Temblores, calor en las mejillas y un nudo en la garganta al comenzar a hablar en situaciones tan normales como una charla entre amigos. Todos hemos sufrido los efectos de la timidez en mayor o menor medida pero algunas personas no consiguen superarla en toda su vida. Las técnicas de psicoterapia y toda una serie de normas prácticas son las mejores formas de luchar contra ella.
Aquel pobre hombre era un verdadero desastre; tan tímido que le costaba trabajo incluso salir de casa. Un día decidió que las cosas no podían seguir de esa manera. Tenía que cambiar radicalmente de vida, relacionarse con la gente, hacer amigos… El primer paso era escapar de aquel oscuro encierro. Por ejemplo, algo simple, tomando cualquier cosa en la cafetería que había frente a su hogar.
Con gran esfuerzo, nuestro héroe penetró en el local, se encaminó hacia la barra y, con un hilo de voz apenas perceptible en aquel ensordecedor y tumultuoso ambiente, se dirigió al camarero más próximo, un tipo de aspecto rudo y fornido. «Por favor -pidió-, ¿tendría usted la amabilidad de servirme un café?». El hombretón se volvió bruscamente hacia él: «¿Solo?», bramó. «No, no -respondió el tímido dando un respingo-, póngame dos».
¿Un chiste? Sí, pero también la instantánea que caricaturiza perfectamente esa incómoda forma de ser que llamamos timidez. Un trastorno que cada persona cree siempre padecer en exclusiva, aunque lo cierto es que, en mayor o menor grado, afecta a una buena parte de la población. Una verdad que ya expresó el afamado médico y escritor Gregorio Marañón: «Ignora el tímido que muchos de los que le ven pasar con indiferencia o envidia padecen su misma preocupación».
PERFIL DEL TÍMIDO
¿Quién no ha sentido en algún momento de su vida cómo su tez empalidecía cuando ha tenido que hablar en público o acercarse a una persona del sexo contrario?
Algunas personas aceptan su timidez como un elemento más de su personalidad y normalmente superan este tipo de situaciones; sin embargo, para otras se convierte en un problema que puede llegar a ser angustioso, por lo que las evitan ante el temor de que su timidez se ponga de manifiesto.
Los expertos coinciden en señalar que el tímido sufre una falta de seguridad en sí mismo de forma general o en momentos muy concretos, cuando entra en contacto con otras personas. Tiende a mostrarse callado, evita las miradas directas y le es difícil expresar de forma apropiada sus opiniones. Actitudes que no sólo pueden perjudicar a su vida afectiva, sino también su actividad laboral.
Por lo general suele ser una persona que depende de la opinión de los demás; necesita alabanzas constantes y elude las críticas en la medida de lo posible. La consecuencia es doblemente negativa. Por un lado sacrifica sus propios deseos e impulsos para adaptarse a los demás y conseguir su adhesión. ¿Y cómo eliminar las críticas ante los posibles fracasos? Simplemente apartándose de las situaciones comprometidas. Quien no participa, jamás pierde.
Y a partir de aquí el tímido puede aislarse e incluso caer en la depresión y la angustia. Otros, en cambio, pueden crearse una falsa imagen de personas alegres para esconder una forma de ser que no les parece aceptable. Lo más habitual es que la timidez se vaya amortiguando con los años, pero si esto no ocurre puede aumentar hasta impedir al tímido llevar una vida normal.
COMPLEJOS Y TRAUMAS
Los tratados de psicología definen la timidez en diferentes términos. Para el Dictionnaire de Psychologie de Norbert Sillamy, timidez es sinónimo de inseguridad. «El tímido es un sujeto emotivo, que teme obrar mal. Muy impresionable, reacciona exageradamente a las emociones, se turba cuando se halla en presencia de otras personas y prefiere evitar los contactos sociales.»
Algunos expertos clasifican al tímido dentro del grupo de los sentimentales. Personas cuyos rasgos más característicos son la emotividad, la inactividad y la secundariedad. Este último término no significa otra cosa que la influencia que los sucesos pasados tienen sobre los actos que realizamos en el momento presente. En las personas secundarias, el recuerdo de los acontecimientos ocurridos con anterioridad puede ser tan fuerte que lleguen a enmascarar las vivencias del presente.
¿El tímido nace o se hace? Hay de todo. Los especialistas distinguen dos tipos de timidez que pueden hallarse más o menos mezcladas en la misma persona. La primera de ellas sería, por así decirlo, una característica congénita de la personalidad. En estos individuos el rubor, los temblores, o la excesiva sudoración representan manifestaciones del sistema neurovegetativo correspondientes a actitudes hiperemotivas. En ocasiones, estos sujetos pueden presentar un desarrollo excesivo de sus glándulas de secreción interna como suprarrenales, tiroides o hipófisis.
¿Se puede ser tímido de nacimiento? En la inmensa mayoría de los casos, la inseguridad es adquirida. Como sucede con otros aspectos de la personalidad, también en este apartado la infancia se revela como la etapa modeladora por excelencia.
EL RIESGO DE LA INFANCIA
Ciertamente, las experiencias infantiles nos marcan de un modo determinante, ya sea por defecto o por exceso. Por ejemplo, los niños que sufren el agobio de una excesiva superprotección por parte de sus padres, los cuales impiden que aquellos vayan asumiendo responsabilidades progresivamente, acabarán siendo personillas incapaces de tomar la más mínima decisión por sí mismos.
Curiosamente, una educación totalmente opuesta es capaz de generar idénticos resultados. De este modo, los progenitores cuyas expectativas en relación a los logros de sus hijos son desmesuradas, suelen conseguir que aparezcan en los niños sentimientos de culpa e inferioridad por no rayar a la altura exigida. E igualmente sucede a todas aquellas criaturas que se han sentido faltas de atención y de cuidados. Probablemente ellos también van a convertirse en individuos inseguros con el devenir del tiempo.
Aunque, en ocasiones, la timidez de un niño quizá venga determinada por sus carencias en el plano social. Es el caso de esos hijos únicos que han comenzado demasiado tarde a ir al colegio o a quienes se les ha impedido relacionarse con niños de su misma edad.
REMEDIOS PARA ARRINCONAR NUESTROS TEMORES
Como muy bien saben los tímidos, su problema acarrea una serie de consecuencias negativas que afectan a la estabilidad psicológica, la satisfacción personal y las relaciones con el entorno. La timidez crea problemas sociales, dificulta conocer gente nueva y disfrutar de experiencias potencialmente buenas; tiene consecuencias negativas, como la soledad, el abandono y la depresión, y limita las valoraciones positivas que los otros pueden hacer de uno.
Bien, si padecemos de timidez, ¿qué podemos hacer para combatirla? Depende de la herramienta con la que abordemos el problema.
Desde el punto de vista del psicoanálisis, bajo la etiqueta de timidez pueden ocultarse muchas cosas. Según un psicoanalista, «la timidez es solamente un síntoma que expresa una situación personal a la que hay que buscarle el sentido». Naturalmente, para estos especialistas resulta imprescindible llevar a cabo ese largo proceso llamado psicoanálisis si se quiere llegar hasta las raíces del problema. ¿Y cuáles serían estas raíces? «En la mayoría de los casos, debido a una marcada represión de las tendencias sexuales que no se pueden poner en juego en el mundo real, surgen una serie de fantasías inconscientes», aseguran. «Y esas fantasías sustituyen a la acción. Paradójicamente, el tímido es una persona a la que le gustaría hacer cosas, que tiene ambiciones, pero que acaba por no creerse capaz de llevarlas a cabo y se inhibe». Y al parecer, con consecuencias bastante negativas. «En efecto, esos afectos bloqueados se derivan hacia el cuerpo y pueden surgir problemas psicosomáticos. (…) Y hay que tener cuidado, porque muchas veces la timidez puede encontrarse asociada a una neurosis».
Desde un enfoque conductual, el panorama varía radicalmente… La timidez incluye muchos factores diferentes. En realidad, los tímidos tienen pocas características en común. Simplemente, son personas que carecen de una serie de habilidades, como hablar en público o concertar una cita. Los conductistas no creen en la timidez congénita. Uno puede aprender a ser tímido si en la niñez se halla expuesto a modelos de conducta que también lo sean. Igualmente sucedería si el individuo no ha aprendido conductas de relación con los demás. ¿Podría ser esta la causa de que la adolescencia sea el período de nuestra vida durante el cual más profundamente se sufre la timidez? Así es. En esa época las conductas de relación social y sexual resultan completamente nuevas y desconocidas. En consecuencia, las intensas respuestas emocionales llegan incluso a bloquear las respuestas motoras. Cierto. Como cualquier enamorado ha sufrido durante su adolescencia, la emoción que se experimenta cuando intentamos dirigir la palabra al objeto de nuestro amor puede ser tan intensa que nos deje literalmente mudos.
Claro que no todo depende de nuestra capacidad de relación social. A veces sucede que el supuesto tímido posee conductas habilidosas, pero cuando se halla en determinadas circunstancias o frente a ciertas personas, las respuestas emocionales le bloquean y experimenta ansiedad. A veces incluso podemos catalogar como tímidos a individuos que no tienen objetivos; simplemente, carecen de motivación.
Como parece lógico, bajo este punto de vista es imposible especificar una solución única para problemas cuyos orígenes son tan diferentes. En determinados casos, el tímido debería aprender esas habilidades sociales que le permitieran relacionarse con los demás. En otros, habrá que entrenar a la persona en la adquisición de técnicas de relajación con el fin de reducir su ansiedad a unos niveles tolerables que le permitan actuar eficientemente en las situaciones difíciles. Lo importante es transmitir un mensaje de esperanza. No somos tímidos de nacimiento, es simplemente una conducta aprendida que se puede cambiar. Cualquier tímido estaría de acuerdo. Nada le gustaría más que comportarse de forma distinta. Dejar de ser apocado para convertirse en una persona resuelta y decidida. Pero, ¿cómo hacerlo?
La timidez es un hábito que comienza de varias maneras, pero que siempre se fortalece cuando no se actúa contra ella. El único modo de combatirla es el ataque directo. Y así, cuando se experimenta esa sensación de escalofrío y de bloqueo en reuniones con distinto tipo de personas, se aconseja que el tímido no se refugie en excusas. Debe situarse siempre en el centro de la reunión y huir de los rincones, que suelen servirle de escondite. Un buen remedio para que pueda evitar que la timidez vuelva a embargarle es mirar fijamente a los ojos del interlocutor y hablar en voz alta. Siempre que nadie le conteste a una pregunta, es aconsejable que vuelva a formularla y que termine lo que está diciendo aunque le interrumpan en el transcurso de una frase. En definitiva, se trata de no encontrar motivos para cortar la interrelación con el grupo. No se trata de hallar valor para hablar, sino de hablar para hallar el valor.
La mayor parte de los especialistas que se basan en la aplicación de técnicas cognitivo-conductuales insisten en que la primera etapa para vencer la timidez consiste en identificar claramente qué tipo de situaciones o de personas nos provocan una actitud de retraimiento. Una vez que sabemos contra qué tenemos que luchar, es el momento de intentar relajarnos ante estas situaciones. Después debemos enfrentarnos a ellas, pero progresivamente, poco a poco, es decir, dividiendo el objetivo en varias etapas. Esto es, si por ejemplo temblamos con la sola idea de pronunciar un discurso en público, será mejor que comencemos practicando primero en solitario y después con un grupo de amigos antes de dar el salto definitivo. Cada vez que obtengamos un éxito deberemos premiarnos de alguna forma, y cuando fracasemos debemos aplicarnos un leve castigo que nos obligue a superarnos. Poco a poco la decisión irá convirtiéndose en un hábito. Los progresivos éxitos nos permitirán ir señalándonos metas más ambiciosas y nos ayudarán a desterrar la timidez de nuestro comportamiento.
Llegados a este punto, si es usted tímido, sólo falta ya señalar cuál será el primer día en que comenzará una nueva vida. Pero cuando llegue a ese momento, no olvide felicitarse efusivamente. Acaba de dar el paso más importante, pues ningún otro requiere tanto valor como la libre decisión de cambiarnos a nosotros mismos.