Es el lenguaje uno de los temas más amplios e importantes de las ciencias que se ocupan del hombre. No obstante, sólo dedicaremos ahora unas líneas a lo que en la actualidad se conoce con el nombre de “psicolingüística”, dejando el lenguaje como “comunicación” para otra oportunidad…
Roger: ¿Qué quieres?
Washoe: Cosquillas.
Roger: ¿Quién cosquillas?
Washoe: Doctora Gardner.
Roger: Doctora Gardner no aquí.
Washoe: Roger cosquillas.
¿Quién puede ser Washoe? Quizá un niño de algo más de un año que está en un hospital o una guardería… Pues no; Washoe es un chimpancé que hablaba mediante el mismo sistema que emplean los sordomudos. Beatrice y Allen Gardner comenzaron su adiestramiento en 1966, y en 1973 poseía ya un vocabulario de unas 160 palabras. Ya anteriormente se había intentado enseñar el lenguaje hablado a otro chimpancé -la experiencia se hizo en los años 40 y el chimpancé se llamaba Vicki-, pero sólo se consiguió enseñarle cuatro palabras reconocibles, debido a que los chimpancés poseen un aparato bucal muy diferente del humano, y también porque los chimpancés se comunican entre sí casi sólo por gestos. Washoe consiguió hablar como un niño pequeño, pero no avanzó más (todo parece indicar que un chimpancé es incapaz de superar la etapa preoperacional del pensamiento). Washoe hablaba únicamente para manifestar necesidades, y, por lo demás, “no le gustaba hablar”. De todos modos, este es un caso verdaderamente sorprendente.
Aparte de estos casos, que se explican por un proceso de aprendizaje muy laborioso, existe un lenguaje animal que consiste en un sistema de señales (no de signos) de carácter innato y que está destinado a provocar reacciones afectivas y movimientos en los congéneres. Son famosos los estudios de Karl R. von Frisch sobre el lenguaje “danzado” de las abejas (para comunicar a qué distancia y en qué dirección se encuentran las flores descubiertas), o las experiencias de Lilly con delfines.
El hombre utiliza el lenguaje como medio de expresión (es el uso más temprano: sonidos que expresan sentimientos, más tarde se usarán palabras), de regulación de la acción (la acción queda bajo control verbal; los niños se dan instrucciones a sí mismos acerca de lo que están haciendo, tanto más cuanto más difícil es la tarea; a partir de los 6-7 años este hablarse a sí mismos es substituido por el pensar silencioso), de comunicación (al principio el niño no es capaz de ponerse en el punto de vista del otro: habla egocéntrica) y de representación (pensamiento simbólico, para el que es necesario la palabra).
Realmente resulta maravillosa la infinita complejidad y perfección del lenguaje humano. La palabra es quizá lo que mejor define al hombre. ¿Cómo hemos aprendido a hablar? ¿En qué se basa nuestra posibilidad del lenguaje hablado? Por supuesto, en la superior complejidad del cerebro humano. Pero no deja de ser extraña la rapidez y la perfección con que el niño aprende a hablar como sus padres, siendo el vocabulario tan extraordinariamente amplio y la gramática tan complicada (naturalmente, no aprendemos gramática de pequeños, pero la usamos). Las dos principales teorías están representadas por Skinner y Chomsky (por no citar la de Pavlov, conocida como “segundo sistema de señales”).
Para Skinner, el aprendizaje del lenguaje se explica por el condicionamiento operante. Como veremos, los niños comienzan a balbucear muy pronto; entonces los padres, sin darse cuenta generalmente, refuerzan (mediante aplausos, risas, etcétera) la pronunciación de las sílabas que se parecen a palabras existentes. En concreto, las consonantes ‘p’ y ‘m’, y las vocales ‘a’ y ‘e’, son muy frecuentes en el balbuceo infantil. El niño ensayará sonidos como “pa” o “ma”. Ni que decir tiene que el refuerzo de los padres será inmediato y constante. Se dice: “¡El niño ya ha dicho ‘papá’!”, como si fuera algo que llega por sí solo. Habría que decir: “Ya hemos conseguido que el niño -reforzándole- aprenda a decir ‘papá’”. Procesos de imitación (del lenguaje de los padres) y de asociación (de las palabras con las cosas) intervendrán también en este aprendizaje.
Sin embargo, esta teoría no parece explicar suficientemente el aprendizaje de las reglas gramaticales (el simple refuerzo no bastaría). Y si el niño imita el lenguaje de los padres, ¿por qué dice “ponido”, en lugar de decir “puesto” (como dirá más tarde, justamente por mecanismos de imitación y refuerzo negativo)? Por esta razón, la teoría innatista de N. Chomsky -que aboga por la existencia de estructuras generativas profundas e innatas comunes a todos los hombres, junto a otras más superficiales y adquiridas, variables según las lenguas- vendría a suplir las deficiencias de la teoría del aprendizaje.
EL DESARROLLO DEL LENGUAJE
1.º Los seis primeros meses de vida. El niño es ruidoso, naturalmente grita y berrea. Pero también emite sonidos. Por razones no muy conocidas -quizá el desarrollo neuromuscular de la boca y la garganta-, los sonidos que emiten todos los niños del mundo son idénticos: “pa”, “ma”, “ba”, “ta”, y los mismos con la ‘e’ como vocal (ello explica que “papá” y “mamá” se diga de forma parecida en todas las lenguas). Por otro lado, es capaz de responder a estímulos verbales (gira la cabeza) y posee una cierta capacidad discriminativa (distingue entre algunos tonos de voz: regañina, risa…).
2.º De los seis a los doce meses. Es la etapa del balbuceo imitativo. Juega con los sonidos e imita los que emiten los mayores. Entonces es cuando el refuerzo ejercido por los padres le llevará a pronunciar las primeras palabras. Entre los 10-12 meses comienza a adjudicar las palabras a objetos familiares: los sonidos se vuelven significativos y se convierten en palabras propiamente dichas. Probablemente el niño da este paso transcendental por un proceso de condicionamiento: cada vez que su madre se le acerca, esta le dice: “mamá” (palabra que ya ha aprendido a decir); el niño asocia ambos estímulos y terminará diciendo espontáneamente “mamá”. Si el padre quita un objeto al niño, e incluso le pega -esperemos que suavemente-, diciendo “no”, después de unas cuantas veces la palabra “no” habrá adquirido una significación muy determinada, cargándose de sentimientos de miedo y angustia.
3.º Entre los doce y los veinticuatro meses. Comienza a construir frases. Al principio se trata de frases muy simples, a base de dos palabras. Pero solamente con dos palabras puede decir muchas cosas: posesión (“silla papá”), identificación y denominación (“aquí pelota”), cantidad (“galleta más”, “galleta acabó”), desaparición (“luna no”), localización (“pelota calle”), etc. Lentamente, la frase se construye con más palabras y de un modo cada vez más correcto, comenzando por las reglas más fáciles (plural, pretérito de los verbos, etc.) Por otro lado, el número de palabras aprendidas comienza a aumentar rápidamente. El aprendizaje de las primeras palabras cuesta mucho más, puesto que se ha de crear un patrón neural para cada palabra, pero luego las nuevas palabras se aprenden sobre los patrones de palabras parecidas ya aprendidas.
4.º En los años siguientes. El número de palabras aumenta espectacularmente, y un niño de cinco años puede poseer un vocabulario de hasta dos mil palabras. En esta misma época se expresa ya de un modo bastante correcto. Si, por la razón que sea, un niño no ha aprendido a hablar satisfactoriamente a los cinco años, más tarde encontrará enormes dificultades para hacerlo (caso, por ejemplo, de los “niños salvajes”). Por fin, hacia los siete años, se es capaz de diferenciar claramente la palabra y la cosa (hasta entonces ha creído que las palabras forman parte de las cosas mismas).