La fugacidad del tiempo

Una de las tragedias del hombre contemporáneo es su angustia por la falta de tiempo, un límite contra el que nos estrellamos inútilmente.

La fugacidad del tiempo

Que el presente tenga que pasar constituye justamente la fugacidad del tiempo y, también, de la existencia humana. “Hagamos lo que hagamos (escribía Rilke en las ‘Elegías de Duino’), siempre estamos en la actitud del que se va… Así vivimos nosotros, despidiéndonos”. La mayoría de los sentimientos tienen un matiz temporal, y algunos de ellos son estrictamente vivencias del tiempo: añoranza del pasado, vértigo del presente, ansiedad, angustia o esperanza del futuro. Se puede vivir mirando hacia atrás o hacia adelante; el hombre es como el dios romano Jano, con dos caras orientadas en opuestas direcciones. Pero entonces el presente se nos escapa. “Me apasiona el hoy, pero siempre desde el ayer, y es así como a mi edad el pasado se vuelve presente y el presente es un extraño y confuso futuro… Hay que luchar contra esto. Hay que reinstalarse en el presente” (Julio Cortázar).

[quote by=»La caída en el tiempo, E. M. Cioran»]Inútil intentar asirme a los segundos, los segundos se escapan: no hay ninguno que no me sea hostil, que no me rechace y haga patente su negación a exponerse conmigo. Inabordables todos, uno tras otro proclaman mi soledad y mi derrota.

Sólo podemos actuar si nos sentimos llevados y protegidos por ellos. Cuando nos abandonan, nos falta el resorte indispensable para llevar a cabo cualquier acción, ya sea capital o insignificante. Indefensos, sin apoyo, afrontamos así una inusitada desgracia: la de no tener derecho al tiempo.

Amontono lo gastado, no dejo de fabricarlo y de precipitar en él el presente, sin otorgarle el ocio de agotar su propia duración. Vivir es experimentar la magia de lo posible; pero cuando en lo posible se percibe incluso lo gastado que está por venir, todo se vuelve virtualmente pasado, y ya no hay ni presente ni futuro. Lo que distingo en cada instante es un jadeo, y su exterior, no la transición hacia otro instante. Elaboro tiempo muerto, me revuelvo en la asfixia del devenir.[/quote]

Sin duda, una de las tragedias del hombre contemporáneo es su angustia por la falta de tiempo. “¡Si el día tuviera cuarenta y ocho horas!”. El análisis de esa angustia lleva a conclusiones muy diversas: escasa capacidad de organización, deshumanización de nuestra sociedad, rebelión contra la condición humana. El tiempo es un límite contra el que nos estrellamos inútilmente.

El mágico encanto de las velas. Lo mismo son icono de relax y romanticismo que de la vida y la muerte. Están en todos los ritos, templos y hasta en los cumpleaños, porque de ellas depende que se cumpla un deseo. Siempre envueltas de un halo místico, ¿qué fuerza esconden esas pequeñas llamas que llevan una eternidad hechizando al hombre?

Morir y resucitar a voluntad. Un túnel oscuro, una luz al final; el reencuentro con familiares y amigos ya fallecidos; la visión y el contacto con el ángel de la guarda... Y regresar para contarlo. La muerte podría dejar de ser un lugar somático para convertirse en un lugar en la conciencia. Lo que en definitiva siempre fue: un estado de ánimo.

Viejas canciones. Siempre están ahí: rondando en las veredas o en los patios de las escuelas, repetidas día tras día, sufriendo un proceso de trasvasamiento de generación en generación, pero conservando toda la esencia y la pureza del mensaje. Cuando uno las escucha, los recuerdos se afanan por rescatar los años pasados y volver a esos días.




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