Imaginad por un momento que la humanidad se encuentra en peligro de desaparición porque la Tierra se hace inhabitable. Las basuras se han ido acumulando, la atmósfera se ha ido haciendo cada vez más irrespirable, la radiactividad ha ido aumentando hasta niveles intolerables.
Ante tan catastrófica situación, un grupo de científicos construye una gran nave espacial. En ella montan unos cuantos supervivientes con plantas, animales y todos los instrumentos y materiales que necesitan para un larguísimo viaje. La gigantesca nave es lanzada hacia otras galaxias con el fin de ver si llega a un planeta más propicio. Se dirigen al encuentro de otros seres inteligentes para proseguir allí la vida de la especie humana. El viaje durará no se sabe cuánto, miles, tal vez millones de años.
En el entretanto, en la nave hay que conservar los alimentos, mantener su atmósfera, reproducir nuevos seres, enseñándoles el idioma y los conocimientos que se tienen para que no se olviden de lo que son. Deberán procurar que no haya muchos conflictos, pues el viaje es largo y se han de hacer muchas cosas. Es posible, incluso, que el largo viaje sea eterno, que no encuentren esos viajeros en el camino ningunos otros seres inteligentes.
Este cuento no es del todo irreal. Si pensamos bien, el planeta Tierra es una gran nave espacial habitada por unos cuantos miles de millones de personas, más los animales y plantas. Perdidos como estamos en un gigantesco espacio estelar, nuestra Tierra no es más que un grano de arena en el desierto.
No estamos quietos en ese espacio. La Tierra gira alrededor del Sol, y el Sol es parte de otros millones de soles que componen nuestra galaxia (la Vía Láctea). Nuestra galaxia avanza por el espacio a velocidades supersónicas y todas las demás galaxias -que son millones- se mueven igualmente a altísimas velocidades. Está todo en movimiento y no sabemos bien en qué dirección. Lo que sí sabemos es que nos movemos y por ahora que estamos solos, que nos falta mucho por llegar a contactar con seres inteligentes de otros sistemas solares.
No tenemos, pues, más que nuestra pequeña nave espacial que hemos de cuidar porque en ella vamos a vivir mucho tiempo. Cada árbol que cortemos o cada animal que sacrifiquemos han de ser sustituidos con nuevos ejemplares de su especie. Es un crimen y una estupidez que nos matemos entre nosotros y que exterminemos a los seres vivos que nos acompañan.
Hemos empezado a explorar los otros planetas cercanos y en ninguno de ellos hay posibilidades de vivir. Prácticamente estamos solos en el universo. Lo que llamamos “tierra” parece haber mucha en los otros planetas y satélites del sistema solar. Lo que falta en todos ellos es agua, la fuente de la vida, junto a la luz solar. A nuestro planeta lo deberíamos llamar Agua.
Hemos lanzado mensajes a otros sistemas estelares, como el náufrago envía el mensaje en la botella, pero nuestros envíos tardarán miles de años en llegar a alguna parte y no sabemos si habrá alguien para interpretarlos. Volvamos, pues, a nuestra nave-Tierra, que en ella van a tener que vivir los hijos de nuestros hijos hasta muchas generaciones después de esta. Hay que recoger bien en libros, archivos, ordenadores, museos y monumentos las cosas bellas y verdaderas que han descubierto nuestros antepasados para que podamos saber a qué especie pertenecemos. Desgraciadamente sabemos poco de cómo empezó el largo viaje.
Los primeros tripulantes de nuestra nave no sabían un idioma escrito y no nos han dejado señales para interpretar cómo vivían hace muchos miles de años. Nosotros podemos dejar ahora a los que vengan detrás libros, fotos, documentos, cintas grabadas, películas, obras de arte bien conservadas.
La sociedad de la nave espacial Tierra no puede consentir que haya guerras y explotaciones, no puede admitir que se estropee la naturaleza, no puede tolerar que haya personas que pasen hambre.
Los recursos con que contamos son limitados. Hemos quemado en pocos años casi todo el petróleo que se había acumulado durante milenios. Hemos extraído muchos minerales que se han convertido en basura. Hemos arrasado muchos bosques. Todo ello, muchas veces, con el fin de destruirnos a nosotros mismos. Si no hay otras naves enemigas enfrente, ¿para qué armarnos tanto? Con lo que gastamos al año en armamento podríamos construir grandes centrales espaciales de aprovechamiento de energía solar, regar los desiertos, enseñar a leer a los millones de jóvenes de todo el mundo que no han tenido oportunidad de aprender, que no tienen escuela, ni televisión.
Es tan difícil el largo viaje galáctico que necesitamos de las ideas y del trabajo de todos. No se puede desperdiciar la inteligencia y el esfuerzo de nadie. Al que exprese una nueva idea hay que escucharle. Hay que ayudar a todo el que quiera trabajar en la nave. Para todo ello necesitamos elegir a los mejores políticos y discutir públicamente nuestros problemas. Para eso está el Congreso, la televisión, los periódicos, los libros…
Los chicos y chicas de ahora tenéis que prepararos para relevar pronto a los tripulantes de la nave espacial en su interminable viaje fantástico. ¿Os animáis a subir a la nave y asumir los numerosos desafíos que nos aguardan? Nadie dice que sea sencillo pero unidos… ¡no hay límites!