Desde que amanece hasta que sale el Sol se percibe una cierta claridad que tiene su explicación científica, pues al dispersarse los rayos solares tangencialmente y chocar con las partículas de aire, polvo, humedad, etcétera, desvían y refractan la mayoría de los colores fuera del alcance de nuestra vista, y la atmósfera toma ese tinte tan característico amarillento-rojizo.
Pero lo que es muy difícil de explicar es ese estado de ánimo, casi religioso, que produce en quien observa este magnífico y soberbio espectáculo de color y serenidad. La naturaleza, generosa en extremo, vuelve a repetir esta visión encantadora al atardecer, durante el período comprendido desde que el Sol se pone hasta que anochece. Este fenómeno, que atrae y emociona por su prodigiosa magnificencia, se denomina crepúsculo.
CÓMO LO DEFINE LA CIENCIA
Hemos dicho que ese espectáculo maravilloso que se realiza en las primeras horas de la mañana, se repite en las postrimerías de la tarde. Estos dos crepúsculos son denominados, respectivamente, alba o aurora y atardecer u ocaso.
Según la ciencia, la luz característica del crepúsculo se origina por la difusión atmosférica. Esta es la razón por la cual, a la mañana, vemos la luz del Sol algún tiempo antes de que aparezca en el horizonte, y a la tarde, algún tiempo después de haberse puesto el astro rey. Además, la mayor o menor claridad con que se ve depende, a veces, de un factor climático: el estado del tiempo.
CÓMO LO DEFINEN LOS POETAS
Por supuesto, un espectáculo tan grandioso y lleno de belleza como es el crepúsculo ha inspirado el alma sensible de los poetas, quienes, ajenos a las explicaciones de los especialistas, sienten y definen a su manera este fenómeno de la naturaleza.
FAUSTO
El Sol ya se iba poniendo,
la claridad se ahuyentaba
y la noche se acercaba
su negro poncho tendiendo.
Ya las estrellas brillaban,
una por una salían,
y los montes parecían
batallones de gigantes.
El toque de la oración
tristes los aires rompía
y entre sombras se movía
el crespo sauce llorón.
(Estanislao del Campo)
SANTOS VEGA
Cuando la tarde se inclina
sollozando al occidente
corre una sombra doliente
sobre la pampa argentina.
El Sol se oculta inflamado,
el horizonte fulgura
y se extiende en la llanura
ligero estambre dorado.
(Rafael Obligado)
El poeta español Francisco Villaespesa, al sorprender la muerte del Sol en una aldea, nos dejó esta impresión:
En las aristas de las altas cumbres,
la última brasa de la tarde humea.
Un silencio de paz duerme en la aldea,
que eleva entre los huertos su techumbre.
José María Gabriel y Galán, enamorado del campo castellano, al sorprender el despertar del día, expresó:
Una alondra feliz del pardo suelo
fue la primera en presentir al día,
y loca de alegría,
al cielo azul enderezando el vuelo,
contábaselo al campo, que aún dormía.
Por su parte, Belisario Roldán, poeta argentino, vio así el crepúsculo vespertino (es decir, el ocaso):
Es una tarde radiante
de matiz y de color
en que el astro agonizante
diluye como un diamante
el poema del fulgor.
Florescencias de oro y plata
vierte el día que se va
como una cabalgata;
y un resplandor escarlata
se ha encendido muy allá.
Todo el cielo se constela
de viva coloración,
como si en aquella tela
fulgurara una acuarela
a base de bermellón.
LA CAUTIVA (fragmento)
Se puso el Sol, parecía
que el vasto horizonte ardía,
la silenciosa llanura
fue quedando más oscura,
más pardo el cielo, y en él,
con luz trémula brillaba
una que otra estrella y luego
a los ojos se ocultaba
con vacilante fuego
en soberbio chapitel.
(Esteban Echeverría)