiente respuesta en las páginas bíblicas. Y si ese conocimiento no era evidente, no era sino por causa de las limitaciones del entendimiento humano y sus lecturas insuficientes de la palabra divina. El sentido profundo del texto con su tesoro de revelaciones y sabiduría, allí permanecía, en espera de brindarse a quien se aproximara con la técnica correcta. También usaron la gematría para descifrar los secretos, inefables e indescriptiblemente poderosos nombres de Dios. Estos nombres se incorporaron a los hechizos usados en las ceremonias mágicas para conjurar y controlar a los demonios. Pero no todos los cabalistas endiosaron el uso de la gematría. Algunos creyeron que podía ser manipulada para proveer pruebas falsas que sirvieran de apoyo a determinadas teorías y conclusiones.
Para acabar, las coincidencias posibles en el peso matemático de las palabras pueden llegar a ser tan ilimitadas que esa es la razón principal por la cual para muchos la gematría es esencialmente una estrategia hermenéutica totalmente abierta a sorprendentes hallazgos de sentido. En última instancia, el valor de la gematría consistiría en moderar los alcances de la razón en su despliegue sobre los fenómenos del mundo, dando a entender, indirectamente, que siempre prevalecerá un núcleo de incertidumbre y de misterio en el secreto corazón de las cosas.